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En septiembre de 2021 Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, 1957) abrió la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, que desde entonces alberga su legado tras la etiquetada con el número 696.

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Cornamenta

Horacio Castellanos Moya

Random House, 2025, 218 páginas, 19,90 €

Tal vez este hecho explique su categoría, sobre todo si también tenemos en cuenta el volumen de su producción: es autor de catorce novelas –incluida la que nos ocupa– y de un importante número de libros entre los que se incluyen cuentos, poesía, ensayo, apuntes autobiográficos, trabajos no ficcionales y columnas periodísticas.



Nos encontramos ante un escritor consolidado y reconocido, como acreditan sus galardones y las traducciones de sus obras a diversas lenguas.

Se inició con La diáspora (1989), que recibió el Premio Nacional de la Universidad Centroamericana de El Salvador, y tuvo en El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997) un ejemplo paradigmático de cómo la literatura puede influir sobre la realidad.

El texto –una crítica de ciertas costumbres y actitudes de su país de adopción– fue la causa de que sufriera amenazas que le obligaron a exiliarse. El autor, además, ha creado la saga literaria de los Aragón, una familia que le ha proporcionado inspiración para ocho narraciones.



Cornamenta es una de ellas. Clemente Aragón, casado con Esther Mira en segundas nupcias y bebedor compulsivo rehabilitado, sigue enredándose con cualquier mujer, a pesar de que se había prometido no hacerlo.



A sus 55 años vive instalado en una ansiedad salvaje que amenaza con devorarlo y que se transmite por medio de un estilo abrumante.

Unos días atrás, Clemen cayó en brazos (más bien en piernas) de Blanca, casada con el general Dolores Aguirre y fémina de armas tomar, que se le insinuó procazmente en una reunión de amigos.

Desde entonces, su mala conciencia lo lleva a creerse vigilado, hasta el punto de hundirlo en la obsesión.

¿Es el marido burlado? ¿Su propia esposa? ¿Son los militares? ¿El poder político que amaga con involucrarlo en un golpe de estado que se está fraguando? ¿Son los Alcohólicos Anónimos, uno de cuyos grupos dirige? ¿O tal vez las fuerzas indómitas de los luchadores?



Estamos en San Salvador en febrero de 1972, época en la que gobiernan Nixon y Mao.



Los personajes se mezclan con la situación política, ahondan en su maltratada conciencia y se desenvuelven en la “estética del cinismo”

Fiel al concepto que tiene de sí mismo, Clemen conduce un Mini Cooper rojo modelo 1967, un vehículo más propio de un playboy que de un padre de familia, perfecto para acreditar su crisis existencial y su personalidad lujuriosa, como atestiguan su secretaria y otras tantas que el narrador no duda en mencionar.

La historia se desarrolla a lo largo de unas horas, las que van desde la tarde del viernes 25 hasta el domingo 27; y es una sucesión de acontecimientos –cada uno más truculento que el anterior– en los que se dibujan, enmarañándose, diferentes ambientes y personajes.

Al mundo de las altas clases sociales, en el que abundan señoras ociosas y chismosas, se une el que gira en torno a la lucha libre con sus hombres maleducados y vulgares, individuos que dilapidan su existencia.



Y a este, como en una espiral de consecuencias impredecibles, se añaden en perfecto caos los Alcohólicos Anónimos, los conspiradores políticos, los militares, los locutores deportivos, el padre exiliado, la policía, los bebedores irredentos y los que llevan una doble vida.



Todos giran en torno a un Clemen al borde del colapso. Como en entregas anteriores, los personajes ficcionales se mezclan con la situación política, ahondan en su maltratada conciencia y se desenvuelven dentro de la denominada “estética del cinismo”, amenizada por ráfagas de humor.



A tenor de la complejidad del enredo, sin embargo, el protagonista habría merecido un final mejor perfilado.