Alberto Ruy Sánchez

Alfaguara. Madrid, 2018. 304 páginas. 18,90 €. Ebook: 9,49 €

Alberto Ruy Sánchez (México, 1951) ha escrito un texto rabiosamente contemporáneo. Por "rabiosamente contemporáneo" entiendo un libro autoficcional (el autor actúa como personaje) y metanarrativo (a veces muestra cómo se construye) en cuyo contenido hay una mezcla deliberada de realidad y ficción. Ante obras así podría parecer que la novela aborda su enésima crisis y que la narrativa tradicional va perdiendo terreno en favor de experimentos más o menos exitosos. Pero esta es solo una de las múltiples facetas de un género versátil y multiforme.



Los sueños de la serpiente es una novela desconcertante que consigue mantener viva la atención del lector pese a su extremada singularidad. Un libro en el que, a pesar del meditado desorden, es posible rastrear dos partes. Así sucede cuando se actualiza la técnica de la transcripción de escritos ajenos, ese recurso cervantino que consiste en adjudicar el texto a alguien diferente de su aparente autor. La primera, que corresponde al "marco", ocupa los capítulos I y III, mientras la segunda, que recoge el cuerpo del texto, se desarrolla en el capítulo II.



En el "marco", un escritor que se parece a Ruy Sánchez relata cómo un desconocido le envía mensajes en los que muestra la intención de revelarle sus sueños y con ellos uno de los más oscuros episodios de la historia del siglo XX. Se trata de textos breves, escritos en cartones cuyos reversos contienen collages en los que abundan las serpientes (por debajo repta la aciaga simbología de los ofidios) que el escritor recoge en una carpeta rotulada Los sueños de la serpiente. Dado el carácter onírico y el dramatismo de los envíos, este narrador baraja la posibilidad de que su autor esté recluido en un hospital para enfermos mentales. Al mismo tiempo, y con la intención de aportar claves para la lectura de la novela, el autor se refiere a su carácter fragmentario y ataca, por falsificadores, el orden y la simpleza de la literatura realista. Incluso alude a libros icónicos como El rey Lear, para defender la complejidad. Y se refiere a ejemplos de personas perturbadas que sufrieron la crueldad en el convulso siglo XX, casos recogidos por dos médicos amigos.



En la parte central, la obra muestra los escritos y dibujos que un hombre cuelga en las paredes del psiquiátrico en el que está recluido. Así, el pasado reaparece de forma fragmentaria e incoherente, envuelto en el delirio y alejado de las convenciones narrativas del realismo contra las que, también aquí, se lanzan dardos envenenados. La historia se convierte en una serpiente que sueña en las venas de ese hombre y que está dominada por la necesidad de ser contada. Es entonces cuando, por enésima vez, el texto se llena de seres trastornados a causa de las atrocidades vividas y, aunque en determinados momentos hay lugar para el amor, el contenido se va centrando en una de las historias más espeluznantes del siglo pasado: la de la construcción de una utopía comunista revolucionaria que no tuvo límites y que terminó, bajo el auspicio de Stalin, justificando el asesinato. Como ejemplo, se desgrana el magnicidio de Trotsky por Ramón Mercader y se alude a los innumerables genocidios de los campos de concentración bolcheviques.



La novela, complejísima, presenta un mosaico personal y a la vez universal sobre la vida, el amor y la maldad humana; es un compendio de géneros, voces narrativas, fotografías, dibujos y referencias literarias e históricas; y ejerce, a pesar de su tono alucinatorio y su apariencia caótica, un influjo irresistible sobre el lector avezado.