Jonás, narrador y protagonista de Estival, recuerda las estancias durante el verano en un pueblito cercano a Bilbao desde el año cero de su vida y hasta su vejez sesentona. Aquello se data en 1984 y esto en 2044.
Estival
Guillermo Aguirre
Sexto Piso, 2025. 259 páginas. 19,90 €
Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) presenta el hábito veraniego de Jonás cada año de su existencia en capítulos separados, uno a uno, entre ambas fechas. Solo se salta la norma al cumplir el hombre 36 y 37 años, que van juntos por obligado motivo del Covid, y al final de su existencia, entre sus 50 y 61 años, porque así, con el nacimiento del nieto, el relato se proyecta hacia el porvenir.
Este diseño formal comporta un riesgo de desarrollo argumental mecánico, pero se flexibiliza al concebirlo Aguirre como la cadena de experiencias vitales cuya suma reconstruye una vida entera.
De hecho, la novela acoge dos etapas distintas enlazadas. En la primera, se ofrece un puro y arquetípico relato de aprendizaje. En la segunda, alcanzada la madurez de Jonás, se muestra la trayectoria de una persona con la mirada puesta en el futuro.
Estos dos trancos tienen, además, un hilo conductor: los elementos de una vida cualquiera que la llevan de la percepción placentera del mundo a la constatación del fracaso sin paliativos.
Jonás recrea su vida cada verano en el pueblo mediante un esmerado ejercicio de la memoria, en el que junta trabajo de documentación y recuerdos. A instancias de la popular imagen manriqueña de los ríos que van a dar a la mar (o sea, vida y muerte), enhebra piezas rescatadas del pasado.
Se trata de una recuperación intrincada donde Aguirre pone en juego los límites de la memoria, cuestiona su fiabilidad y repite con significativa insistencia la desconfianza sobre "qué es lo cierto y lo incierto"; indaga cuánto se alimenta la memoria de recuerdos falsos o prefabricados y de relatos ajenos. Todo ello se vuelca en un espectacular ejercicio de desdoblamiento del yo y en la configuración de un doble que interpela al propio narrador.
En esta estupenda historia, dura y emotiva, Aguirre saca un magnífico rédito a la mezcla de sentimientos e ideas
La vertiente intimista del relato acoge los múltiples factores que inciden en la personalidad. Por la novela desfilan elementos sustanciales como el despertar al sexo, el amor, la pareja, el anhelo de paternidad, y, con acentuada crudeza, la enfermedad, la vejez y la muerte. A todo lo cual se agrega una incisiva mirada al sentimiento del fracaso que desemboca en el retrato de una derrota total, la de un Jonás alcoholizado, un náufrago entre los suyos y en el mundo.
El retrato de alguien que claudica de elementales aspiraciones de plenitud se levanta sobre un documento realista. Deja constancia Aguirre de muy selectos datos externos que sirven para enmarcar históricamente las tribulaciones de Jonás: la actividad de ETA, el 11S, el 15M o la pandemia.
Y en la parte de la novela posterior a hoy inventa sucesos posibles: la descomposición de la Unión Europea, una guerra en la luna, algún cataclismo climático o un apagón planetario. No son supuestos de una distopía terrible sino señales posibles que proporcionan verosimilitud a la deriva histórica de Jonás. A este propósito, el final de la novela incluye la oportuna ocurrencia de recurrir al peso cierto de la IA, hoy todavía un enigma, en el mundo.
Evocar el paraíso rural de la infancia resulta ser un subterfugio para ofrecer un retrato contemporáneo complejo. Por un lado, afloran valores de fraternidad, de sana vida campestre, de entrañamiento familiar. Por otro, vemos la quiebra de todo anhelo espiritual o material.
Aunque no sea nueva esta dicotomía en literatura, Guillermo Aguirre la vivifica con una estupenda historia, dura y emotiva, cálida y filosófica, en la que le saca magnífico rédito a la mezcla de sentimientos e ideas.
