Dennis Lehane

Traducción de Enrique de Hériz. Salamandra. Barcelona, 2017. 352 páginas, 19€

Dennis Lehane (Boston, 1965) creció a la sombra de las historias de Richard Price. Lo admiraba sobremanera desde los 14 años. Por eso hasta que le tocó compartir créditos con él en la poderosísima The Wire no hizo otra cosa que leerlo, y leer a todos los demás, James Ellroy a la cabeza. Los leyó y perfeccionó hasta lo impensable el músculo narrativo del siempre complejo alcantarillado que constituye cualquier historia de gángsters, partiendo de la compleja trama de relaciones "familiares".



Entonces, cuando lo hubo perfeccionado, y su nombre hubo figurado en algún que otro título de crédito más, títulos de crédito relacionados con series de culto en lo que al universo gángster se refiere -incluida la serie que puso en marcha Scorsese, Boardwalk Empire- emprendió su propia cruzada: completar un trilogía que pudiese mirar a los ojos, sin tener que apartar la mirada en ningún momento, a la que consagró a Mario Puzo. Sí, El Padrino.



En la primera entrega -la que tenía a un mítico bateador de los Red Sox y los turbulentos años posteriores a la Primera Gran Guerra como punto de partida: Cualquier otro día- apenas coqueteaba con el hampa; en la segunda -la justamente alabada Vivir de noche- sentaba las bases de ese, su propio submundo criminal, dándole un héroe monstruo llamado Joe Coughlin, el mismo Joe Coughlin con el que nos encontramos al inicio de esta obra, la novela encargada de cerrar la trilogía -y su cruzada- y que supone, como bien dice Stephen King, una nueva cima en el siempre atractivo subgénero mafioso.



De hecho, dice King que Ese mundo desaparecido es la mejor novela de gángsters desde El Padrino, y, a juzgar por el endiablado ritmo de la propuesta, que el lector es incapaz de abandonar -no es que sea magnética, es que es hipnótica, y muchas cosas más, hasta el punto de hacerte desear que el mundo se detenga para no hacer otra cosa que leerla- hasta el portentosamente devastador final, y lo complejo y brillante de la trama, podríamos decir que se queda corto.



Pero, veamos, ¿qué es exactamente lo que ocurre? Que alguien ha amenazado a Joe Coughlin, el gángster intocable, de muerte. Y es extraño, porque sus buenas relaciones con el gobierno lo habían convertido no sólo en pieza clave del clan de los Bartolo, sino en el clásico motor de la supervivencia de los de su especie, algo a lo que contribuía su condición de "retirado" con talento para la solución de problemas de todo tipo entre los distintos clanes y sus distintos "reyes".



Coughlin tiene un pasado horrible -en el que perdió a su mujer- un niño de nueve años, Tomas, al que adora por encima de todas las cosas y con el que se muestra siempre solícito y atento, y ningún escrúpulo. Cree Coughlin que porque se siente culpable después de matar a quien sea, es un buen tipo. Pero, como dice el propio Lehane, hasta los monstruos aman a sus hijos. Después de todo, lo que aman es la sangre. Su sangre. ¿Y qué sabe Joe de su asesino? Que puede ser cualquiera.



Esconderse en cualquier lugar, matarle en cualquier momento, y por cualquier razón. La cosa es que parece que piensa hacerlo el Miércoles de Ceniza. Descubrirlo pondrá en marcha una pesadilla con aspecto de bomba de relojería lista para estallar, cuya cuenta atrás se puso en marcha en el momento en el que Coughlin se topó con el fantasma de un niño -un niño que bien podría ser él mismo- en una fiesta.



Por su deliciosa construcción de personajes -cuyas tramas se van enlazando en un despiadado vals narrativo sencillamente insuperable-, por cada una de sus líneas de diálogo -como dardos, a ratos, venenosos, a ratos, reflexivos, aleccionadores, y negros, siempre muy negros-, por su acción -tan inteligente como trepidante- y por su moraleja -el capitalismo salvaje tiene acólitos en las calles pero también los tiene en los bancos; unos atacan con pistola, a otros les basta un bolígrafo- estamos ante una obra magna. Una obra magna de fantasmal aliento poético sobre todo aquello que ya nunca podremos ser por estar condenados a ser lo que somos.



@laura_fernandez