Traducción de Ignacio Vidal-Foch. Elba. Barcelona, 2018. 107 páginas, 18 €

"Si disponemos de poco tiempo, si alrededor de nosotros el mundo vacila y la muerte, en todas sus formas, avanza, lo único que podemos hacer es transformar una parcela de tierra, no importa cuál, en un lugar acogedor, un lugar que acoja más vida". Ese lugar acogedor es, para el poeta Teodor Ceric, autor de este libro emocionante, un jardín. Ceric nació en Sarajevo en 1972, estudió letras, ejerció la crítica literaria y, mientras el ejército serbio cercaba su ciudad, se dedicó a viajar durante varios años por Europa. Vuelve a su país, independizado ya, en 1998 y pese a haber publicado con éxito una selección de sus poemas decide refugiarse en su jardín, su única obra desde entonces. Cuenta el editor de la revista Jardins, Marco Martella, en su jugoso prólogo, que visitar el jardín del misterioso Ceric en la región de Sarajevo era casi una obsesión y solo unos privilegiados lo conocían. Pero un día de 2003 Martella se atrevió a pedirle un artículo para su revista y, contra todo pronóstico, aceptó. No solo eso, le fue enviando, uno a uno, los siete textos bellísimos que componen Jardines en tiempos de guerra.



Empieza Ceric por contarnos la historia del jardín del director de cine Derek Jarman, a quien no conoció pero que fue reconstruyendo a través de los artículos, fotografías y visitas posteriores a la muerte del cineasta. Se llamaba Prospect Cottage, se encontraba en el condado de Kent y "estaba hecho para resistir". Como él mismo, Jarman sabía que la jardinería es un acto de fe en el porvenir, así que Prospect Cottage "era a la vez lugar de memoria y de olvido". Ceric visitó también la gruta del viejo cantante griego Anatólios Smith que durante veinticinco años plantó un bosque a su alrededor de cipreses, olivos, madroños, que sobrevivían entre las piedras y "poco a poco el lugar se había ido llenando de vida".



Ceric prefiere la sombra. Lo comprendió visitando Monte Caprino, otra de sus escalas, porque es en las sombras donde el jardín vive su verdadera vida. Y le gustan los jardines pequeños, aunque fuera el gran parque histórico de Painshill, donde trabajó de jardinero, el que más le marcó. "Este es un jardín compuesto por un poeta" escribió en su cuaderno el primer día que lo recorrió. A este libro le ocurre lo mismo: lo ha compuesto un poeta. Léanlo, les gustará.