Detalle del retrato de Felipe II de Sofonisba Anguissola

Ed. Polifemo. Madrid, 2014. 350 páginas, 25 euros

La figura de Felipe II (1527-1598) sigue atrayendo la atención, a pesar de los muchos y buenos estudios que se le han dedicado en los últimos años. Dos son en mi opinión las claves que lo explican. El atractivo del poder -y hay pocos personajes históricos que tuvieran más que él- y lo que podríamos llamar la fascinación del monstruo. Me explico. La leyenda negra, por más que respondiera a circunstancias e intereses concretos y hoy esté absolutamente desacreditada, no ha dejado a la larga de beneficiar a su principal víctima, al incrementar entre los lectores el deseo -tal vez morboso- de acercarse a ella.



No resulta fácil sin embargo hacerlo, por la razón que apuntaba al principio. ¿Hay algo más que decir sobre el monarca de El Escorial después de libros como los de Geoffrey Parker, Manuel Fernández Álvarez, Henry Kamen o Peter Pierson, así como los numerosos estudios sobre el personaje y su reinado, que proliferaron especialmente en el entorno del cuarto centenario de su fallecimiento? He de reconocer que mantenía inicialmente esta duda, despejada de forma positiva tras la lectura del libro.



Las bases en que se ha basado el autor para ello son su magnífico conocimiento del proceso educativo y la formación cortesana del monarca, así como de las bibliotecas regias del siglo XVI, temas a los que ha dedicado varios libros y estudios. Por otro lado, ha identificado un hilo conductor en la formación, la personalidad, objetivos, deseos y sentimientos del rey, simbolizados en su mirada, terrible y desasosegante para muchos, que fue cambiando en el curso de su vida como se aprecia en las numerosas imágenes pictóricas que de él nos han llegado. A ello une un afán divulgador, de acercarse a un público lo más amplio posible, sin perder por ello el rigor científico pero sin obsesionarse por describir hechos o acontecimientos ya bien conocidos. El trasfondo es siempre el mismo, el personaje a lo largo de toda su vida con sus características y sus cambios. Otra buena base del libro es el conocimiento documental y bibliográfico de la época que demuestra José Luis Gonzalo, lo que le permite relacionar ampliamente los hechos con los pensamientos y objetivos del monarca; los sucesos de la corte y la Monarquía, con lo que ocurre en otros ámbitos, o los libros, escritos e incluso panfletos y sátiras de cada momento.



El resultado es un buen texto, bien escrito y ameno, que cumple a la perfección el objetivo de llegar a un amplio público lector. En él se presenta a un personaje profundo y atractivo, muy bien formado para el papel que le historia le reservaba y absolutamente consciente de sus responsabilidades. Se insiste en algo que ya conocíamos, aunque en muchos casos con la aportación de datos nuevos: la importante formación humanística del rey, educado para ser un monarca renacentista, su amplia valoración de la cultura y el mecenazgo, su formación en la línea erasmista, que le llevaba a desear la paz y a rodearse hasta finales de los años cincuenta de personajes luego perseguidos por la Inquisición. Lo cierto es que las cosas cambiaron y el rey humanista se convirtió en paladín de la Contrarreforma, con todo lo que ello implicaba. El autor lo explica por el cambio de los tiempos, aunque quizá con una excesiva lenidad y benevolencia hacia el personaje, que siguió manteniendo hasta el final de su vida numerosos rasgos propios de su condición de monarca del Renacimiento, a pesar de que tras el fracaso y la muerte de su hijo don Carlos, seguido poco después por la desaparición de su tercera esposa, Isabel de Valois (1568), iniciara un proceso de ocultamiento progresivo, intensificado en sus últimos años.



La simpatía hacia el protagonista, sin embargo, no reduce un ápice el valor y el interés del libro, que explica, integra y ayuda a entender tanto al rey como a su importantísimo y complejo reinado.