Image: El secreto de la lejía

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Novela

El secreto de la lejía

Luisa Castro

2 mayo, 2001 02:00

Premio Azorín. Planeta. Madrid, 2001. 249 páginas, 2.750 pesetas

Esta nueva novela de Luisa Castro supone un verdadero avance. Hace que convivan bien lo imaginativo, lo emocional y lo truculento. Con estos elementos demuestra que siempre vivimos en medio de grandes dosis de anormalidad

La gallega Luisa Castro tuvo una temprana confirmación literaria al publicar casi en paralelo en 1990 el poemario Los hábitos del artillero y la novela El somier. Ambas obras, además de sendos premios (el Rey Juan Carlos y el accésit del Herralde), lograron una buena acogida. Cito aquí juntos los dos títulos porque un tenue entramado lírico sustenta la leve historia de la novela. Este rasgo mostraba la tonalidad que prefería la escritora, a la vez que el reto que tenía frente a ella como narradora: dotar de más contenido a lo que era sobre todo una manera de ver el mundo basada en suma de impresiones, sin por ello perder ese aliento que viene de una decantación de la realidad propia de la lírica.

No tenía prisa Luisa Castro y dejó pasar un buen tiempo para intentar de nuevo la novela. En La fiebre amarilla (1994) dio un primer paso en la dirección apuntada incrementando el elemento anecdótico. Todavía le faltaba dotar de mayor entidad a los protagonistas de su mundo un tanto enigmático. Tampoco ha vuelto a correr y su paciencia desemboca en El secreto de la lejía, donde logra el buen entrelazado de esos mimbres.

Esta nueva novela de Castro conserva las mejores cualidades de los títulos precedentes, resulta muy coherente con ellos, revela una visión artística unitaria y supone un verdadero avance. Hay algo básico en estos libros: la presencia de elementos extraños, como regidos por misteriosos destinos, que rodean la realidad cotidiana y deciden el siempre aleatorio hecho de existir. Esta podría ser la base a la par especulativa y emocional de El secreto de la lejía. A partir de ello cobra sentido la suma de excentricidades humanas que se encadenan en la obra: todas sirven, un tanto por acumulación, quizás algo excesiva, para contar una historia cuyofondo no es otro que el viejísimo de cómo se produce el acceso a la maduración de una persona.

Para percibir que esta última es la trama básica de la novela debe concederse a los muchos y anómalos sucesos que la llenan su papel verdadero: esos episodios sirven para poner a prueba el descubrimiento del mundo por una adolescente de provincias que se ve pillada por los engañosos espejismos de la gran ciudad. Si ponemos en un bloque aparte esos sucesos, el comienzo y el final de la obra subrayan sin lugar a dudas el carácter iniciático de la historia.

El comienzo tiene un sesgo autobiográfico trasparente por la anécdota (áfrica, una adolescente poeta gallega se traslada a Madrid para dar a conocer sus versos) y por la imagen de frustración que ésta desprende, la misma que la propia Castro ha referido como la suya en más de una ocasión. Pero si uno teme, de entrada, que se ha encontrado con una más de esas narraciones de sustento personal tan abundantes de un tiempo a esta parte entre nosotros, pronto se desvanece la reserva.

El inicio del relato tiene, por ese soporte vivencial, una carga de autenticidad emocional. Enseguida se aparta de esas experiencias y toma el rumbo de una extraña peripecia repleta de seres enigmáticos y de sucesos inquietantes. No rebasa la verosimilitud, aunque roza las fronteras de lo creíble; también se extrema un poco la tropa de personajes raros, por no decir extravagantes, porque tantos juntos parecen demasiados. Debería haberse contenido un poco esta tendencia a la desmesura, pero se entiende que la autora la practique porque con ella nos lleva al meollo de su visión de la vida: la extrañeza forma parte de nuestro mundo.

Luisa Castro logra dar cuerpo y plasticidad a semejante percepción. Hace que convivan bien lo imaginativo, lo emocional y lo truculento. Con estos elementos demuestra que siempre vivimos en medio de grandes dosis de anormalidad. De ahí la verdad de la pregunta de un personaje: "por qué es tan difícil vivir?". Com- prenderlo le cuesta a Africa una temporada en un manicomio. Este precio se paga por una especie de fatalismo que aproxima la novela al desarrollo de la tragedia clásica. áfrica es víctima de un fatum frente al que no supo oponer el principio de la lejía, cuyo secreto ya conocerá el lector de la novela.