Ilustración de Aquí, de Richard McGuire

Traducción de Esther Cruz. Salamandra. Barcelona, 2016. 304 páginas, 29€

A lo mejor es que a estas alturas de mi vida como lector ya he conocido demasiadas cosas, pero es el caso que no suelo coincidir demasiado con la fanfarria crítica con que son recibidas determinadas obras. En ese sentido, cuando me topé en su día con la historieta de seis páginas que McGuire (New Jersey, 1957) publicó en la revista "Raw" en 1989, y que sería el germen de esta novela gráfica, la recibí como una atractiva propuesta narrativa en medio de un panorama internacional en el que autores de muy diferentes latitudes exploraban los códigos narrativos de este medio en el que, desde sus orígenes, han convivido la ortodoxia y la heterodoxia, a menudo incluso retroalimentándose. Su propuesta, eminentemente irónica, bebía de los conceptos sobre el espacio y el tiempo de John William Dunne, que tanto influirían en las obras de Huxley y Priestley: la idea de que pasado, presente y futuro son simultáneos y que los podemos experimentar secuencialmente (sic) merced a una percepción mental no contaminada por la ilusión de la presunta linealidad del tiempo.



Diez años después de aquel modesto relato, McGuire decidió acometer una nueva versión en la que desarrollar esa idea en el aquí y el ahora del rincón de una casa, para lo que procedió a pulir, y a estirar en exceso, lo planteado en su momento, sustituyendo en esta ocasión el elemento satírico por una mayor gravedad, a lo que no era ajeno el tinte autobiográfico no explícito que le añadió y el homenaje velado a sus antepasados. Una obra que vería la luz en 2014.



La historia de ese espacio desde la noche de los tiempos, en que ni siquiera existían los humanos, hasta un futuro apocalíptico del planeta en el siglo XXIII, descansa en un estudiado diseño de la puesta en escena (factor más que esencial en algunos cómics de los tiempos recientes) que, como en el programa operativo de Windows, le permite al autor superponer ventanas que crean una simultaneidad temporal y explorar la noción de fugacidad.



Y así como aquel trabajo inicial me hizo pensar en Dunne, ahora todo ha cobrado para mí un mucho de homenaje a la construcción del espacio y del tiempo, como elementos puramente mentales, en los creadores franceses del nouveau roman, y que tuvo la mejor de sus plasmaciones cinematográficas en El año pasado en Marienbad (1961) de Alain Resnais. Tan solo Manuel Rodríguez Rivero, creo, ha señalado la deuda de este libro con los modos y maneras en que aquellos autores retorcieron el punto de vista narrativo.



Pero, con ser un libro interesante, y que no dudo que acaparará toda clase de reconocimientos, lo que me desasosegó desde el principio fue el calculado marketing que se puso en marcha en Estados Unidos en el momento mismo de su aparición, donde a los avales de autoridad (que suelen ser tarea sobre todo de Spiegelman y Ware) vinieron a sumarse las habituales referencias a la Alta Cultura (casi siempre europea, por supuesto): McGuire como heredero de los espíritus rupturistas de Joyce o Virginia Woolf, Cézanne o Stravinsky… Y sobre todo ese relato con el que percuten incansables algunos críticos, donde se silencian las aportaciones de cientos de historietistas europeos para hacernos creer que la condición adulta del medio debe casi todo al underground americano en primera instancia, y a la generación de la revista "Raw" en segunda. Una operación que, por momentos, me hace recordar la calculada construcción del expresionismo abstracto de aquel país como la única verdadera vanguardia de su tiempo.



La culpa, en cualquier caso, no es de McGuire, al que, como ya he dicho, sólo le reprocho el exceso de insistencia en unos postulados que el lector advierte enseguida. Así que léanlo ustedes y extraigan sus propias conclusiones, evitando en lo posible el maximalismo en el que los reseñistas caemos con tanta asiduidad: una de las diez obras que conmovieron el mundo, la gran novela gráfica americana, el título que cambió el lenguaje del cómic.