José Luis Sampedro. Foto: Alberto Cuéllar

Plaza & Janés. 204 pp., 16'90 e.

En defensa del hombre, de su libertad y su dignidad; en defensa de la vida y el progreso con "una dirección y unos fines". En contra de los principios que sostienen la "sociedad de mercado" que nos engulle. En el fondo, en nombre de aquel lema de Terencio, tan humanista y necesario, "hombre soy; nada de lo humano me es ajeno", se pronuncia el narrador de este libro: un anciano profesor roussoniano-nostálgico está recluido en una "residencia para trastornos mentales" y vierte sus obsesiones en escritos tejedores de una alegoría del hombre y los cuatro elementos de la filosofía presocrática (Agua, Aire, Tierra y Fuego). Hasta ese lugar le condujo su hija, pero tras leer los relatos que él entrega con el discurrir de su pensamiento, tanto ella como su médico y la enfermera quedarán persuadidos ante su lúcida visión de cómo el hombre necesita de los cuatro para ser Vida y de cómo los cuatro se necesitan y necesitan del hombre para ser y existir. Esos escritos son su trinchera, su modo de discurrir con argumentos cuya tesis final defiende que necesitamos reconsiderar el futuro.



En defensa de ese discurso componen dos autores de probada dimensión humana (José Luis Sampedro y Olga Lucas) una lección de aparente sencillez en su discurrir expuestos con fluidez y naturalidad, y dirigida a un amplio público al que invita a consideraciones urgentes. Para ello escoge, como opción narrativa, una miscelánea que incluye ideas, ficción… En realidad, a lo que se asemeja es a la fórmula de los diálogos renacentistas, abierto a dos o más interlocutores que presentan diferentes puntos de vista sobre el hombre y el dinero. Su estructura, algo forzada, arranca de la solicitud que los "cuatro" le hacen a Vida, trasunto del anciano narrador, para aproximarse a los humanos y comprender sus intereses. El, en respuesta, diseña esta fórmula estilística como una ruta con significativas paradas (Tombuctú, Tahití, Ginebra, Venecia), cada una con uno de los elementos como protagonista, y con el ejemplo de un referente histórico que sirve de eje a cada uno, como si fuese un relato autónomo. Ideas y personalidades (Voltarie, Miguel Servet, Seingalt, Casanova…) pasean por uno y otro al servicio de ficciones que insisten en revalorizar el mundo clásico. La última de esas paradas, Knossos, regreso al laberinto, al refugio de los griegos, al conocimiento: el lugar en el que ha decidido instalarse, "para no importunar a nadie", dice el viejo profesor. Para enredarnos en consideraciones necesarias, decimos desde aquí.