Image: Libro de los elementos

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Poesía

Libro de los elementos

Lorenzo Oliván

16 septiembre, 2004 02:00

Lorenzo Oliván. Foto: J.A.L.O.

Premio Generación del 27. Visor. Madrid, 2004. 86 págs, 6 e.

"Amo de mi ser las cosas oscuras/en las cuales se ahondan mis sentidos". Con estos versos de Rilke comenzaba Lorenzo Oliván su poética en la antología La lógica de Orfeo: difícilmente se podría cifrar mejor la poesía de conocimiento hacia la que se ha orientado la trayectoria de este poeta cántabro (Castro Urdiales, 1968).

Así ha sido en sus libros sucesivos -último norte (1995), Visiones y revisiones (Premio Luis Cernuda, 1995), Puntos de fuga (2001, Premio Loewe)- y en la que con Libro de los elementos alcanza otra dimensión más honda, más esencial y también más arriesgada.

Precisamente por el carácter metafísico de su indagación, esta empresa de conocimiento se despoja de cuanta contingencia puede interponerse en la radical confrontación del pensamiento poético con las zonas oscuras de la conciencia íntima y del sentimiento de lo real. Para esa confrontación, explícita en varios poemas metapoéticos y admirablemente planteada en "Alta noche", resulta muy eficaz el desdoblamiento -cernudiano- que domina en la mayoría de los poemas: un tú desde el cual el poeta va desplegando el diálogo íntimo con la conciencia, a la manera del último Juan Ramón Jiménez, cuya cita del fragmento III de Espacio abre el libro (con otra de Gaston Bachelard) y que vuelve a percibirse en el último poema, en primera persona: "¿Cuándo mi cuerpo dé/a mi vida la espalda,/la tendré justo enfrente?//¿Regresaré de pronto en otro yo,/que no posea ni la más remota/ memoria ya de mí,/y que me tenga que pensar de nuevo?" ("Rotaciones").

A lo largo de las cuatro secciones del libro -"Equilibrios", "La llama entre tinieblas", "Corriente abajo" y "Rotaciones"- protagonizadas por cada uno de los cuatro elementos, la indagación de Oliván trata de ahondar -y de intuir-, más que en el "ser", en el "existir". Si en algún poema el lector puede recordar a Jorge Guillén y la perfección geométrica de su orbe primero (a ello remite también un título euclidiano como Libro de los elementos), todo busca aquí en el "doble fondo", en la razón oculta que establece la existencia humana con la realidad del mundo: no en vano dos palabras clave del conjunto son "raíz" y "vértigo".

La dinámica simbolista, obligadamente oscura a veces ("La puerta y la llave", "La llama entre tinieblas"), trasciende los escasos poemas de leve alusión biográfica ("Equilibrios: Nueva York", "Presencia ausencia", "Deseo") para buscar en el "viento de dentro" de lo cotidiano, para extraer conocimiento del vivir personal inmerso en la unidad dinámica de lo real, en la interrelación de los elementos que domina todo el libro: "intersección de mí y los elementos,/perfecta encrucijada, externa e íntima".

La conciencia de la temporalidad resulta, sin embargo, conflictiva y el poeta sólo puede constatar el desconcierto: "Y sabes que esa agua, siendo el agua/ misma del manantial/que te inspiró la imagen de la vida sin fin,/ será sólo el reflejo, en ese instante,/ de todo lo que corre, indefectible,/ hacia su acabamiento". De ese desconcierto lúcido brota la energía de esta escritura, que persigue que cuanto nombra sea "sombra hecha luz secreta en el poema". Un libro armónico, depurado y sin rarezas expresivas, que sitúa a Lorenzo Oliván entre los mejores de su generación.