Novela

La noche del lobo

Javier Tomeo

21 septiembre, 2006 02:00

Javier Tomeo. Foto: Archivo

Anagrama. Barcelona, 2006. 152 páginas, 13’50 euros

La singular trayectoria narrativa de Javier Tomeo alcanzó sus primeras cumbres en los 80 con algunas novelas tan personales como extrañas entre las cuales se cuentan El castillo de la carta cifrada (1979), Amado monstruo (1985) y El cazador de leones (1989), por citar sólo tres muestras de reconocido valor literario en su original visión humorística de inquietudes y problemas de la condición humana y su existencia cotidiana entre el azar, el absurdo y la irracionalidad. Después vinieron muchas otras narraciones de diferente tamaño, si bien nunca de muy larga extensión, en las que Tomeo fue derramando su ingenio en numerosas historias insólitas encarnadas en personajes sorprendidos en situaciones más o menos ingeniosas o extravagantes. Así el azar y la cotidianidad, transformados por el ingenio y el humor, se convierten en la materia primordial de sus narraciones, a menudo extrañadas o enrarecidas por un enfoque inusitado e incluso irracional con el fin de amparar en la comicidad los latidos de la vida diaria.

La noche del lobo es una buena muestra de la narrativa última del autor aragonés, con algunas dosis de sus mejores novelas de antes. Aquí se trata de dos hombres, Macario e Ismael, que salen de paseo al atardecer, se tuercen cada uno un tobillo y quedan sin moverse toda la noche al sereno hasta que por la mañana llega una ambulancia con personal para socorrerlos. De nuevo el azar y la coincidencia han reunido a dos personajes que dialogan sobre diferentes asuntos que les preocupan en su vida diaria. Macario está jubilado, separado y retirado en el campo, con un móvil, un telescopio y un ordenador que le permite acumular conocimientos a través de Internet. Ismael está casado, es agente de seguros y constituye algo así como el oponente necesario para el contraste de opiniones en el diálogo que se establece entre ambos. Hablan de muy variados temas, desde la gordura, migas de pastor, colores y huesos hasta el matrimonio, las pólizas de seguros, las estrellas y sus constelaciones, pasando por vampiros, lobos y hombres lobo. Su único acompañamiento en la solitaria noche compartida, sin verse, en el páramo, a pocos metros de distancia, está formado por los graznidos de un cuervo, el canto de los grillos, las estrellas y la luna llena que, en una naturaleza personificada, despierta ocultas pasiones en Macario y su inclinación a la licantropía.

La narración está regida por una técnica de elementos mínimos: dos personajes en diálogo ordenado por un narrador omnisciente a lo largo de una noche en un lugar solitario del campo invadido por la oscuridad y la niebla. Su simbolismo apunta a la desorientación existencial de la condición humana, a la soledad y la incomunicación, sólo paliadas por la necesidad de contar. Aparecen pullas contra la sociedad actual enfangada en tanto fútbol televisado o en concursos de "mujeres enseñando las tetas". Y la parodia, el humor y los frecuentes juegos de palabras con lugares comunes del idioma propician la comicidad de la historia relatada y potencian el carácter absurdo y disparatado de muchas aspiraciones y curiosidades que absorben a los humanos en su atracción por lo superficial. Por ello lo trivial e incluso el disparate quedan justificados en un texto que a veces roza lo delirante, sin perder nunca la sencillez y la brevedad. Sin embargo habrá que corregir algunos fallos de corrección gramatical como errores de concordancia (… "de qué flores se tratan", pág. 75) y la forma verbal incorrecta "andase" (pág. 113) en lugar de anduviese.