Ken Follett. Foto: Pablo Viñas

Traducción de VV.AA. Plaza & Janés. Barcelona, 2014. 1.152 páginas, 24,90 €. Ebook: 11,99 €

La noche del 8 de agosto de 1974, muchos estadounidenses se apiñaron delante de sus televisores para ver a Nixon anunciar su dimisión como presidente de EE.UU. Ese momento forma parte de El umbral de la eternidad, la última y más voluminosa entrega de la trilogía de Ken Follett (Cardiff, Reino Unido, 1949) sobre el siglo XX. Y para él lo político es siempre muy personal. Así que un hombre y una mujer están sentados viendo la caída de Nixon. Durante años han tenido una relación platónica. Brindan, se besan y terminan haciendo el amor maravillosamente. (Duración: media página de un total de 1.098). Así mantiene Follett el interés de la historia.



Su repertorio de otros métodos es limitado. Y, aun así, ya ha atraído a mucho lectores con los dos primeros volúmenes de turbulencias mundiales. La caída de los gigantes recorría la Revolución Rusa; la lucha de las mujeres por el voto; los desmanes cometidos por la aristocracia británica tanto entre sus iguales como entre sus subordinados; el Nuevo Mundo abriéndose a los inmigrantes que huyen de Europa a EE.UU.; y las inquietudes del presidente Wilson sobre si involucrar a su país en la I Guerra Mundial. Para ilustrarlo todo, el autor creó cinco familias (rusa, inglesa, galesa, alemana y estadounidense) cuyos destinos confieren un carácter personal a los acontecimientos históricos. Algunos de estos personajes tienen la habilidad de estar convenientemente situados muy, muy cerca del poder. A lo largo de la serie, líderes reales han encontrado sorprendentemente la manera de confiar sus pensamientos más íntimos a los eficaces recaderos de Follett.



El primer volumen era el que más satisfacía las exigencias de un culebrón, con imperios en juego y los lectores próximos a la acción. El segundo, El invierno del mundo, abarcaba la Segunda Guerra Mundial y era, por fuerza, más impactante. Una de sus escenas imborrables afecta a dos alemanas, Rebeca, de 13 años, y Carla, una generación mayor, rodeadas de depravadas tropas rusas. En un acto de coraje estremecedor, Carla convence a los soldados de que la violen a ella pero dejen a Rebeca.



Cuando empieza El umbral de la eternidad, Carla y Rebeca están vivas y a salvo. Es 1961. Viven en una Alemania Oriental que todavía no ha sido separada de Occidente por el Muro. Pronto la vida de Rebeca recibe un duro golpe cuando descubre que su marido, Hans, es miembro de la policía secreta de la RDA y que se ha casado con ella únicamente para espiar a su familia. Dado que en estas novelas la gente suele ser o muy buena, o muy mala, Hans irá apareciendo a lo largo de las próximas 1.000 páginas para hacer sufrir de vez en cuando a los parientes de Rebeca.



El autor se apresura a equiparar la pérdida de libertad de los alemanes orientales con la situación de los negros privados de derechos civiles en el sur de Estados Unidos. Sea cual sea la opinión que se tenga de esta comparación, introduce a George Jakes, el estudiante mestizo de Harvard cuyo abuelo, Lev, huyó de Rusia en el primer volumen (y cuyo padre, un senador blanco, le tiene aprecio pero no reconoce la paternidad). George es un personaje extraordinario, y no sorprende en absoluto que Follett lo convierta en una figura clave en algunos momentos históricos de verdadera importancia. La descripción que se hace en el libro de lo que le ocurre a un autobús lleno de Viajeros por la Libertad (George entre ellos) en Alabama es realmente terrorífica. Sus descripciones del heroísmo de George también suenan creíbles.



El autor es severamente crítico con la sinceridad del compromiso de Kennedy con los derechos civiles, sobre todo cuando ese compromiso se convierte en un lastre político. Pero nunca permite que un debate político se convierta en un estorbo por mucho tiempo. En el Kremlin, Dimka Dvorkin (nieto del agitador bolchevique del primer libro), situado en las altas esferas, se las apaña para estar al lado de Nikita Jruchov y de todos los líderes que le siguieron, y mantener informados a los lectores de cómo funcionaba la política comunista. Pero él también tiene los consabidos problemas con las mujeres que le permiten interrumpir toda esa palabrería de la burocracia política. Y ha ascendido al papel de consejero cuando entra en escena un brillante joven reformador llamado Gorbachov.



El umbral de la eternidad termina en otro umbral. En su epílogo de 2008, las mismas personas que veían en televisión el despliegue de otra historia muy diferente, miran ahora el discurso de Obama la noche de su victoria electoral, algo perfectamente coherente con la línea temporal elegida por Follett. Un niño pregunta por qué un hombre mayor del grupo está tan emocionado. La verdad: "Es una larga historia".



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