Rey Lear. Madrid, 2011. 347 páginas. 21'95 euros

Aunque Emma Cohen (Barcelona, 1946) es más conocida por su trabajo de actriz que como narradora, la aparición de Ese vago resplandor es una ocasión para ocuparse, aunque sea brevemente, de una escritora cuya obra nada tiene que ver con modas narrativas, aunque en lugares concretos resuenen de vez en cuando ecos de otras voces. Pero en esa misma libertad en la escritura de la novela nacen también sus escollos. Ese vago resplandor es la historia de un personaje femenino, Julia Folch, que, tras unos años de juventud y una licenciatura universitaria, viaja a París -hay aquí mucho de autobiográfico-, donde presencia los sucesos de mayo de 1968, y vuelve posteriormente a España para acabar convertida en Julia Proteus, una vagabunda que se desplaza por Madrid buscando cachivaches en las basuras. Esa degradación hubiera necesitado una articulación psicológica que no existe, y este escollo no se supera.



El planteamiento narrativo alterna dos discursos: uno en tercera persona, que narra los acontecimientos de la actualidad, donde intervienen algunos pintorescos personajes, entre ellos el periodista norteamericano empeñado en realizar un reportaje sobre Julia, y otro, en distinto tipo de letra, que recoge las reflexiones de la protagonista y los recuerdos que va anotando. Aquí es donde se encuentran los pasajes más intensos de la novela. La evocación de la infancia y las sensaciones conservadas de la casona familiar, donde "las vigas retornan a su cuchicheo, los nudos de sus maderas susurran secretos" (p. 62) poseen el encanto de lo intensamente vivido, y lo mismo cabe decir de alguna otra evocación, como la historia desdichada de Ari (pp. 341-343), que revela posibilidades desperdiciadas en el resto de la novela. En el relato de la historia "externa" sobran informaciones superfluas, juegos gráficos y reiteraciones que hacen farragosas muchas páginas, llenas, además, de expresiones difusas. El discurso invertebrado y el lenguaje inapropiado dañan gravemente la obra, que contiene, desperdigados, abundantes elementos novelescos sin llegar a ser una novela debidamente articulada. Junto a estas graves carencias, poco sentido tiene señalar deslices idiomáticos, del tipo de "a través mío" (p. 154), porque las insuficiencias de la obra residen en su caprichoso desorden constructivo.