Image: Hilarotragoedia

Image: Hilarotragoedia

Novela

Hilarotragoedia

Giorgio Manganelli

4 mayo, 2006 02:00

Foto: Archivo

Traducción de Carlos Gumpert. Siruela.2006. 136págs, 16’25 euros

A Manganelli (Italia, 1922-1990) le gustaba en su escritura "librar la deliciosa incertidumbre del error". Autor, traductor, crítico y miembro del grupo del 63, del que luego se distanció, formó parte de la neovanguardia italiana donde pronto dio muestras de una escritura abigarrada y un imaginario surreal. Entre sus obras destacan Hilarotragoedia, La ciénaga definitiva (1990), Del Infierno (1985). Fue colaborador del periódico Corriere della Sera de Milán y autor de varios libros de viajes.

La obra de Giorgio Manganelli (Milán, 1922-Roma, 1990) brota del mismo impulso que la de Gómez de la Serna, Lezama Lima o Cristóbal Serra. El protagonismo radical del lenguaje no deviene retórica. La palabra regresa a su matriz.

Es literatura en estado puro, donde se cumple el proyecto orteguiano de deshumanización del arte. Hilarotragoedia (1964) es la primera manifestación de una escritura trufada de ironía, erudición y nihilismo. Manganelli no es sólo un prestidigitador o un virtuoso del oxímoron. El estudio de lo humano está en el centro de su escritura. El hombre es el cero absoluto. Su historia no es la historia de una ascensión, sino la de un interminable descenso. Su naturaleza es "una naturaleza descenditiva".

Hilarotragoedia es un tratado sobre esa caída. No es una caída trágica, solemne, pues el hombre es irrisorio, ridículo y se desmorona sobre su propia insignificancia. Su posición vertical apenas disimula su carácter parasitario. El ser humano pertenece al albañal, a las cloacas. Su esencia no hay que buscarla en el alma, sino en el ano. El ano no es la desembocadura del aparato excretor. El ano es una metáfora perfecta del cosmos. El universo es un agujero, algo que se expande a ciegas, un desorden que cada vez se desorganiza más.

Cualquier tratado sobre el hombre constituye necesariamente "una balística descenditiva". El ser humano está cerca de la rata. Ambos comparten "la vocación gregaria, doméstica, religiosa". Manganelli escarnece la experiencia religiosa, pero en su caso se trata de un desprecio trascendente, teológico. Menciona "la cámara ardiente del dios muerto". En cierto sentido, recuerda a Bataille, a su "ateología antihumanista". El humanismo sólo puede perdurar como negación de sí mismo, como experiencia de desposesión y negación del sujeto. Al igual que el hombre, Dios no asciende, sino que desciende. El objeto de la teología es la "levitación descenditiva", la "precipitosa entropía". El oficio de teólogo consiste en "sacar a la luz las tinieblas". El hombre es un "catalevitante" y el lenguaje un juego de azar, donde el desorden establece el sentido. La angustia y el desprecio son las emociones que nos vinculan con lo religioso. La condición humana se complace en "el menosprecio", en "el honesto amor por la degradación". Estamos "hechos a perfecta desemejanza de Dios". Dios es lo absoluto y el hombre "lo discontinuo y periclitante".

Es imposible clasificar el texto de Manganelli. Su perfección está asociada a su vocación de transgredir el sentido, el lenguaje, la identidad. En su obra, el estilo sólo obedece al propósito de frustrar cualquier exégesis racional. El pensamiento y la creación artística siempre discurren por el límite. Manganelli se sitúa incluso más allá. Hilarotragoedia es una obra para los "hadesdestinados", para los que oponen a cualquier interrogante una enigmática interrogación que no espera respuesta. Pocas veces un libro que invoca el silencio y la nada ha rebosado tanta inspiración, tanto humor, tanta erudición, marcando el inicio de una trayectoria caracterizada por el rigor estético e intelectual. Hace ya más de una década que la muerte nos privó de una escritura que anticipó la deconstrucción de un siglo, incapaz de avanzar sin destruir sus propias ilusiones.