María Victoria Atencia

Pre-Textos, 2011. 48 pp., 17 e.



Siempre fiel a sí misma, en cada nueva entrega María Victoria Atencia (Málaga, 1931) depura más y más su poesía. Tras la escritura hondamente elegíaca de su libro anterior, De pérdidas y adioses (2005), marcada por un creciente hermetismo y una renovada fusión de espiritualidad y sugerencia erótica, El umbral nos conduce con nuevo claroscuro hacia el territorio de una intimidad que se va matizando poema tras poema, que vela lo anecdótico en aras de un misterioso conocer por las palabras que, salvando su vitalidad y su frescura, parece enlazar con otras propuestas contemporáneas: "Me asomo hasta tu hondura, centro y brocal/ de pozo sin respuesta,/ con el recurso azul que va enseñándome/ a hablarle a tu silencio", dice en el comienzo del poema "Nadie". A esa relativa oscuridad contribuye lo breve de los poemas -hasta diez versos-, encauzados siempre sobre la base del alejandrino y el endecasílabo y concretados mediante una rica variedad de imágenes que buscan anclar el sentido de cada texto.



Casi atendiendo a las palabras clave del poema "A este lado del paraíso", del libro anterior -"La vida puede -la vida perdurable-/ demorarse en la raya/ entre el vivir y el desvivirse lo que dura/ un instante", los 20 textos de El umbral planean sobre esa divisoria de la conciencia poética para producir este decir reflexivo lleno de plasticidad. En la primera mitad la conciencia eleva su vuelo a partir del simbolismo de las aves y de la flora de una naturaleza fuertemente sensorial. Así, esas aves de los cinco primeros poemas recuerdan la duración aún de "este hilo de vida en el que me sucedo", instalan también el espacio necesario de la desmemoria ("Los vencejos"), proponen el instante sentimental ("Las palomas") y un desdoblamiento que es a la vez entrega a la gracia y a la belleza superiores ("El ruiseñor"). La serie culmina en "Los pájaros" con una original comparación de sugerencia metapoética: "Los pájaros que eran/ como una reflexión que mantuviese/ suspensa de las alas su respuesta (...)/ Podría proponerles mi condición efímera a cambio de la suya".



De los poemas de tema floral que siguen, "El ramo" evoca con su sensorialidad la condición terrestre del yo y me recuerda los intensos versos de Antonio Machado "Algo que es tierra en nuestra carne siente/ la humedad del jardín como un halago": "Supe de su raíz bajo el mantillo cuando/ mi transitoria condición me soterró en el sueño/ y llegó mi conciencia a sentir con el árbol/ y dar sitio a su savia en mis venas". El simbolismo ascendente de la palmera ("Destino") y del lirio ("Testimonio") materializa la "vocación de altura" y la "fe de vida" desde las que la protagonista, en "Granada", se desdobla en una alegoría trascendente de dolor existencial. Culmina la serie en la "Rosa" simbólica de lo bello y su misterio, "el relámpago suspenso que en tu nombre se tiene".



Los diez poemas finales abren la reflexión en el territorio de una intimidad que se apoya en retazos biográficos para ir tendiendo sobre el desasosiego la energía de un discurso amoroso cuyo vibrante erotismo vemos desembocar en el terreno de un canto espiritual que es, en mi opinión, la clave última de El umbral: "Y yo te iba siguiendo y persiguiendo y te iba/ rebañando los pasos para saber de ti./ de ti conmigo ya tan dentro de tus lindes/ que el sol se enmohecía y ya no había/ más luz que tú, y yo iba desdiciéndome/ y me iba desviviendo y deshaciéndome/ y te alcanzaba donde coincidíamos".