Bohumil Hrabal

Traducción de Monika Zgustova. Galaxia Gutenberg, 2016. 106 páginas, 13'30€

Bohumil Hrabal (Brno, 1914-Praga, 1997) recuperó en Mi gato Auticko su reconocible costumbre de situarse en el centro de la historia, como protagonista, en este caso, de una balada gatuna que se convierte, al paso de las páginas, en un angustioso tour de force sobre la culpa.



Tras un planteamiento en apariencia sencillo -un tierno homenaje a sus gatos-, transitan también, desdibujados, ciertos fantasmas del siniestro siglo XX europeo. Hrabal mantiene dos casas, una en Praga y otra en Kersko, a pocos kilómetros de la capital, en donde escribe y viven sus adoradas mascotas. Un entorno óptimo para el desempeño intelectual cuya paz se altera cuando los gatos comienzan a reproducirse sin control. La mujer de Hrabal llora, el escritor tiene los nervios rotos. Hrabal evita ir a su casa de Kersko, pero al mismo tiempo sufre cuando no está, pues piensa en cómo se encontrarán sus gatos. Vaga sin rumbo por la gris periferia de Praga.



Al fin, se impone una "selección natural" que pretende reinstaurar el orden en la casa de campo: el asesinato selectivo de unos animales a los que antes, en las primeras páginas, el autor, con una delicadeza extraordinaria, ha humanizado a ojos del lector. Consumado el crimen, los supervivientes mantienen su fidelidad al dueño. "Me daban la bienvenida de lejos, sus ojos me transmitían ternura, me querían todo entero, cuando me inclinaba sobre el barreño, se deshacían de amor y la boca se les humedecía tiernamente, yo lo era todo para ellos, yo era lo más maravilloso que habían tenido en su vida", escribe Hrabal, atenazado por la culpa.



Coetzee, reconocido animalista, ha defendido en alguna ocasión la construcción, en medio de la ciudad abarrotada, de un matadero transparente, con la sangre salpicando los cristales: nada como ver un muerto para defender la vida. La opacidad es indispensable en cualquier matadero. Esta novelita de Hrabal logra precisamente ser ese cristal.