Emilio Lledó

Ed. Juan Á. Canal. KRK ediciones. Oviedo, 2017. 668 páginas, 28'45€

Emilio Lledó (Sevilla, 1927) entiende la filosofía como diálogo -así nació, si obviamos a los presocráticos, de los que nos quedan sólo fragmentos-, lo que convierte Dar razón, un conjunto de "conversaciones" (¿por qué no decir entrevistas?) mantenidas por el autor a lo largo de cincuenta años, en más que un mero apéndice de su obra. El filósofo advierte en la introducción de la "ausencia de las circunstancias concretas" que propiciaron los encuentros. Esto se podría haber solucionado en la edición, o bien incluyendo las entradillas o bien con un añadido contextual por parte del editor, Juan Á. Canal, cuya labor de selección y criba es, por otro lado, impecable. En las entrevistas aparecen la fecha y los nombres de los autores: periodistas, discípulos y colegas docentes.



Parte de esas "circunstancias perdidas" se recupera, por suerte, en la larga entrevista que Canal le hace a Lledó para presentar el volumen. Ahí formula el filósofo jugosas teorías sobre la oralidad, la escritura o la espontaneidad de los razonamientos. Intuímos -sería muy difícil saberlo con certeza- que la labor de edición ha ido también enfocada a purgar lo meramente coyuntural, que sin embargo asoma aquí y allá dando al texto un grato aroma de inmediatez, de actualidad congelada para la discusión.



El conjunto sirve por otro lado para comprobar la persistencia con que Lledó -formado en Alemania, en donde fue discípulo de Gadamer- ha defendido algunas ideas relacionadas con la educación, el lenguaje o los misterios de la escritura. Antes hablábamos de "diálogo", pero hay otro elemento importante: la amistad -la philía- que el autor cultiva con algunos de su interlocutores, y que uno puede apreciar en la naturalidad, en la calidez con que discurren muchas reflexiones, "al aire de su vuelo", por decirlo con una hermosa expresión empleada por el propio Lledó para ilustrar el modo en que las ideas afloran, de improviso, en una conversación informal. El lenguaje -su primer objeto de estudio- necesita y busca la comunicación, y el diálogo siempre es pensamiento, con uno mismo o con los demás. Por eso, enseña Lledó, no hay diferencia entre la entrevista publicada, en la que dos hablan para después dialogar con los lectores, y el libro escrito, en el que un autor se expone a quienes van a leer y discutir sus ideas.



Leído el libro uno comprende que el viejo profesor entendió muy pronto que tenía que emplear todos los medios a su alcance para trasladar su pensamiento. La suya siempre ha sido una obra con voluntad pedagógica, con el oído atento a la sonoridad de las palabras, el ojo pendiente de las etimologías y la pluma bien dispuesta para el bello estilo. Nunca ha sido amigo Lledó de los sistemas ("la filosofía es por principio asistemática, se disuelve en la vida, brota de la vida"), pero sí de la coherencia.