Eugenio Fuentes. Foto: Iñaki Andrés

Tusquets. Barcelona, 2013. 456 p., 19'90 e. Ebook: 11'90 e.



Me parece incuestionable que la novela actual no puede ignorar las muchas conquistas formales que le aportó la pasada centuria y que no debe escribirse como hace más de un siglo. Sin embargo, se siguen practicando las formas tradicionales y las damos por buenas si un autor es capaz de levantar con ellas un mundo imaginario suficiente. Pienso en esas obras que tienen fuerza para sumergirnos en una historia bien poblada de anécdotas y personajes. Eso ocurre en Si mañana muero, donde el cacereño Eugenio Fuentes (Montehermoso, 1958) desarrolla sin el menor prurito de modernidad una historia honda y conmovedora situada en una de las más trilladas situaciones de nuestra prosa narrativa, la guerra civil. Tampoco en este sentido Fuentes busca enfoques revulsivos porque recoge todos los tópoi habituales del asunto, a pesar de lo cual logra una narración interesante. Eso sí, el argumento tiene los suficientes datos de originalidad anecdótica como para que el libro pueda competir con cuantos han transitado ese territorio.



Parte la novela de una situación imaginativa: un misterioso visitante, el aristócrata Jerónimo De las Hoces, compra un cuadro en la exposición de un joven novel, David, paga por la pieza una cantidad grande (¡mil pesetas de 1936!) y en la misma puerta de la galería le prende fuego. Un arranque de dignidad del pintor le lleva a quemar los billetes y juntar las cenizas con las del lienzo. Sospechamos nada más arrancar que pintor y coleccionista van a encontrarse de nuevo, y así es. Ese hilo reaparece en el escenario de la novela, un pueblo del frente extremeño, Breda, una bolsa del ejército gubernamental frente al avance de los golpistas, donde el pintor lucha como voluntario republicano y el aristócrata ha levantado un monumental mausoleo en recuerdo de su esposa muerta. Los motivos previsibles modulan este trecho narrativo que abarca un año entre mediados de 1936 y 1937. Uno de ellos es ideológico, y presenta la retórica de los contendientes con la verdad de las simplificaciones. El otro abarca los dramas de la guerra, con un vivo sentimiento antimilitarista, y la represión falangista. Ambos comparten una afortunada ideación de curiosas e inventivas anécdotas (tal la de unas vacas marcadas sucesivamente con la hoz y el martillo y con el víctor franquista) que proporcionan un interés renovado a ese argumento convencional. Añade la novela además el aliciente de una amarga y valiente historia de amor nucleada en torno a Marta, una joven música que toca la viola y que aporta un destacado subtema, el idealismo y abnegación de la juventud republicana en su lucha por la libertad.



Dos extensas partes acogen estos acontecimientos fundidas por la conversión de los voluntarios "civiles" en "soldados". Una tercera parte, "Los muertos", lleva la acción a 1951, al presente en Francia de los vencidos, donde vive exilada Marta, y a Breda. Funciona como un balance de la guerra. En el pueblo, perviven las consecuencias de la contienda, y en Toulouse la chica ha rehecho su vida. Este amplio bloque produce desconcierto por la convivencia de un pasaje en clave de farsa, en el límite mismo del expresionismo, la visita al pueblo de Franco para una de sus famosas cacerías, con el naturalismo de las restantes escenas. Todo ello, sin embargo, encaja dentro de un objetivo general, que se materializa en las incertidumbres de uno de los personajes secundarios, un teniente de los vencedores inseguro de su papel: "Vivimos una época confusa".



Si mañana muero acompaña esta materia humana de dimensión moral con preocupaciones culturales. Se habla bastante del sentido profundo de la música, se citan, sin mencionar a su autor, Dionisio Ridruejo, los Sonetos a la piedra, y sobre todo, se plantea el papel del arte mediante el cerrado alegato de Rubén. No quiere hacer pintura que predique ideología o refleje la realidad como un notario: "Solo quiero ser un pintor", proclama. De este modo, vida y expresión artística se funden en una novela que recrea con pulso psicologista peripecias humanas que iluminan a fogonazos lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza y que, sin buscar el didactismo de la lección explícita, se salda con un mensaje positivo.