Antonio-Prometeo Moya. Foto: archivo del autor

Lengua de Trapo. Madrid, 2012. 240 páginas, 23 euros

En los tiempos de nuestra democracia naciente fue Antonio-Prometeo Moya (Montiel, 1949) uno de los nuevos valores más notables de la narrativa española. Retrato del fascista adolescente, Ópera ibérica o La loba lo colocaron en lugar destacado dentro de un amplio proceso de innovación formal. Un largo silencio cortó tan prometedor arranque y su regreso a la novela hace pocos años nos pasó inadvertido a casi todo el mundo. Muchos ni siquiera vimos sus libros penúltimos. Sería una pena que tal olvido continuara con la interesante Muerte de un ciudadano por encima de toda sospecha.



Como el tiempo no pasa en balde, no queda demasiado del narrador un tanto espeso que Moya fue hace tres decenios. Aunque pervivan el gusto por la inventiva y la estructura exigente, hoy ha eliminado la lectura algo dificultosa y se ha decantado por una historia clara, a pesar de un arranque trufado de enigmas que permanecen hasta el desenlace. En cierto modo, se trata de un relato de suspense y acción, elementos atractivos pero instrumentales para que descanse sobre ellos una esperpéntica crónica de actualidad. Ese sorprendente comienzo refiere las sucesivas y encadenadas muertes en 2008 del constructor barcelonés Josep Pujol Le Mans. El luctuoso suceso da pie a la entrada en el escenario -se trata de un relato de fuerte ideación teatral- de la familia y de algún amigo estrecho del difunto. Con la peripecia biográfica de Pujol y con la red de anécdotas de los allegados, la novela acomete una muy crítica revisión de la clase empresarial catalana, y por extensión española, del presente y pasado inmediato, a la vez que escarba sin contemplaciones en sus raíces en la posguerra.



La retórica en torno a Pujol, "empresario ejemplar" e "insobornable capitán de empresa", funciona como hilo conductor de un desnudamiento implacable de la alta burguesía, con sus bifurcaciones por los negocios, la política y la moral. Para dar cuenta de la situación, Moya dispone un planteamiento argumental afortunado. El narrador es un escritor que recaba información "para escribir una novela sobre el hundimiento moral y físico de Barcelona". De ahí la curiosa doble deriva que toma el relato. Por una parte, es una novela de descripción un tanto tradicional de las formas de vida, el pensamiento y las actitudes de un grupo social bien acotado, algo como lo que hicieron en su momento los narradores decimonónicos críticos con la burguesía.



En síntesis, Moya recrea las intrigas de un puñado de familias nada ejemplares. Por otra parte encontramos una crónica testimonial, casi directa, incluso con mucho de divulgación histórica, de un tiempo tan actual que se habla de crisis con explícita referencia a las aflicciones que estos días nos tienen en vilo. No consiste solo en el sustrato ambiental que las novelas suelen utilizar como fondo del argumento, sino en auténticos excursos informativos llenos de detalles ciertos que recapitulan la historia española cercana.



El mismo léxico apunta con claridad la intención crítica que mueve al autor: apaños, trapicheos, chanchullos, pájaro de cuenta, braguetazo, artistas del timo y la estafa, gatuperio, etc., etc. Estas voces delatan qué grado de corrupción generalizada significan los hechos imaginarios. La mezcla de lo documental y lo inventado produce un curioso tipo de relato, híbrido de ficción y reportaje. El duro retablo resulta, además de aleccionador, muy divertido. Todo -negocios, política y cultura- está visto con un jocoso aire festivo y se cuenta con burlas, ironías y sarcasmos.