Don Winslow. Foto: YouTube

Traducción de Efrén del Valle. RBA. Barcelona, 2017. 576 páginas. 20,90 €. Ebook: 5,99 €

El siempre deliciosamente mordaz y corrosivo Philip Marlowe oye decir en un momento determinado de Adiós, muñeca, el clásico de Raymond Chanlder, que los policías "sólo son personas" y se apresura a apostillar: "Empiezan así, según me han dicho". Y parece que esté hablando de Denny Malone. Denny Malone es policía. Pero no es un policía cualquiera. Denny Malone es el Rey de Manhattan Norte de Corrupción policial. Aunque su reino no está hecho de campos y castillo sino de bloques y manzanas enteras de vivienda social. Malone dirige la Unidad, una brigada especial del Departamento de Policía de Nueva York que se creó cuando la mafia dejó de ser historia. ¿Pero llegó a serlo alguna vez? Sí. Casi llegó a serlo antes de que cayeran las Torres. Pero cuando las Torres cayeron y los federales destinaron tres cuartas partes de su personal a operaciones antiterroristas, la mafia rebrotó como una orquídea en la rama de un árbol bien abonado.



Ni siquiera esperaron a que se cerrara la herida pues algunos de sus más ilustres nuevos (o no tan nuevos) integrantes amasaron una fortuna con los sobrecostes de la retirada de escombros de la mismísima Zona Ce- ro. ¿Y qué pasó entonces? Que se creó la Unidad Especial de Manhattan Norte dedicada a desmontar desde dentro, cualquier operación que requiere la intervención de una Familia, una Banda, para llevarse a cabo. Drogas, sí, pero también venta de armas y otros tratos fraudulentos.



¿Y qué ocurriría si Malone y los suyos -Russo, Big Monty, todos los demás- se cansaran de ser los tipos buenos? ¿Y si se la jugasen, por una vez? Todos tienen hijos listos, como dice Russo, hijos que acabarán queriendo ir a la universidad, y si todos los demás -políticos incluidos- lo hacen, ¿por qué no pueden ellos también hacerlo? ¿Por qué no pueden desviar parte del material encautado y jugar a ser malos? He aquí la tentación que sirve de motor a una novela monumental -como todo lo que Don Winslow toca-, poderosamente adictiva -hace tiempo que el Rey del narco noir no tiene nada que envidiarle a Richard Price, a George Pelecanos, a Elmore Leonard en lo que a diálogos tan brillantemente ágiles como astutamente demoledores-, que, a la vez que presenta un fascinante fresco de Nueva York, a la manera en que los lisérgicos y geniales artefactos de James Ellroy lo son de Los Ángeles -; y un puñado de personajes inolvidables -algunos tan de vieja escuela que incluso llevan sombreros de felpa con plumas rojas-, arremete contra todo aquello que huele a podrido en las alcantarillas de un sistema que invita a corromperlo incluso a aquellos que deben velar por su integridad.



Winslow (Nueva York,1953) se está convirtiendo, poco a poco, en todo un artista del ritmo endiablado -del ritmo, en realidad, endiablamente cáustico- y de las historias que contienen otras historias -historias que son como muñecas rusas hechas de recuerdos que invaden el presente y que dotan de vida, una vida inolvidable, a la trama-, y al hacerlo está redifiniendo el hardboiled, lo está elevando a algo más que mera pose artística, está ensanchando sus límites y permitiendo que la denuncia social -el racismo, la corrupción- se instale a conciencia -no en vano la novela se abre con los nombres y apellidos de todos los policías asesinados en acto de servicio en el tiempo que le llevó escribirla- en él, sin que eso perturbe, ni un ápice, su fin original -el del entretenimiento socarrón e ilustrado-. Y todo porque el bueno de Malone ha pisado una mina que había enterrado él mismo. Porque ha jugado con fuego y se ha quemado. Chapeau otra vez, señor Winslow.



@laura_fernandez