Roque Larraquy

Turner. Madrid, 2014. 157 páginas, 11'90E. Ebook: 5'99€

Extraña y turbadora son dos términos que definen bien una obra como La comemadre (2010), opera prima de Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) que llega ahora al lector español bajo el sello de Turner. Su autor acaba de publicar un segundo libro en Argentina -Informe sobre ectoplasma animal (2014)- que resulta igualmente sorprendente. La comemadre, de hecho, es inclasificable desde los cánones que rigen la literatura al uso y está trufada de cierto aire surrealista.



La obra consta de dos partes: la primera se sitúa en Temperley, provincia de Buenos Aires, en el lejano 1907; y la segunda en la capital del país, en el reciente 2009. Aparte de esto, escasos elementos vinculan la historia con la realidad del lector, y pocos también, aunque significativos, relacionan entre sí ambas secciones. En un sanatorio de Temperley, el doctor Quintana se enamora de Menéndez, la jefa de enfermeras de rostro casi impenetrable, que también es objeto de deseo para otros médicos de la plantilla. Entre todos ellos llevarán a cabo un experimento sádico y brutal que consiste en guillotinar a pacientes enfermos de cáncer para probar que sus cabezas pueden mantener la capacidad de hablar durante nueve segundos. En la segunda parte, un artista polifacético revisa el borrador de una tesis doctoral sobre su vida y su obra, que resultan tan extravagantes y grotescas como sus propios comentarios.



A pesar de la aparente disparidad, algunos elementos ligan las dos historias: la existencia de unas ranas de metal -un juguete para niños ciegos-; la presencia de cuerpos desmembrados -cabezas, brazos, piernas, dedos-; la relación de parentesco entre alguno de los médicos de la primera parte y un personaje de la segunda; la supervivencia de la comemadre, "una planta de hojas aciculares [...] cuya savia vegetal produce [...] larvas animales microscópicas"; y la existencia de unas extrañas hormigas que reaparecen aquí y allí formando círculos casi perfectos y que recuerdan al ciempiés de La celosía de Robbé Grillet. El mismo estilo de la obra, neutro, recurrente en ocasiones, pormenorizado en algunas descripciones y desprovisto de emociones, también evoca la escritura del nouveau roman.



Como sucede en el movimiento francés de mediados del siglo XX, Larraquy centra su expresión literaria en objetos y situaciones irrelevantes, prescinde de las conexiones lógicas entre los hechos y presenta un universo fragmentado y objetivo en exceso al que ha despojado de rasgos humanos de forma deliberada. Privado de la ética de las imágenes, solo le queda el cinismo, dar cuerpo a "una [...] obra que estimule la vulgaridad y la vergüenza ajena. Una performance nazi o antinazi donde un judío auténtico sufra una paliza. La mutilación genital de una africana proyectada en sinfín sobre las paredes de un hospital público". No sé si los tiempos reclaman esta forma de escritura, pero sí que es incómoda, perturbadora y a veces irritante.