Image: Alacranes en su tinta

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Novela

Alacranes en su tinta

Juan Bas

12 junio, 2002 02:00

Juan Bas. Foto: Mercedes Rodríguez

Destino. Barcelona, 2002. 269 páginas, 15’50 euros

La historia que Juan Bas (Bilbao, 1959) ha urdido en Alacranes en su tinta ofrece una insólita sobreabundancia de motivos. Frente a otras novelas que extraen el máximo provecho del merodeo en torno a una situación única, ésta contiene un notable número de asuntos, aunque no todos se han desarrollado con proporciones análogas.

La diversidad de las historias repercute en la construcción, con altibajos de ritmo que sólo la ágil escritura del autor ayuda a salvar. Hay en estas páginas un relato de ciertas sangrientas operaciones de ETA; la narración de una venganza largamente aplazada; el retrato de una sociedad en la que pícaros, dipsómanos y señoritos haraganes conviven con refinados e imaginativos gastrónomos; la historia de una amistad; un recetario de pinchos de la más exquisita cocina, e incluso la versión moderna y sobre ruedas de la travesía del Leteo. Esta simple e incompleta enumeración servirá para dar idea al lector de la multiplicidad del paisaje narrativo que contienen las páginas de Alacranes en su tinta, concebidas más para entretener al lector que para cifrar mensajes trascendentes. La novela, dividida en tres partes, es el relato que Pacho Murga va hilvanando desde el taxi en que pretende llegar a un hospital, en medio de un atroz atasco de tráfico que paraliza el centro de Bilbao. La parte primera es la más homogénea y personal, acaso porque el panorama urbano que el autor despliega, desde el teatro Arriaga o la gente elegante que se congrega en "El mapamundi de Bilbao" hasta los antros más sórdidos -como el bar denominado "La cocina del infierno", escenario de un alucinante aquelarre-, se beneficia de la unidad que le proporciona un estilo eficaz de naturaleza humorística y satírica donde no faltan hallazgos hilarantes y originales, que compensan de la tendencia, no siempre contrarrestada, a caer en la gracia fácil y un tanto ramplona. Es lógico, por ejemplo, que el gourmet y bebedor Pacho hable de un matrimonio que "había llegado a la simbiosis fisonómica a fuerza de miles de horas domésticas y laborales hervidas en el caldo del infierno conyugal cotidiano" (pág. 39), o que describa de este modo un estado de ánimo: "Sentí una parte de densa congoja, nueve de fuerte acojono, unas gotas de amarga desesperación, hielo picado hasta el borde del alma y una guinda verde de rencor: pésimo trago" (pág. 34).

La narración, sostenida por la incertidumbre acerca del conflicto que aqueja a Pacho y de su temor de no llegar a tiempo al hospital, deja paso en la segunda parte a un relato intercalado según el recurso del "manuscrito encontrado" en el que se descubre la personalidad y la compleja historia del enigmático Antontxu. En esta parte es donde se advierten ciertos desequilibrios, porque son más brillantes los episodios en que el autor puede aplicar, incluso con desmesura, su innegable capacidad para la sátira cruda -como sucede con todo lo re- ferido a la relación entre el joven Antontxu y Crescencio Aizpurua-, que otros, como los relativos a las actividades terroristas, resueltos de modo somero y previsible. En la parte final todo decae, y el desenlace recuerda algunas versiones del más allá propias de la comedia norteamericana más almibarada y convencional.

El calibrador para medir el indudable poder narrativo de Bas reside, pues, en la primera parte, estupenda visión de una ciudad a través de un prisma que tiene tantas facetas de amor como de acidez, si bien la caricatura demasiado acentuada -que llega hasta los grotescos nombres y apellidos- rebaja buena parte de la eficacia que podría haber tenido el conjunto. Y la prosa, repleta de formulaciones ingeniosas, suele ser correcta, aunque no exenta de algunos deslices e impropiedades. Un personaje masculino, por ejemplo, no puede decir en serio "me desvirgó fugaz y prosaicamente en un cuartucho" (pág. 150), y se acusan usos erróneos de a tenor de (pág. 244) o de la perífrasis deber (de)+ infinitivo (págs. 118, 147, 148), así como alguna construcción defectuosa: "Una noche de abril, que excepcionalmente Antontxu salió..." (pág. 90). Pero lo cierto es que los descuidos son pocos y de poca monta al lado de los aciertos.