Aixa de la Cruz

Caballo de Troya. Barcelona, 2019. 160 páginas. 14,90 €. Ebook: 3,95 €

Tengo que confesar que la ambivalencia que siento por Cambiar de idea, de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) me afiebra un poco: no sé cómo lidiar ante el hecho de que, por una parte, se trata de una novela de iniciación feminista e ingreso en la edad adulta, mientras que, por otra parte, parecen las memorias de una adolescente salvaje que juega a estar de vuelta de todo. Entre la narración y la especulación ensayística, su prosa es escritura impura del yo, porque también quiere abarcarlo todo. Y entonces el libro puede parecer una letanía millennial de estados y de tuits, una acumulación de lecturas y apuntes, de posibles teorías y de pensamiento acelerado, una retahíla de culpas y contradicciones, de reflexiones en torno a los problemas éticos de la autoficción. Una voz que surfea y que tiene miedo de no ser capaz de llegar hasta los huesos de las cosas. Pero de repente, ocurre que el yo sale de su ensimismamiento y se encuentra con los otros; entonces, la voz literaria se hace carne para mostrarnos sus cicatrices y sus llagas. Como De la Cruz, el lector descubre en el dolor de los demás su propia vulnerabilidad. Porque la vida, nos dice la escritora, va de cuerpos heridos y va de violencia y de deseo, y eso no es superficial ni generacional, sino una verdad como un piano.



Cambiar de idea

Con todo (de nuevo las ambivalencias), a veces la voz del personaje Aixa me suena impostada, como si necesitara justificar su presencia en el espacio público desde una escritura de intelectual grunge o de hedonista punk: junto a las drogas y el calimocho, junto a los novios, las amantes y las resacas de niña bien, la Butler, la Despentes o la teoría queer. Una literatura tan posadolescente y tan autoconsciente que se hace a ratos un poco antipática. Una sensación molesta que se esfuma en cuanto la autoironía aparece y nos hace callar. De la Cruz es muy buena pensando acerca de qué significa ser mujer; de hecho, en este punto, desborda su propia generación y, tal vez sin saberlo, habla también de nosotras, las universitarias de clase media que estábamos en la veintena cuando el 11-S. La gran diferencia es que a nosotras nos costó más que a ella comprender que somos cuerpos sometidos a una poderosa y sutil violencia estructural, y que, aunque odiáramos el rosa, nos hiciéramos amigas de los chicos o encajáramos como un guante en el deseo masculino, nadie, más que nosotras mismas, nos iba a librar de ningún mal. Como la protagonista de estas memorias, también nosotras nos cortamos el pelo y, llenas de contradicciones, nos reconciliamos con la etiqueta "mujer" para asumirla como enclave privilegiado para la lucha feminista. Una pelea que la autora enmarca en el #MeToo, pero que trasciende su ruido porque Cambiar de idea reflexiona en torno a la pertinencia de hablar y a la culpa de no contar: palabras o silencios que caen a plomo sobre la conciencia de las mujeres, señaladas siempre por dedos acusadores. Por eso, la autora confiesa sus culpas y lo hace feliz y sálvese quien pueda, pero se acabó eso de vivir instalada en una perpetua autoflagelación. Yo, en esto, no puedo estar más de acuerdo con ella.



Cambiar de idea es la crónica de una mujer que se precipita hacia la treintena y se descubre mortal y en constante conflicto. Aixa de la Cruz deconstruye los deseos edificados por nuestra cultura para aceptar sus pulsiones sin escándalo y sin miedo; escribe para perdonar, por ella y por todas sus compañeras, a las mujeres que, atravesadas por la ideología machista, odian tanto a otras mujeres. Cambiar de idea desmonta la taxonomía patriarcal de los géneros y cuestiona los vínculos entre biología, familia y amor. Su autora mira la violencia cara a cara para que la violencia duela y no sea tan solo el tema de una tesis doctoral. Y yo, que sigo fundamentalmente de acuerdo con Aixa de la Cruz me digo que sí, que para ser justos este libro es valioso. Para ello, no hay que leerlo como ejercicio literario de autoficción, pues me parece en parte fallido, sino como un brillante ensayo feminista para el perdón de los pecados o una oración millennial que nos invita a celebrar la vida como conflicto y como cambio: como su autora, vayamos cogiendo carrerilla.