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Novela

Juan Gómez Bárcena: "No hay nada malo ni poco ético en los finales felices"

31 marzo, 2017 02:00

Con sólo dos libros publicados (uno de cuentos, Los que duermen, considerado por esta revista una de las mejores opera prima de 2012, y una novela, El cielo de Lima, con la que ganó el Premio Ojo Crítico en 2014), Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) ha logrado despertar con su tercera obra de ficción, que será traducida pronto al alemán y al holandés, una expectación poco común. Kanada (Sexto Piso) es una novela sobre el Holocausto -con todos los riesgos que eso conlleva-, si bien está planteada desde una óptica original: arranca al final de la Segunda Guerra Mundial, y habla de la culpa y el desarraigo de un superviviente -sin nombre- de los campos de concentración.

El título hace referencia al famoso comando de Auschwitz en el que se confiscaban y clasificaban los bienes de los que llegaban al campo, y cuyos integrantes disfrutaban de ciertos beneficios. “De Kanada proviene el protagonista y eso agrava su culpa -señala el escritor-. Kanada era el lugar más cómodo para vivir, y a la vez el más triste de los lugares del campo, pues contribuía a la maquinaria absolutamente depredadora del Holocausto”.

Kanada es una novela sobre el Holocausto en la que, por cierto, no se lee la palabra “Holocausto”, ni “judío” ni “Alemania” ni “Hitler”. “Quise prescindir de las palabras cuyo significado estuviera ya gastado -dice el escritor cántabro, que atiende a El Cultural desde la Academia de España en Roma, en donde disfruta de una beca para artistas-. Además, para el personaje no tienen importancia: no importa si le metieron en el campo los nazis o los comunistas, ni si lo hicieron porque era judío, homosexual o disidente. Me quería centrar sólo en el sufrimiento de un ser humano”.

Pregunta.- Una idea recorre el libro: en los campos entraban inocentes y salían culpables. ¿Es todavía hoy incómodo tratar este aspecto de la historia?

Respuesta.- Es la idea principal del libro y no es cómoda, claro. En los campos sólo era posible sobrevivir a partir de un nivel de colaboración. La sospecha sobre sí mismos que tenían los supervivientes (“¿qué cosas terribles habré hecho para sobrevivir?”, se preguntaban) se acentuó por la reacción contra las víctimas tras la guerra. Hasta los años sesenta, los supervivientes estuvieron muy mal vistos, también por los propios judíos. Se los veía como personas que habían ido al matadero sin oponer resistencia, que no habían luchado por su pueblo. Y, como habían sobrevivido, se sospechaba de su comportamiento en los campos. Es una idea totalmente kafkiana: ser encerrado siendo inocente y terminar cumpliendo condena por algo que harás estando en el campo.

"El Holocausto es representable y debemos representarlo, pues nos sirve de guía, nos da unas coordenadas"

P.- ¿Tuvo presente la eterna polémica sobre la conveniencia o no de representar el Holocausto?

R.- El Holocausto es representable y debemos representarlo. No es que yo, a nivel individual, deba hacerlo, sino que como colectivo tenemos el deber de recordar. Conocer la historia no evita que podamos repetirla, pero nos da una guía, unas coordenadas.

P.- ¿Y la decisión de evitar lo explícito no responde a ciertas cautelas frente al tema?
R.- Desde luego. He sido bastante decoroso en las escenas más duras. El Holocausto, aunque está siempre presente, aparece muy tardíamente en la novela. Es un entorno muy representado, y era muy fácil caer en el melodrama y los tópicos.

La historia irrumpe en la novela con la Revolución Húngara de 1956, cuando gran parte del pueblo se levantó contra los ocupantes soviéticos. Gómez Bárcena hace entonces que su protagonista confunda presente y pasado, estalinismo y nazismo. “Hay un gran cinismo en la visión húngara de la Segunda Guerra Mundial -asegura-. En Budapest se recuerda muy poco el Holocausto y mucho, en cambio, la terrible y larga opresión rusa. Pero yo he querido poner de manifiesto lo que ambos regímenes tenían en común”.

P.- Lanzmann se quejaba de los finales felices en este tipo de historias, cuando en la realidad los finales felices apenas se dieron. ¿Quiso por eso evitar que Kanada termirara bien?

R.- Sí, aunque no tengo nada en contra de los finales felices. No me parece que haya algo poco ético en una historia que termina bien; quizás es poco realista, eso sí, pero nada nos prohíbe escribir sobre el Holocausto desde fuera del realismo.

P.- Usted lo hace de algún modo: su historia, por momentos, pone un pie en lo fantástico.

R.- Eso es porque yo buscaba atrapar un estado de ánimo. Este libro es más expresionista que los anteriores míos: la realidad se deforma para adaptarse a la psicología del personaje. Quería captar cómo una víctima que arrastra una inmensa culpa puede percibir la realidad después del trauma. Consistía en coger un elemento muy realista, muy conocido, y adoptar, en efecto, una mirada fantástica. Contar la historia desde la locura del protagonista.

"Escribir sobre la Segunda Guerra Mundial me acerca al género fantástico, ya que tengo que crear e inventar lo que no conocí"

Gómez Bárcena dice haber acudido sobre todo a testimonios, como el de la checa Heda Margolius. Como el personaje principal de Kanada, Margolius sufrió primero la represión nazi, y después la estalinista. También explora el papel de los kapos, los judíos que trabajaban a las órdenes de los nazis, superándolos a menudo en brutalidad. Encontró un valioso documento en las “poco citadas” memorias de Rudolf Hoss (Yo, comandante de Auschwitz), en donde el autor, recuerda Gómez Bárcena, cuenta cómo se "reafirmó en su visión pésima de los judíos" al observar el trabajo de estos kapos. "Lo que no decía Hoss es que esa brutalidad se debía a la propia estructura de los campos, que generaba unas condiciones dentro de las cuales solo cabía la posibilidad de ser un animal".

Novelista "poco observador"

P.- Hasta ahora sus historias evitan el presente. ¿Se animará algún día a escribir sobre su lugar y su tiempo?

R.- Por alguna misteriosa razón, prefiero el pasado o el futuro. Soy muy poco observador, y esto es raro en un novelista. Por eso mis exploraciones son siempre intelectuales o incluso fantásticas. En este caso, siento que escribir sobre la Segunda Guerra Mundial me ha acercado al género fantástico, pues he tenido que recrear e inventar un tiempo que no conocí.

P.- Empezó escribiendo cuentos, después novelas y ahora está escribiendo teatro. ¿Siente que se le agotan los géneros?

R.- En realidad he llegado al teatro en busca de nuevas herramientas para la novela. En esta novela no hay diálogos, y es un recurso del que voy prescindiendo poco a poco: es una constante en mis libros. Así que el teatro me ayuda a entrenarme en los diálogos, aunque sea para prescindir de ellos. No me parece mal prescindir de recursos o saltarse las reglas, pero siempre que uno maneje bien esos recursos y conozca bien esas reglas.

@albertogordom