Buñuel y Jean-Claude Carrière, discutiendo el guión de Tristana (Toledo, 1969)

Traducción de Antonio Fernández. Ferrer y Ana Isabel Labra. Oportet Editores. Madrid, 2016. 319 páginas, 18€

Cinco años ha tardado en editarse en España Buñuel despierta, traducción al castellano de Le réveil de Buñuel (Odile Jacob), de Jean-Claude Carrière (Colombières-sur-Orb, Hérault, 1931), lo que da idea del interés con el que aquí cultivamos la memoria y el estudio del mayor cineasta español de toda la historia. Carrière conoció a la perfección al universal genio de Calanda. Fue, en gran medida, el responsable de la prolongada y fértil última edad de oro del director aragonés, que recuperó con él el temple surrealista -más domesticado- de sus inicios franceses y logró abrirse a públicos cada vez más amplios.



Trabajaron juntos más de una década. Recordemos la impresionante lista de películas que escribieron a cuatro manos Carrière y Buñuel: Diario de una camarera (1963), Belle de jour (1967), La Vía Láctea (1969), El discreto encanto de la burguesía (1972), El Fantasma de la Libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo (1977). También hicieron otros guiones que no llegaron a materializarse.



Carrière fue el impulsor y el redactor de las memorias de Buñuel, Mi último suspiro (1982), y se ha ocupado de su amigo y maestro en otros libros, notoriamente en Para matar el recuerdo. Memorias españolas (Lumen, 2011) y en varios más como, por ejemplo, Dictionnaire amoureux du Mexique (Plon, 2009) y en su composición autobiográfica Désordre (André Versaille, 2011), que no han sido editados en España.



Como recordarán los espectadores de El discreto encanto de la burguesía, su película más difundida, Buñuel tenía afición a "resucitar" a los muertos, y a ponerlos a pasear, y a hacerles hablar. Todavía más, Carrière toma pie para Buñuel despierta en el expreso testimonio del director contenido en el último párrafo de Mi último suspiro. Dice así: "Una confesión: a pesar de mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, acercarme hasta un quiosco de periódicos y comprar unos cuantos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, pegándome a las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, al abrigo tranquilizador de la muerte". Estas pocas líneas, además de la andanada a la prensa, recogen la obsesión buñueliana por la muerte, su humor negro, su gusto por la imaginación frente a lo real y su nunca sofocada aspiración a un más allá.



Pues dicho y hecho, a Carrière, como buen amigo, no se le ocurre mejor cosa que acudir bien provisto de periódicos al panteón de Buñuel en Montparnasse, abrir su tumba, despertarlo y ponerse a charlar. Hasta llegan a beber vino y a comer jamón. La operación se repite unas diez veces durante varios meses. Y poco importa, por supuesto, que Buñuel fuera incinerado y que sus cenizas no estén depositadas en el cementerio de Montparnasse. ¡La fantasía es libre!



En esta mezcla de fabulación, repaso a los recuerdos y ensayo ligero, Carrière cumple con variados objetivos: completa con evocaciones y anécdotas su particular retrato de Buñuel y hace inventario glosado de sus preocupaciones; trae a primer plano multitud de detalles sobre la filmografía del director aragonés y sobre otras películas; saca a la palestra a amigos y familiares queridos -vivos y muertos-, y también a creadores y personajes clásicos y contemporáneos que el cineasta admiraba o, en algún caso, detestaba y, particularmente, juntos se ponen al corriente y comentan los grandes acontecimientos recientes y los rumbos que ha tomado el mundo. El humor baña el asombro, la indignación y, según, la tristeza.



La casualidad ha hecho coincidir este libro con la aparición de otro curioso, gamberro y jocoso texto de Jean-Claude Carrière, Las palabras y la cosa (Blackie Books), adaptado y versionado para el teatro en castellano por Ricard Borrás. Se trata de las cartas de un filólogo a una dobladora de películas pornográficas, que le ha solicitado expresiones distintas para nombrar, sobre todo, los órganos y los actos sexuales. Y también el culo. El filólogo tira de la rica inventiva popular y de textos de escritores. Resulta que este libro es igualmente heredero de Buñuel, quien propuso un día en Nueva York un concurso a Carrière y a su hijo Rafael: a ver quién hacía una lista más extensa de sinónimos y eufemismos de la palabra polla. Ganó Carrière.