Premio Logroño. Algaida, 2014. 256 pp., 18 euros. Ebook: 9'99 e

Nunca, desde su llamativa aparición a comienzos de los 80 con un par de novelas de ambiente chino, ha sido Jesús Ferrero (Zamora, 1952) un narrador de asuntos, personajes ni planteamientos convencionales. Escritor, además, versátil, nada sorprende que Doctor Zibelius se interne en el territorio de la fanta-ficción y cuente una historia al límite de la verosimilitud, la manipulación del cuerpo humano como resultado conjunto de enajenadas ansias experimentales, del progreso científico y de una indagación en los fundamentos psico-físicos de nuestra naturaleza. El argumento que ahora relata tiene antecedentes genéricos ilustres como el Frankenstein de Mary Shelley o el Doctor Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson. Y guarda relación bastante directa con la valiosa y desconocida Corte de corteza de Daniel Sueiro.



Al igual que el olvidado narrador gallego, Ferrero relata un trasplante de cerebro entre dos víctimas de un accidente realizado por unos visionarios neurocirujanos, el Zibelius de "mente abismal" del título y su cómplice Marcovi: una ha conservado íntegro el cuerpo y otra el cerebro. Con ambos restos amalgaman un tal "Claudius", quien arrastra por el mundo el grave conflicto de una personalidad disociada que suma los caracteres muy distintos de un escritor bohemio y disoluto y de un profesor reconcentrado y serio. El nuevo Claudius afronta las dificultades previsibles: reencuentro con familiares y amores, extraña percepción de la realidad, desavenencias del cuerpo y el cerebro frente a los requerimientos corrientes de la vida... El desenlace reserva una vuelta de tuerca que lleva estas complicaciones a un punto extremo que no desvelaré aquí. Tan formidable como arriesgada inventiva remite, por supuesto, al clásico enigma del doble, anunciado en la cita de Nerval que abre el libro: "Yo soy el otro".



A partir de materiales conocidos, Ferrero monta una historia original. En ella hay algo de homenaje a los clásicos de la invención fantástica. A la vez, se aprecia un descreimiento postmoderno en sus varias fuentes que funcionan como clichés tratados con ironía y hasta burla. Además, se solapan reflexiones metafísicas y pinceladas poemáticas. Las situaciones tienen con frecuencia hondura dramática, pero el terror se relaja con escenas un tanto jardielescas. Algo parecido ocurre con los personajes, no solo con Claudio, afligido por su angustiosa situación a la vez que tentado por inéditas experiencias, sobre todo sexuales, sino también con los temerarios médicos. Zibelius y Marcovi encarnan la pasión científica aureolada de pulsiones utópicas a la vez que manifiestan comportamientos charlotescos.



El fondo de la historia remite a inquietudes antropológicas muy serias. Aborda el arcano de la identidad. Habla de los límites de lo sensorial. Insinúa la posibilidad de una metempsicosis física. Se refiere a lo incomprensible. Se asoma a la iluminación del mundo facilitada por la alucinación. Reflexiona sobre la autonomía del espíritu. Con frecuencia surge la locura. Plantea las fronteras indecisas entre los sexos y en las relaciones amorosas. Por todo ello, tiene una carga fuerte de novela de pensamiento, pero una técnica brecktiana de distanciamiento sirve para incitar al lector a que reflexione entre aterrorizado y divertido sobre ese fenómeno raro que llamamos vida.