Para Clinton, la historia se confabuló en su contra. Foto: Archivo

Hillary Clinton, la primera mujer candidata a presidir Estados Unidos, acaba de lanzar What happened, un brutal ajuste de cuentas con Trump, el ex director del FBI, los electores y ella misma. Sólo la primera semana ha vendido 300.000 ejemplares.

Hillary Clinton (Chicago, 1947) ha escrito un libro, What happened. ¿Lo sabían? Desde hace semanas se han filtrado diversas citas, y debo admitir que ante una de ellas -"Estoy empezando a bajar la guardia"- reaccioné como si la alarma anti-incendios hubiese empezado a pitar en mi casa. ¿Por qué iba a creerla? En sus obras anteriores había medido sus palabras con cucharilla y las había rociado con desinfectante. Claro está que se nos decía que Clinton era muy diferente en privado, y ahora es una ciudadana privada. Por lo visto, la diferencia radicaba en esta distinción.



What happened [¿Qué pasó?] no es un libro, sino muchos. Es un relato franco y sombríamente divertido de su estado de ánimo nada más perder contra Donald Trump. Una autopsia en la que ella es, al mismo tiempo, el forense y el cadáver. Un manifiesto feminista. Un aniversario con ajuste de cuentas. Una diatriba contra James B. Comey, Bernie Sanders, los medios de comunicación, James B. Comey, Putin y James B. Comey. Un manual básico sobre espionaje ruso. Y una bofetada a Trump ("A veces me pregunto qué quedaría si sumásemos el tiempo que dedica al golf, a Twitter y a las noticias por cable", ironiza).



¿Hay momentos en los que What happened es pesado, estereotipado y embustero? Sí. ¿Ofrece alguna hipótesis nueva acerca de qué fue lo que dio al traste con su campaña? No. Se limita a sintetizar las viejas; los diagnósticos de la autora son la parte menos interesante del libro. ¿Hay todo un capítulo dedicado a su correo electrónico con la clara intención de formular su propio alegato final sobre el caso? Sí. No puede librarse de la litigante que lleva dentro. Sin embargo, el libro no se queda en una recapitulación de 2016. Es el relato de lo que supuso presentarse a presidenta de Estados Unidos siendo la primera candidata de un partido de masas en la historia. ¿Acaso la experiencia no merece ser contada por la propia Clinton? En términos más generales, en 2016 sucedió algo extraordinario en la política estadounidense, y Clinton estuvo en el centro. Cuando pasen 50 años, ¿se quejarán los historiadores de que ofreciera su perspectiva?



"Hice una campaña presidencial tradicional con políticas cuidadosamente pensadas y coaliciones construidas a conciencia", afirma, "mientras Trump hacía un programa de telerrealidad que azuzaba hábil e implacablemente el miedo y el resentimiento".



Los dos primeros capítulos de What happened son irónicos y trágicos. Clinton narra la sensación de irrealidad del día de la toma de posesión -por un momento se imaginó que estaba en Bali- y las deprimentes semanas que siguieron a la votación, durante las cuales se dedicó a ver televisión de mala calidad, estableció contacto con su Marie Kondo interior e hizo mucho yoga.



Las partes mejores y más emotivas del libro revelan a la Clinton que su círculo de íntimos nos había asegurado que había estado siempre oculta: una mujer astuta pero sensible. Ella misma escribe que se asombra cada vez que alguien se asombra al descubrir que es humana. "Que conste -declara- que es doloroso que te machaquen". No se toma la molestia de describir su reacción a la etiquetadora que ha zumbado encima de su cabeza durante la mayor parte de su vida adulta transmitiendo injurias, pero sí cuenta que fue "sumamente incómodo" que Trump la acosase en escena durante el segundo debate presidencial.



El resto de What happened es mucho más polémico y complejo, empezando por los argumentos de Clinton sobre el papel de la misoginia y el sexismo en las elecciones. Cuesta tragarse la idea de que fue víctima de más acusaciones de falta de fiabilidad de lo normal solo por ser mujer. Su marido tenía fama de ser tan escurridizo que la prensa sensacionalista lo apodó Slick Willie [algo así como Guillermito el hábil]. Más convincente es su opinión cuando asegura que la política presidencial, en comparación con la parlamentaria, es más favorable a la teatralidad que al realismo sosegado más de su gusto. Además, 2016 fue el año de las fanfarronadas. Una de las cosas que la sacaba de quicio de Sanders era que siempre se las arreglaba para superar sus propuestas con algo mayor y menos factible. "Eso me obligaba a representar el nada envidiable papel de la institutriz aguafiestas".



Es posible que hayan oído decir que What happened es un libro airado, y es verdad. O desafiante, en cualquier caso. Ámelo o detéstelo, estropéelo o mímelo. Ahora verán por primera vez qué pasa cuando Clinton no emplea toda su energía en reprimir su irritación. Se ha equipado con una mochila especial de apelativos ("aborrecible", "un fraude") para Trump, de quien dice que está triturando las normas democráticas hasta convertirlas en un engrudo.



Como se deduce del título del libro, Clinton tiene su propia versión de lo que pasó en 2016, y acaba obligando a sus lectores a tomarlo en consideración. Se diría que ella es al mismo tiempo la mejor y la peor persona posible para llevar a cabo la valoración. En todo caso, esta es la conclusión a la que llega:



La carta de Comey del 28 de octubre de 2016, en la que notificaba al Congreso que había reabierto la investigación sobre el uso por parte de Clinton de un servidor privado para gestionar asuntos del Departamento de Estado, puso a efectos prácticos el punto final a su candidatura. (Clinton fundamenta su alegato en gran medida en diversos análisis obra del mago de los datos Nate Silver). Si sumamos la carta y la absoluta saturación de artículos que los medios de comunicación dedicaron a la investigación de Comey desde el primer momento a la injerencia rusa -noticias falsas en las redes sociales, pirateo de correos electrónicos- tenemos la tormenta perfecta.



Clinton culpa también al sexismo, y para ello cita un sondeo de 2014 del Centro Pew de Investigación que mostraba el bajo número de votantes que tenían la esperanza de llegar a ver a una mujer en la presidencia mientras viviesen. Y lo mismo hace con el racismo, que considera inseparable de la preocupación relacionada con la economía, argumentando que su coqueteo con los inmigrantes y los votantes negros pudo dar la impresión de que ponía los intereses de estos por delante de los de los blancos desfavorecidos. Asimismo, cree que la restricción del derecho a voto en los estados indecisos también fue decisiva, al igual que la constante animadversión hacia ella.



Es difícil decir si los lectores van a dar por buenas estas explicaciones. A lo mejor un candidato más acertado habría ganado los votos del Colegio Electoral, así de simple. O tal vez entre los votantes negros la marca Clinton estuviese desacreditada. O puede que la campaña, a pesar del alcance de sus redes y de la generosidad de los bolsillos, no se diese cuenta de que algo fallaba en la base, o que Clinton hubiese debido tener más presencia en las zonas rurales, o que no fue capaz de encontrar una manera más adecuada de abordar los temores de la clase trabajadora blanca, algo que ella misma admite, aunque no cree que fuese eso lo que le costó las elecciones.



Seguramente seguiremos debatiendo estas cuestiones durante décadas, pero hay algo que sabemos a ciencia cierta: la historia se confabuló contra Clinton. Desde 1836, ningún demócrata que no hubiese sido titular del cargo había sucedido a un presidente de ese mismo partido que lo hubiese ocupado dos mandatos seguidos, y en 2016 los votantes estaban deseosos de cambio. Tiene gracia.



A pesar de ello -a pesar de todo- Hillary Clinton ganó el voto popular por casi tres millones. Pero dio igual. Lo que pasó fue que no fue suficiente.



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