Don Winslow. Foto: Susie Knoll

Traducción de Efrén del Valle. Premio RBA. RBA, Barcelona, 2015 704 páginas, 20€. Ebook: 5'99€

El año 1936, una revista de caza vinculada a Esquire publicó un relato de Ernest Hemingway titulado On the Blue Water. Dicho relato consistía en dos cazadores charlando sobre sus preferencias a la hora de cazar. El relato se abría con la siguiente frase, que el tiempo y su rotundidad han convertido en aforismo: "No hay cacería como la caza de hombres". Don Winslow (Nueva York, 1953) , el moderno Mario Puzo, el norteamericano fronterizo (su casa, dice, está tan próxima a la aduana como la de Walter White), la rescata en su último disparo, El Cártel, la monumental secuela de la novela que lo situó en el mapa, El Poder del Perro. ¿Y qué hace con ella? Construye a su alrededor un mundo.



La cacería de la que se ocupa es, evidentemente, la de Barrera y Keller, los dos antagonistas de El Poder del Perro: uno (Adán Barrera) es el hombre más poderoso de México, un "capo" del narcotráfico sin escrúpulos (tan parecido al "Chapo" Guzmán que podría ser él); el otro (Art Keller) es un agente de la DEA, pero no uno cualquiera, sino el que mejor conoce a Barrera y también el único que ha sido capaz de darle caza. Es por eso, porque Keller le dio caza, que Barrera se encuentra en prisión. Pero la prisión para Barrera es una mansión con cientos de criados, en la que puede invitar a cenar a la chica de la celda contigua, comprarle un vestido y fingirse un caballero sirviendo él mismo el vino. Mientras, fuera, Keller cuida de las abejas.



¿Abejas? Para Winslow existe un paralelismo entre las abejas y los hombres que integran el ejército invisible (omnipresente y omnipotente) de Barrera: unas y otros no existen como individuos, sólo como colectivo. De ahí la cita de Muriel Barbery ("Creemos que podemos fabricar miel sin compartir el destino de las abejas"), suerte de brillante epitafio para los caídos en batalla, una batalla que, por cierto, nada tiene que ver con las drogas, en palabras del propio autor, sino más bien con el poder, y con la pérdida de la fe, y su improbable aunque posible recuperación. De eso dice Winslow que tratan todas sus novelas. De la pérdida de la esperanza.



Pero, veamos, ¿está El Cártel a la altura de El Poder del Perro? Sí, muy a su altura. De hecho, anda pisándole los talones. No puede decirse que sea mejor porque en aquella operaba el factor sorpresa. Digamos que en aquella el cruentísimo y a la vez exquisito narco noir de Winslow había dado un paso al frente. Winslow le había dado al mundo de la ficción, con la misma elegancia y ambición que Mario Puzo en su momento, un hueso que roer: el de la narco mafia. Sí, Winslow alejó a la mafia de Italia (y de Italoamérica) y la colocó en Sudámerica (México, Colombia: ¿o acaso no es Narcos, Los Soprano post-Winslow?), a nivel ficcional, y así, hizo aquello que los periodistas a los que dedica El Cártel no pudieron hacer: contar la verdad.



Y aunque todo en la historia, un campo de minas de subtramas poderosamente magnéticas, huye (huye Barrera, que ha escapado de la prisión; huye Keller, cuya cabeza tiene precio, nada menos que dos millones de dólares; huye hasta el último de los secundarios, entre los que brillan Magda, la femme fatale que quiso ser narca, y Chuy, Jesús El Niño, un asesino de 11 años que acabó uniéndose a La Familia matanarcos), incluso la trama, que parece galopar, alejándose de todo y todos, la construcción, es obra de un osado y exigente arquitecto, que no sólo conoce a la perfección los entresijos del narcomundo sino que ya es todo un maestro en lo que a la literatura al servicio de la verdad se refiere. Tan acertado es el retrato que, a unos días de publicarse la novela se fugó de la cárcel, como se fuga Barrera, el "Chapo" Gúzman, que acaba de volver a ser capturado, haciendo de la realidad un reflejo de la ficción.



Es El Cártel una novela masculina, una novela de hombres jugando a ser hombres con pistolas, una novela de condenados, en la que la soledad de los protagonistas es tan dolorosa como el recuerdo de una vieja y profunda herida, en la que México es un cementerio de secretos y la Familia, con mayúsculas, una agotadora trampa, casi siempre, mortal. ¿La conclusión? Winslow es el Dickens del narco noir, y su último asalto es un titánico ejercicio de reflejo del despiadado mundo real, un mundo maligno, en el que a veces tenemos que hacer el mal para sobrevivir.



@laura_fernandez