Bajo la sombra rugosa de un drago centenario en La Orotava, comienza a desplegarse la historia de El susurro del fuego, la octava novela de Javier Castillo. Los griegos creían que estos árboles brotaban de la sangre derramada en combate por lo dragones, y algo de esa leyenda antigua late en su corteza: la sensación de que la vida y la muerte se entrelazan, de que el tiempo no es más que un suspiro en la madera.
En ese territorio se inscribe esta nueva obra, la más palpable y genuina del escritor malagueño, que por primera vez ha situado su trama en un lugar que ha recorrido y sentido.
"Esta novela tiene la ambientación más real y cercana que cualquier otra de mis novelas, porque este lugar sí lo he visitado. Los personajes del libro son de aquí", dijo Castillo durante el viaje de prensa en el que recorrimos los mismos escenarios por los que transitan los mellizos Laura y Mario Ardoz, protagonistas de una historia atravesada por la enfermedad, la pérdida y el misterio.
El escritor, convertido en fenómeno internacional con más de dos millones y medio de ejemplares vendidos, parece haber encontrado en Tenerife un escenario propicio para lo que él mismo describe como "abrir los ojos". El susurro del fuego, que se publicará el 1 de octubre bajo el sello Suma de Letras, se presenta como un thriller en apariencia clásico: una desaparición, una investigación contrarreloj, pero tiene un trasfondo emocional que invita a detenerse en la fragilidad y en la fuerza de lo humano.
La trama arranca en 2019, cuando Mario, recién salido de una sesión de quimioterapia, acompaña a su hermana Laura a las islas para celebrar la vida. Una recaída lo obliga a permanecer unos días en el hospital y, al salir, descubre que Laura ha desaparecido. Su móvil la ubica en un paraje desolado por la lava del Teide.
Javier Castillo en Tenerife. Foto: Asis G. Ayerbe
"El libro trata mucho el tema de la renuncia, de abandonar todo lo que nos sujeta y darnos cuenta de que no somos nada. Nuestra vida es insignificante", explicó Castillo, mientras contemplábamos la inmensidad volcánica. Allí, entre las coladas petrificadas, se entiende mejor lo que quiso decir: "Todo está vivo. Sientes que por debajo de ti corre la lava y puede cambiar todo en cualquier momento".
El itinerario del viaje funcionó como un espejo de la novela. En La Orotava, con sus balcones de madera y los molinos de gofio, resuenan los ecos de la infancia y la adolescencia, esos recuerdos que desaparecerecen eternamente cuando no quede nadie para recordarlos. En el Puerto de la Cruz, frente a las piscinas naturales de San Telmo, la calma aparente se quiebra con la sombra del misterio, como si la isla insistiera en recordarnos que toda belleza tiene su grieta.
La visita al Parque Nacional del Teide aportó quizá la metáfora más luminosa. Tenerife presume de tener el mejor cielo de Europa: hasta 2000 estrellas pueden contemplarse en una sola noche, frente a las escasas 40 de Madrid.
Laura Ardoz, astrofísica, participa en el proyecto Quijote, una investigación real para mapear la radiación de fondo del universo, el eco fósil del Big Bang. Ella busca respuestas mirando al cielo y, a través de ella, Castillo transforma la astronomía en una indagación íntima: "Nunca pensé creer en nada y de pronto creí en algo que no supe nombrar: tal vez Dios, paz o armonía", dice Laura en la novela. Ciencia y fe, en lugar de enfrentarse, se entrelazan en un territorio intermedio donde conviven las dudas y el consuelo.
Javier Castillo en las Minas de San José. Foto: Asis G. Ayerbe
Desde el mirador del Llano de Ucanca, la inmensidad volcánica confirmaba que en la novela la muerte no es un accidente narrativo, sino una presencia constante: Laura asesinada, Mario enfermo, la policía Candela Oramas marcada por la pérdida de un hijo. "La muerte es la otra gran protagonista del libro", resumía Castillo.
Castillo ha construido su carrera sobre thrillers de ritmo frenético y giros inesperados. Desde El día que se perdió la cordura a la saga de Miren Triggs, con La chica de nieve convertida en fenómeno global gracias a su adaptación en Netflix—. Pero en El susurro del fuego busca un tono distinto: menos artificio, más hondura, con el misterio al servicio de una reflexión íntima sobre el dolor y la belleza de lo efímero.
"Los temas que siempre me han interesado siguen ahí: el amor, el dolor, la familia, la religión. Pero quería ir más allá, que hubiera algo más a lo que aferrarse, un sentido a la vida", confiesa Castillo. Quizá por eso eligió España como escenario por primera vez: necesitaba pisar el mismo suelo que describía, escuchar las mismas voces, mirar el mismo cielo que miran sus personajes.
El viaje terminó en La Laguna, con una comida de despedida que sonó a epílogo. Para entonces ya estaba claro que Castillo no solo busca conmocionar al lector con un enigma, sino sumergirlo en una reflexión sobre la memoria, el trauma y la belleza.
