Image: De música ligera

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Novela

De música ligera

Aixa de la Cruz

5 marzo, 2010 01:00

Aixa de la Cruz. Foto: Archivo

Ed. 451, Madrid, 2010. 236 páginas, 17'50 euros


He aquí una novela -que ya es la segunda- firmada por una jovencísima escritora (Bilbao, 1988) que ha decidido comenzar por el género más complejo, el que parece exigir mayor madurez y más dilatada acumulación de experiencias. La tentativa era arriesgada, porque De música ligera basa toda su estructura narrativa en una larga conversación entre dos personajes -Dylan, un pianista solitario salvado casi milagrosamente del autismo, y Julia, una antigua alumna suya- durante la cual van surgiendo recuerdos de cada uno de ellos, informaciones y breves relatos de su relación con otros personajes, todo ello salpicado de intromisiones en las que la autora, como un personaje más, comenta lo que cree oportuno acerca de los tipos que va describiendo: "Acabo de crear a Julia sentada, pero puedo imaginarla de cuerpo entero [...] Le gustan los crucigramas y las novelas de misterio" (p. 17). O bien: "Aurelio. Ésta es la primera vez que menciono su nombre [...] No tengo mucho que decir respecto a él, porque no me pertenece. Es Julia quien lo ha creado" (p. 34). Estas intervenciones se convierten en alguna ocasión en interpelaciones al lector: "Seguro que ustedes, menos fantasiosos, con capacidades lógicas, desmontarían estos fenómenos casuales sin demasiado esfuerzo, pero ¿qué me dicen de los lazos internos [...] que han surgido entre mis personajes?" (p. 57). No hay que insistir en que este rasgo supuestamente innovador está ya inventado y practicado hace siglos, y que la conversación entre dos seres solitarios aderezada por la bebida y traspasada por recuerdos, valoraciones y citas de música moderna -Dylan, Johnny Cash, Patti Smith, Sex Pistols, Madonna, Bruce Springsteen, The Eagles, Black Sabbath, Guns N'Roses,etc-, se halla en la estela, demasiado perceptible, de obras como After Dark, de Haruki Murakami.

Hay en De música ligera, junto a modelos visibles -como tal vez resultaba inevitable-, un reflejo directo de vivencias personales y el afán por dar a conocer un mundo sincrético de valores, donde Dylan, con su música clásica y su vida sobria y monótona, puede coexistir, aunque de modo transitorio, con Julia, que representa todo lo contrario, de tal modo que ambos puedan resultar enriquecidos por la experiencia. Se perciben con claridad las intenciones y el proyecto narrativo de la autora, pero también su insuficiencia para mantener la unidad y la cohesión interna de la narración por encima de su aspecto fragmentario, así como su dificultad a la hora de plasmar vidas plenas, no retratadas mediante el recurso a tópicos y con la necesaria autonomía para perdurar en el recuerdo.

Por eso, tal vez salvo Dylan, los personajes -Miguel, Claudia, Aurelio, Rejas, Estelle- no pasan de ser siluetas borrosas sin entidad suficiente, y los sucesos narrados no sobrepasan el nivel de puras anécdotas. Falta densidad en este mundo esbozado por la autora, en la que se adivinan, sin embargo, condiciones prometedoras para novelar.Y deberá cuidar su lenguaje y no caer en errores como "las miles de interpretaciones" (p. 13), "los cercos de polvo que aparecen bajo los libros cuando se retiran del estante" (p. 22), "las habladurías [...] que se propagan por [...] el boca a boca" (p. 87) o el uso de muletillas inertes como "de alguna manera" (pp. 114, 151, etc.), y también suprimir anglicismos crudos ("Pero ¿sabe qué? Me aguanto", p. 202; "en unas horas tiene cita con el banco [...] Aurelio irá a recogerla a su apartamento en pocas horas", p. 232) y vulgarismos ("cada jueves echaban en televisión un programa", p. 212). Dos versos de una canción de Bob Dylan no son una "estrofa" (p. 159) y la pretensión de originalidad es incompatible con aseveraciones incongruentes: "Le pareció extraordinario lo rubia que parecía [sic] Estelle con su cabello tan negro" (p. 158).