Image: Diccionario enciclopédico de la vieja escuela

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Ensayo

Diccionario enciclopédico de la vieja escuela

Javier Pérez Andújar

1 julio, 2016 02:00

Javier Pérez Andújar. Foto: Archivo

Tusquets. Barcelona, 2016. 480 páginas, 21€. Ebook: 12'34€

El Diccionario enciclopédico de la vieja escuela que acaba de publicar Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besós, 1965) no es exactamente un diccionario y no faltará quien discuta si es "un libro", puesto que se trata de una recopilación, organizada alfabéticamente, de textos aparecidos a veces en contextos ‘nobles', como la sección de opinión de un diario, y otras veces en arrabales digitales de lo más humilde, en años en los que tener blog era menos consuetudinario que ahora. Pero en mi caso, no sólo creo firmemente que estamos ante un libro coherente y vertebrado, sino que hasta estoy dispuesto a comprar la transubstantación andujariana y decir: he aquí un diccionario. Uno que registra con método saltimbanqui las respuestas a una pregunta que podría ser pedante pero resulta no serlo: ¿en qué consiste ser culto?

Pérez Andújar lleva una década siendo una de las voces más sobresalientes a la hora de retratar la periferia de Barcelona (hay barrios periféricos, pero también tiempos, oficios, lenguajes y políticas), esa misma ciudad que, en su opinión, siempre es distinta en cada nuevo libro que se le dedica. En las entradas que configuran este diccionario, la ciudad es protagonista como lo son la biografía sentimental o el fondo interminable de referencias del tbo que maneja su autor. Y todo ello contribuye a conformar una forma de estar en el mundo, insisto: una cultura. Hay muchas formas de ser culto, y la del autor es una cultura en primer lugar municipal, de cercanías: si "el más allá de Íker Jiménez es un misterio de comunidad autónoma", el más acá de JPA es un misterio de barrio que se ríe del poder pero sin dejar de reconocerlo en todas sus formas: "en nombre de Santa Coloma nunca se ha matado a nadie". Es también una cultura obrera, sin necesidad de forzar la identidad porque nada más natural para el observador que escribe estas páginas que reconocer la diferencia entre "trabajo" y "empleo", entre una A anaquista en un muro y un cartelón publicitario, tres torres industriales o tres cruceros caribeños. Es una cultura capacitada para hablar de lo verdadero, de lo auténtico, sin que esos términos sean pura ingenuidad, "porque el autor está fascinado por lo que rechaza. Porque, en el fondo, en la vida se trata de eso, de enfrentarse siempre a uno mismo".

La ciudad es protagonista, como lo son la biografía sentimental o el fondo de referencias del tbo del autor

La cultura de JPA sabe de dónde viene, y a veces no parece la de su generación sino la de otra mayor, y pienso ahora en su constante regresar al cómic belga y español, haciendo de él una lectura en parte sentimental y en parte sociológica; pero esos tebeos los compra en el rastro, en Els Encants, entre el polvo. Otras veces, JPA parece el último hombre fiel a los ejes que definieron a su generación, y entonces Radio Futura, la Transición, el Pryca en esta cita perfecta: "Mira que hemos sido sediciosos tú y yo mangando latas de carne de cangrejo por los pasillos del Pryca. Y no por hambre sino por amor. El amor es nuestra subversión y no su versión. Pero como aquello de ponernos a leer tebeos en la cama mientras la gente hacía cola en las panaderías y los militares tocaban la trompeta, como eso no hemos vuelto a hacer nada tan verdadero". Y en fin, en su capacidad de saltar y escribir una frase y después otra, haciendo de la entropía algo divertido y reversible, se revela en fin como un autor de 2016. Quiero decir, uno que sirve para habitar 2016, con lo difícil que se ha puesto. Más de uno se animaría a decir, claro, que cuando uno es tintinólogo, se es lo que le da la gana.

La cultura de JPA está hecha de referencias pop y/o populares (cine, cómic, series de la tele, Adolfo Suárez…) lo mismo que de mitología clásica y novelas de Pío Baroja o requiebros a Francisco Umbral. Es una cultura que se sustancia en un estilo llamativo, vivo, piruetero, un estilo que enseguida seduce a quien le deba risotadas a Francisco Ibáñez: sublime, oiga. Una metralleta de juegos de palabras que vienen primero de Bruguera, luego de Jardiel, luego de Umbral, y supongo que siempre de salir de paseo. Y de nuevo, en este sentido es simultáneamente antiguo y muy urgente. Tal vez porque sabe escoger enemigos y leer el presente más inmediato: el Diccionario enciclopédico de la vieja escuela es un documento político, que utiliza a IKEA como símbolo de quiénes nos obligan a ser justo antes de que la política decida hacer explícita su imitación programática de IKEA. Aunque los enemigos, no nos confundamos, tienen otros nombres más imperativos y poderosos que los que pueda insinuar esa coincidencia. A veces sorprendentemente concretos: presidentes, alcaldes, corruptillos nacionales. Otras veces, el mercado: "todas las novelas acaban igual, con una nota del editor diciendo que es suya".

El entusiasmo crítico hay que venderlo caro, y aquí podría decir: algo podría podarse. O bien: el peligro de lo amable, de un ingenio que desactive su pólvora de tanto sonreír. Entendería esos matices, pero no voy a hacerlos porque los comparto escasamente y he sido muy feliz leyendo este libro, yo que vengo, como todos nosotros, de "un mundo donde lemas como ‘el placer de la lectura' eran una auténtica pijada". Muy recomendable.