En estos tiempos hiperproductivos, el verdadero descanso parece un privilegio. La mercantilización del ocio y del tiempo libre es una de las tantas paradojas de nuestra era.
Sin embargo, no es un fenómeno solo contemporáneo: ya en el siglo XIX, Paul Lafargue denunció esta deriva social en su célebre ensayo El derecho a la pereza (1880), anticipando males que persisten hoy.
La pereza, tachada de vicio irresponsable, era considerada por Lafargue como una pasión noble y natural. Convencido de que el supuesto "derecho al trabajo", que defendía su yerno Karl Marx, no era más que el derecho a la miseria y la explotación, el teórico recibió numerosas críticas e incluso fue encarcelado por el gobierno francés.
Lafargue, quien llegó a agradecer ese encierro por haberle proporcionado el tiempo necesario para editar su libro, parece hoy un gurú espiritual al que aferrarse entre tanto estoicismo tóxico y hedonismo capitalista.
El teórico cubano es uno de los protagonistas del ensayo El derecho a las cosas bellas: vindicación de la vida holgada (Ariel, 2025), un manifiesto filosófico que desafía la tiranía de la productividad y defiende el derecho a la pereza para garantizar el libre descanso.
Portada de 'El derecho a las cosas bellas', Ariel.
Juan Evaristo Valls Boix (Elche, 1990), que ya defendió estas ideas en Metafísica de la pereza (2022), profundiza aquí en la reivindicación de una vida desmarcada del mandato social del rendimiento. "El derecho a las cosas bellas es el derecho a ser inútil, a no servir a nadie ni para nada".
Inspirado en figuras como Lafargue, Sylvia Plath, Emma Goldman y Hannah Arendt, el filósofo ilicitano articula su defensa de derechos esenciales como la pereza, la huelga, la jubilación o la vida en las ciudades, no como concesiones del sistema, sino como actos políticos disidentes frente a la alienación contemporánea.
"Esbirros del mailing, estajanovistas del gimnasio, conozco bien vuestras fatigas, en el cansancio que dejan tras de sí los abusos del entusiasmo y el estrés. Os invito a abrazar una vida libre e inútil. Proclamemos los derechos de la pereza, aquellos que nos permiten existir sin trabajar y nos invitan a descubrir el lado tranquilo de la vida", escribe con ímpetu Valls Boix.
Su ensayo se inscribe en la reciente proliferación de libros que reivindican el valor del buen vivir como respuesta a la cultura del cansancio y la autoexigencia permanente.
Desde el lúcido ¡Silencio! Manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa (Pedro Bravo, 2024), Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2023) del aclamado Byung-Chul Han, La terrible historia de las cosas bellas. Ensayos sobre deseo y consumo (Katy Kelleher, 2023) y Como no hacer nada (Jenny Odell, 2019).
Ensayos que parecen responder, precisamente, a la avalancha de libros de superación personal y biografías de magnates tecnológicos que instan a ser siempre la mejor versión de uno mismo para lograr el éxito.
Esta nueva "era de la antiambición", acelerada por el agotamiento pandémico, también ha puesto en evidencia las condiciones laborales y la forma de vida en las ciudades.
Para Valls Boix "la raíz de todos los males capitalistas y sus violencias es el amor al trabajo". El filósofo se basa en una reflexión del historiador francés Adolphe Thiers, quien aseguró que el derecho al trabajo era, en el fondo, un derecho a la propiedad.
"La vida de los ciudadanos no vale si carecen de algo propio, y a falta de algo propio, no vale si no es productiva, si no tiene capacidad de trabajar para generar propiedad".
Una idea muy presente también en el reciente ensayo Trabajar, un amor no correspondido (Capitan Swing, 2024) o en Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular (Yun-Sun Limet, 2016).
Ese derecho a la propiedad, en un momento de crisis global de la vivienda, no solo se refiere a un hogar, sino a poseer todo tipo de cosas y experiencias que conforman un estilo de vida aspiracional.
Sin embargo, nuestro deseo, "secuestrado por el extraño goce de consumir", es cada vez menos propio en un mundo de algoritmos y redes sociales.
"El capitalismo contemporáneo va colonizando nuestro tiempo libre, si nos dedicamos a consumir o si agendamos planes sin cesar el tiempo libre no nos pertenece", señala Valls Boix.
Tampoco son nuestras aquellas ciudades convertidas en "zonas de débito en lugar de zonas de hábito".
"El derecho a la ciudad es un derecho perezoso", apunta el filósofo. "Si no están orientadas al descanso y al reposo, las urbes son poco más el recibidor de empresas, lobbies y fábricas, danza macabra de la explotación".
Mientras que las urbes sufren más que nunca estragos de la masificación turística, los llamados refugios climáticos, espacios gratuitos y acondicionados donde descansar del calor del asfalto, van cogiendo popularidad.
Sin embargo, apenas hay 2.100 refugios climáticos en toda España, una cifra que la mayoría de expertos considera insuficiente.
Barcelona fue pionera en instaurarlos en 2019, con una red de más de 400 refugios, y el Círculo de Bellas Artes de Madrid ha estrenado este verano un “siestódromo” en pleno centro para reivindicar también ese menospreciado "derecho a la pereza".
Refugio climático en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
"Dormideros y artefactos para descansar sin culpa. Entre siestas colectivas, lecturas lentas y fuegos que cocinan sin prisa, defendemos el tiempo como espacio vital. Parar no es rendirse: es resistir. Parar es un gesto político, ético y humano", destacan en la web del Círculo de Bellas Artes.
Descansar entre horas junto a un puñado de desconocidos, igual de exhaustos, parece hoy una forma de unión y comunidad más valiosa que nunca. Es ahí, entre la utopía, la resistencia y la esperanza, donde el manifiesto de Valls Boix cobra sentido.
Frente al mandato de ser siempre más eficientes, de optimizar hasta el tiempo libre y de poseerlo todo, esta nueva corriente invita a imaginar otro modelo de bienestar: el descanso, la contemplación, el derecho igualitario a perder el tiempo y a hacer de la ciudad y la vida algo verdaderamente habitable.
