Louise Erdrich. Foto: Bettina Strauss

Traducción de Susana Glynne Jones de la Higuera. Siruela. Madrid, 2013. 352 páginas, 21'95 e. Ebook: 9'99 e



La obra de la escritora de raíces alemanas, francesas y ojibwes Louise Erdrich (Little Falls, Minnesota, 1954) delinea un territorio privilegiado cuyo paisaje es el de las reservas indias en Dakota del Norte. ¿Es que Erdrich es la portavoz de una minoría? En parte sí, pero la buena literatura no se parece demasiado a una asamblea de pedagogos, de modo que sus libros no se agotan en la agenda social aunque la tengan en cuenta. Y aunque casi siempre basculan sobre el universo indio, éste no necesariamente los acota, como podrá comprobar quien se acerque a las peripecias de europeos en América de la notable El coro de los maestros carniceros (Siruela, 2011).



En la base de La casa redonda, una novela para quitarse el sombrero que ganó el National Book Award en 2012, está la denuncia de una aberración: "una de cada tres mujeres indígenas será violada a lo largo de su vida", explica Erdrich en el Epílogo. Como la justicia en las reservas está condicionada por una ineficaz madeja de leyes y jurisdicciones, por no hablar del racismo, en muchas ocasiones ese crimen quedará impune. He ahí el caldo de cultivo que hacía necesario contar una historia como esta: el juez tribal Antone Bazil Coutts y su esposa Geraldine, a quienes ya conocimos en la igualmente espléndida Plaga de palomas (Siruela, 2010), forman una familia ejemplar junto a su hijo de trece años Joe. Él es el narrador que nos explicará, rememorándolo décadas después, lo que ocurrió en 1988 cuando Geraldine casi muere al ser violada en el espacio de culto de la Casa Redonda.



Este único narrador en primera persona, sólo complementado por las fábulas que cuenta ese anciano genial llamado Mooshum, le da a la novela una homogeneidad distinta -no mayor- a la habitual en Erdrich, y la hace avanzar con intencionalidad y ritmo más constantes que otros libros suyos. Por lo demás, la autora usa su imparable batería de recursos narrativos con la aparente naturalidad de siempre, despuntando en la construcción de los personajes, desde una anciana obscena hasta la escotada Sonja, pasando por esa pandilla de amiguetes que intentan resolver el caso por su cuenta (algo que recuerda a una película ochentera de Amblin sin edulcorante), un sacerdote católico ex marine o un padre a lo Atticus Finch. Impresionan la precisión sin efectismos al retratar la quiebra física y mental de Geraldine y la voz narrativa del protagonista, que es muy lúcida porque estamos ante una novela de aprendizaje. Todo salpicado por el humor, la ternura y un horror seco.



Ahora, una precisión sobre lo que la contraportada nos dice que USA Today dijo de La casa redonda, a saber: que recuerda a García Márquez. Hombre, pues no. Es cierto que la autora se mueve en un registro que podría calificarse vagamente de "realismo mágico", pero los pliegues por los que aquí asoma la peñuza daimónica no tienen nada que ver con Macondo. A cada magia su forma, sus normas y sus contornos. La sombra de lo soñado en Erdrich es sutil y complacería a Patrick Harpur: los fantasmas ojibwes están y no están, no son artificios de feria. Plaga de palomas y La casa redonda parten de una agresión para explicar la verdad de una comunidad, luego de un país, luego del hombre. En ambos libros la ley es un árbol del ahorcado que no ofrece amparo. Contra esa vulnerabilidad, que en La casa redonda sacrifica casi ritualmente a una madre, Louise Erdrich erige un árbol familiar, una voz hecha de voces. Una literatura. hecha de voces. Una literatura. Todo lo que le ha publicado Siruela vale la pena.