Si las apariencias engañan, según el dicho popular, pocas novelas habrá que lo corroboren mejor que Noche negra, de Pilar Quintana (Cali, 1972). Fácilmente caemos en la trampa inicial que hace pensar en una vuelta de tuerca a la literatura que celebra el retorno a la naturaleza.
Lo sugiere la historia referida con absoluta sencillez. Dos jóvenes, Rosa y Gene, abandonan su tranquila vida en la ciudad y marchan a un lugar salvaje cercano al mar.
Dejan un trabajo seguro, Gene la enseñanza del español y Rosa su empleo en una próspera consultoría. Compran una amplia finca en un paraje del Pacífico tan bello como agreste y se ocupan de rehabilitar con sumo esfuerzo y precarios medios el ruinoso inmueble que les servirá de vivienda. Allí tendrán su paraíso los felices amantes.
Noche negra
Pilar Quintana
Alfaguara, 2025
226 páginas. 19,90 €
Aún han de pasar buen número de páginas hasta que comprobemos que la novela aborda un motivo del todo distinto. Gene debe ir a la ciudad para renovar su visado y embarca solo, sin Rosa, un domingo. Le dice a su mujer que esté tranquila a pesar de la apurada situación en que queda, que volverá pronto y que el miércoles le podrá enviar noticias.
Lo que ocurre en esos cuatro días en un pronunciado crescendo de incertidumbre transforma el relato convencional del principio en una logradísima muestra de literatura de terror.
En los tres días de angustiosa espera de noticias, asistimos al proceso interior de Rosa que desemboca en un auténtico descenso a los infiernos de la mente. La autora colombiana maneja variados elementos que propician el deterioro de la protagonista hasta la enajenación y los dosifica con mucha habilidad para producir un firme efecto.
Serán primero sospechas fabuladas de infidelidad. Se añaden amenazas imaginarias de los pocos vecinos que aprovechan la soledad de la mujer, su desamparo, para acosarla entre ironías y maldades machistas. También serán los elementos de una naturaleza indómita, una climatología implacable y un mundo animado aterrador.
Los traumas anteriores de la protagonista forman un todo con sus miedos actuales y de su suma sale un magnífico carácter
La autora alcanza cimas de misterio, peligro y repulsión en la variada galería de animales mortíferos o repulsivos (murciélagos, serpientes…) que presenta y con la cual alcanza, aparte de ofrecer vivaces descripciones revulsivas, un catálogo de la imaginería del mal.
Todo ello se refuerza con la extrema situación material de la protagonista que Quintana nutre con miserias indumentarias o alimenticias y con diversos componentes escatológicos. Tal vez abuse un poco en su abundancia y, más, en su empleo reiterativo pero se debe al propósito, de sobra logrado, de provocar efectos repulsivos.
Tanta materia negativa avala la verdad de la torturada mente de Rosa, en la que también influye de forma decisiva otro amplio recurso al que la autora le saca buena partida: lo visionario, irracional y enigmático, lo onírico.
No solo este conjunto de graves factores hace cierta la espantosa noche negra, física y moral, aludida en el título. Tanta o más fuerza tiene el pasado de Rosa, su historia familiar, su activismo político juvenil y, en última instancia, el currículum de violencia y golpismo del país.
Rescatar sucesos pretéritos no supone un simple complemento de su personalidad. Los traumas anteriores forman un todo con los miedos actuales y de su suma sale un magnífico carácter, una mujer asustadiza y temeraria, enérgica e impotente. Es de lamentar que el precio sea reducir la atractiva figura del marido a una nebulosa y convertirlo en un personaje instrumental.
