Juan Villoro. Foto: Antonio Moreno

Anagrama. Barcelona, 2012. 232 pp. 17'80 e. Ebook: 13'99 e.

Juan Villoro (México DF, 1956) no podía limitarse a escribir una novela policíaca clásica, aunque utilizara la arquitectura del género. Autor bien conocido por los lectores españoles (obtuvo el premio Herralde en 2004), con Arrecife busca alcanzar a un amplio espectro de lectores sin renunciar a una calidad que le sitúa hoy entre los mejores representantes de la narrativa y el ensayo latinoamericanos.



La acción de Arrecife se ubica en un decadente hotel, "La Pirámide", de una degradada costa mexicana tropical, en la que domina el tráfico de drogas, acosados sus huéspedes por una falsa guerrilla, aunque la real no quede lejos. Se sitúa en Kukulcán (tal vez Cancún) desolado, rodeado de miseria, donde advertiremos también el sustrato maya, que Villoro analiza no sin crueldad. El protagonista, Tony Góngora, crea el ambiente musical de los peces de un acuario. De hecho, llega a ser integrante de la banda "Los Extraditables", característica de los 60. Es ésta una de las claves que otorgan mayor peso a la narración: la nostalgia de un pasado que origina las claves del presente.



Villoro sabe bien cómo evadirse de la simplicidad del género sin abandonarlo. El auténtico protagonista, quien mueve los hilos y es el eje de la narración, es Mario Müller, el director del complejo y quien le propuso al "gringo Petersen" tan extraño negocio, el de la atracción que produce no tanto la aventura como el miedo. Este personaje formó parte, asimismo, de "Los Extraditables", el conjunto de rock al que Villoro atribuye los excesos e ideales de los 60. El novelista acabará denominándoles, no sin ironía, "prófugos de la contracultura".



La amistad entre los dos hombres constituye otro de los pilares de la narración. Bien es verdad que no ha de faltar el asesinato, el de Ginger, un homosexual arponeado en el acuario, y aún otro más. El narrador, Tony, pasó la dura etapa de la droga y en su mente se producen lagunas que, en parte, intentará remediar su amigo, quien lo utiliza como "hombre de confianza". Le falta un dedo y cojea. Leopoldo Támez es el jefe de seguridad. Antiguo policía, "usó uniforme para abusar de los habitantes de Punta Fermín". Junto al drama, el novelista se distancia a menudo y con eficacia a través del humor y, a la vez, describe con la minuciosidad de un entomólogo actitudes o detalles que otorgan cierta verosimilitud a un argumento improbable. Sus piezas se ordenarán oportunamente, pero tras todo ello el lector advertirá otro propósito: analizar el México de hoy: "En todos los periódicos del mundo hay malas noticias sobre México: cuerpos mutilados, rostros rociados de ácido, cabezas sueltas, una mujer desnuda colgada de un poste, pilas de cadáveres. Eso provoca pánico. Lo raro es que en lugares tranquilos hay gente que quiere sentir eso.[...] El tercer mundo existe para salvar del aburrimiento a los europeos" (p. 63). Sobre esta trágica visión de México se sustenta la fábula simbólica, donde los turistas son clasificados mediante brazaletes de colores, como en los campos nazis de exterminio.



Arrecife se lee con interés y, como novela negra, se permite la crítica social a diversos niveles. El autor ha conseguido crear un ambiente claustrofóbico, transformar lo que pudiera ser real en ficción dentro de la ficción. Acaba deshaciendo los enredos de una muy compleja madeja y rompe finalmente con la moral ad usum: "Caminé por el pasillo confundido por un hecho irremediable: el asesino me caía bien". Conviene no perder la pista de este brillante escritor mexicano.