Image: República luminosa

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Novela

República luminosa

Andrés Barba

8 diciembre, 2017 01:00

Andrés Barba

Premio Herralde. Anagrama, 2017. 192 páginas. 16'99€, Ebook: 9'99€

"La infancia es más poderosa que la ficción", concluye en un momento dado el narrador de la nueva novela de Andrés Barba (Madrid, 1975), República luminosa. La cita sintetiza las razones por las que este libro supondrá un desafío a los partidarios de reducir cualquier lectura a un tema o, peor aún, a un argumento.

Porque seguramente el tema de este libro parezca la infancia y la relación que mantiene con la lógica adulta, del mismo modo que el argumento es fácil de transmitir en una o dos líneas: una ciudad de provincias a mediados de los 90 afronta el desafío, desembocado en tragedia, de un grupo de treinta y dos niños de entre 9 y 13 años que viven sin familia, sin atenerse a las reglas de la vida civilizada, y compartiendo un código lingüístico exclusivo. Pero diciendo esto, apenas hemos dicho nada acerca de República luminosa, cuyo rigor estilístico la convierte en un análisis acumulativo, cerebral y al mismo tiempo obsesivo, metafórico en ocasiones pero siempre narrativo, acerca de diversos ejes que la atraviesan: la pregunta acerca del grado de libertad o destino que implica la vida en sociedad, la vida articulada por el lenguaje y la mirada de los otros ("nombrar es otorgar un destino, escuchar es obedecer"); los paralelismos entre el amor y el miedo, un binomio tan fértil como el que se da entre lo sublime y lo siniestro...

Y desde luego, si nos atenemos a las confesiones de una primera persona devastada por su propio papel en aquellos sucesos de los que se erige como cronista, también estamos ante un libro arrasado por la imposibilidad de sostener el bien en uno mismo. En el libro de Pla recién rescatado por Destino, Hacerse todas las ilusiones posibles, el ampurdanés escribe algo así como que jamás logró compadecer la santidad con el sentido del ridículo. Y aunque sea una conexión fruto del azar lector, es imposible no vincular la cita a esa de Paul Gauguin que Barba escoge para encabezar su novela: "Soy dos cosas que no pueden ser ridículas: un salvaje y un niño". Definitivamente, un salvaje y un niño son muchas cosas, pero no santos; la lógica de la santidad ni siquiera les roza, en realidad.

En República luminosa, la lógica y la ética de los adultos es el adversario de esos niños salvajes que son perturbadoramente comparados a insectos o pájaros en abundantes pasajes del texto. Sin jerarquías, sin organización, sin rentabilidad (lo que más escandaliza a la ciudad de sus peores gamberradas es la "gratuidad" de las mismas), los niños parecen llevarse por el simple placer de jugar. En ellos, puede latir una violencia terrible pero indisimulable, horizontal y, lo que es más provocador, natural.

En su extraña lengua, que sólo llegará a ser descifrada por otra niña "civilizada" en las páginas de su diario íntimo (un detalle que juzgo relevante), sólo existe el presente de indicativo: la vida como puro presente. Y de hecho, en otro plano, el mismo libro tiene algo de parábola suspendida en el tiempo, aunque a la vez el narrador nos recuerda que los años 90 no disponían del mismo ecosistema comunicativo de hoy en día: ni móviles, ni redes sociales... En esas notas, como en el uso imagino que no del todo arbitrario de algunas fechas con gran poder sugestivo (11M, 15M...), se cuelan pequeños matices de orden histórico-político a enorme distancia de ser centrales, pero tampoco desdeñables.

El terrible final de República luminosa permite sostener sobre él los paralelismos de rigor con Conrad, pero tampoco sería extraño que alguien recordara manifestaciones indistintamente sofisticadas o masivas de lo gótico como referencia irónica de esa pequeña república luminosa y subsuelítica que organizan y diseñan los niños. Sea como sea, hay algo indudable que puede ser dicho sin caer en el spoiler: cuando se cierran las páginas del libro de Barba, la sensación de desamparo es enorme porque la escapatoria parece imposible y el fracaso, irreversible.

Y gracias a que la ambigüedad de la escritura (una ambigüedad rigurosa, precisa, todo lo contrario de la vacuidad) evita las obviedades, ese desamparo se parece demasiado al peso de seguir vivos cuando ya nos hemos perdido para siempre. En definitiva, y por si no quedó claro hasta ahora, República luminosa es un magnífico libro atravesado por corrientes profundas, indeterminadas, fundamentales.