Image: Dylan Thomas: poesía completa

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Poesía

Dylan Thomas: poesía completa

Dylan Thomas

14 abril, 2005 02:00

Dylan Thomas

Traducción de Margarita Ardanaz, Visor. Madrid, 2005. 419 páginas, 16 euros

La vida y la obra de Dylan Thomas (Swansea, Gales, 1914-Nueva York, 1953) estuvieron destinadas muy tempranamente a hacerse notar en el panorama de la poesía inglesa del primer tercio del siglo XX.

Ambas aparecieron pronto sometidas a los dones y a las condenas del genio. Su precocidad apuntó en la adolescencia y a los 20 años su primer libro, 18 poemas (1934), ya sería valorado como sorprendente y revolucionario. Entre el intelectualismo de un Auden, la delicadeza de Raine y la cotidianidad de Larkin, la poesía de Thomas simplemente dejaba fluir la fuerza de la originalidad.

También en vida y obra se dieron las contradicciones tumultuosas, como el retiro junto al mar y sus viajes a Norteamérica, la obsesión por un rico y variado formalismo en el que fue maestro y una gran libertad, siempre sonámbula, en los contenidos; así como su interés por otros medios artísticos: el periodismo, la radio, el cine o la música. (Su último y fatal viaje a América tenía por fin escribir el libreto de una ópera con música de Stravinski). Tampoco fue ajena a la turbulenta expresividad de este autor la manera como recitaba sus poemas, esa especie de delirio o arrebato a los que sólo se podía prestar una poesía como la suya. Escuchar, por ejemplo, la voz de Thomas recitando "Fern Hill", uno de sus poemas más hermosos, forma también parte de su inconfundible personalidad, y de nuestra experiencia formativa.

Visor nos ofrece ahora la poesía completa de Dylan Thomas en versión muy plástica y fiel de Margarita Ardanaz. Estamos hablando de la poesía de un autor que no alcanzó los cuarenta años de edad y que sólo consta de cinco libros y de unos noventa densísimos e inspirados poemas, suficientes para refrendar su voz distinta y genial. La brevedad de esta obra no supone que su autor no la sometiera a una elaboración tenacísima, de la que dan muestra sus manuscritos, las innumerables copias que hizo, a veces de un único poema. Ardanaz, en un sintético prólogo, fija muy bien las características de la poesía de Thomas, sometida a las sacudidas de los opuestos y a contradicciones engañosamente caóticas de que venimos hablando: imaginación y concreción, sonoridad y simbolismo, sensualidad y torrencialidad, plenitud e impureza, presencia de lo pagano y de lo cristiano fundidos obsesivamente en esa revelación, tan suya, de la naturaleza concebida como algo sagrado y misterioso. Y resume la raíz de esta voz en una frase precisa: [La poesía de Dylan Thomas pone de relieve ejemplarmente] "toda la fuerza vital y oral de un celta cultivado".

Así que fue natural que en este poeta pronto brillase su recia personalidad y que, en libros sucesivos, no hiciera otra cosa que ensanchar magistralmente los ricos registros y la libertad exasperada y turbadora de sus imágenes. En los últimos años de su escritura nos encontramos con sus poemas más redondos y maduros, pero esa fuerza conmovedora de su expresión brilla en cada página, condición ésta que también revela al genio. Una voz, pues, misteriosa y fuerte, un lenguaje como magma encen-
dido, subordinado a continuos cambios métricos, a una experimentación (muy sabiamente controlada), y siempre reveladora del mismo mundo, que no era otro que el de sus orígenes, el de las primeras contemplaciones de la infancia.

El arranque de poemas memorables ("Cuando era un chaval al viento y alocado...", "Cuando yo era joven y alegre...") remite a un tiempo perdido y fulgurante, abordado desde un presente de "nuncas". No es raro, por ello, que este poeta antepusiera a su inesperada muerte en plena madurez -en uno de sus poemas finales-, el tema central del "paraíso campestre", en el que se sustenta su Poética. él no hizo otra cosa que poner a "escuchar" a su corazón y dejarlo luego fluir en versos. Así fue, por más que él supiera, en sus últimos días, que también aquel paraíso perdido de granjas y de arroyos, estaba sometido a la terrible tensión del vivir soñando, y que la colina de su infancia, en la que ladraban "claro y frío" los zorros, no era sino la colina de su propia "crucifixión".