Image: Corona de flores

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Novela

Corona de flores

Javier Calvo

7 mayo, 2010 02:00

Javier Calvo. Foto: Domènec Umbert

Mondadori. Barcelona, 2010. 305 páginas. 21'90 euros


Javier Calvo (Barcelona, 1973) rinde tributo en esta novela, como en alguno de sus títulos anteriores, a la literatura. Quiero decir con esto que en Corona de flores lo primordial no es contar una historia, esbozar el panorama de una sociedad o crear unos personajes con sus conflictos y pasiones, sino construir un artefacto literario a la manera de unos determinados modelos narrativos y en homenaje a ellos: los de la literatura folletinesca y algunas de sus múltiples derivaciones: el relato de intriga, repleto de numerosos ingredientes truculentos que recuerdan a ciertos autores populares, como A. Conan Doyle y Edgar Wallace; la narración que mezcla misterio y terror -aunque sin recurrir a explicaciones sobrenaturales-, cuyo terreno originario es siempre Poe; las historias secundarias referidas a conspiraciones, sociedades secretas, antiguos manuscritos de complejo desciframiento, crueles venganzas; la localización de las acciones en lugares tenebrosos, con ruinas, pasadizos subterráneos y escondrijos insospechados.

Incluso el mismo estilo compositivo, con capítulos cortos que alternan las diversas acciones dejándolas en suspenso para resolverlas más adelante, a fin de estimular de este modo las expectativas del lector, es característico de la novela folletinesca por entregas, como la que cultivaron Dumas, Sue, Montepin -o nuestros Ayguals de Izco y Fernández y González-, algunos de cuyos rasgos, depurados y ennoblecidos, alcanzan a Baroja o a escritores de hoy, como Ruiz Zafón o el primer Pérez Reverte.

Por si las señales de parentesco fueran poco explícitas, uno de los personajes de la obra es el escritor Aniol Almarrosa, que está publicando con gran éxito una novela truculenta por entregas titulada La ciudad secreta, que bien podría ser, incluso por lo que su título anuncia, un reflejo de la propia novela de Calvo que la contiene.

En la Barcelona de hacia 1877, unos cuantos crímenes espeluznantes aconsejan al inspector Semproni de Paula buscar la ayuda del pintoresco doctor Menelaus Roca, encarcelado desde hace años por homicidio. Las indagaciones que, por separado, efectúan ambos permiten descubrir un inframundo de maleantes que acentúa la cara oscura de una ciudad siempre lóbrega y lluviosa, marco de escenas escalofriantes, de crímenes rituales, brutales palizas, relaciones violentas. La narración de los sucesos se demora en detalles que, aun expuestos con frialdad, parecen extraídos de viejos romances de ciego: torturas, caras destrozadas y hundidas a golpes, costillas aplastadas, cadáveres eventrados.

Hay en esta deliberada desmesura, así como en la caracterización a menudo esperpéntica de los personajes, anunciada ya por sus exóticos nombres, rasgos que parecen violentos brochazos expresionistas. El impacto en el lector predomina sobre la coherencia de la historia, de la que muchos flecos quedan sueltos, porque el centro de la novela no lo componen los sucesos ni tampoco las grotescas figuras que pueblan el espacio narrativo, sino la ciudad: una Barcelona puesta del revés (una especie de "ciudad secreta", como en el título de Almarrosa, o una revisión actualizada del folletín decimonónico titulado Los misterios de Barcelona), oscurecida por el humo de las primeras industrias, alertada por los primeros brotes anarquistas, con una topografía -mitad real y mitad inventada- donde predominan las calles sucias y embarradas, las casas ruinosas, los olores fecales de cloacas y túneles.

Los personajes van y vienen por lugares de pesadilla, siempre en blanco y negro, y en el trazado de este plano de un mundo alucinante es donde mejor se advierte la maestría del escritor, que encadena los detalles descriptivos con precisión, a veces yuxtaponien- do puros enunciados nominales que recuerdan algunas páginas del Valle-Inclán maduro.

Hay en la novela, además, enriquecida por la sutil percepción de detalles visuales y cromáticos, numerosos alardes de buen prosista, con pocos deslices: el uso de "destinación" por ‘destino' (p. 39), la inadecuada adaptación "bouquinista" (pp. 33, 41, 69, 114, etc.), la impropiedad de brebaje en "los olores componen un brebaje afilado" (p. 196), el catalanismo "aguantar" por ‘sostener', ‘mantener' (pp. 28, 71, 106, 184) y un uso excesivo y oficinesco de la forma pronominal el mismo/ la misma (pp. 89, 91, 107, 110, 125, 154, 169, etc.) por "él" o "ella", aun a riesgo de caer en la ambigüedad: "Arrastra una silla hasta los pies de la ventana ojival de la alcoba y se sube a la misma para asomarse" (p. 302). Vale la pena anotar estos detalles porque, sin duda alguna, Javier Calvo es un excelente escritor.