Juan Ramón Jiménez

Edición de Soledad G. Ródenas. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2013. 495 pp. 25 euros

Fue idea del propio Juan Ramón Jiménez reunir en un volumen buena parte de las entrevistas que le hicieron durante su vida; y, al igual que otros libros que el autor de Platero y yo dejó meramente esbozados o en proyecto antes de su muerte, han sido los estudiosos quienes han recogido el testigo y, a partir de los materiales conservados, construido o reconstruido algo parecido a lo que el poeta pudo pretender en su día. Naturalmente, el lector puede cuestionar si el resultado es o no es un verdadero libro de Juan Ramón.



A más de medio siglo de su muerte la pregunta resulta puramente retórica: si hay material para tal libro, no hay más remedio que hacerlo, aunque sólo sea por el valor que éste pueda tener como testimonio histórico y erudito. Pero lo realmente notable, a la vista de la vasta compilación de entrevistas con Juan Ramón Jiménez -88- que acaba de compilar Soledad González Ródenas bajo el título Por obra del instante, es que la voz de Juan Ramón sobreviva a la prueba y sea perceptible incluso cuando nos llega mezclada con la acuosa prosa de los muchos periodistas que, especialmente en la primera parte, toman al entrevistado como pretexto para sus propias demostraciones de sensibilidad "poética".



Milagrosamente, el poeta logra casi siempre hacerse oír en medio del fárrago; y lo hace sin apenas levantar la voz ni apearse ni un instante de su proverbial cortesía: la que emplea, por ejemplo, para reprender socarronamente a Juan González Olmedilla y al acompañante de éste por tomarlo como una parada más en el recorrido histórico-artístico que ofrece Moguer a los visitantes; o cuando enuncia su neurastenia ante la mirada burlona de un Cansinos-Asséns que, sin embargo, apenas logra redondear la caricatura pretendida; o cuando sale triunfante del indisimulado asalto al que lo somete el deslenguado Alberto Guillén, que en las entrevistas de escritores españoles que recogió en su libro La linterna de Diógenes consiguió que la práctica totalidad de los entrevistados se pusiera en ridículo al ceder a la ocasión que el artero periodista peruano les ofrecía de dar rienda suelta a su vanidad y a las maledicencias del oficio.



En tiempos de la República, la guerra civil y los primeros años de exilio, los periodistas que se acercan a JRJ saben ya que se hallan, no ante un bicho raro o un objeto de burla, sino ante una figura literaria de primer orden que, además, tiene ya a sus espaldas una espléndida trayectoria literaria y editorial y, por su comportamiento durante la guerra, puede presentarse ante sus contemporáneos como una incuestionable figura civil, cuya voz expresa como ninguna el compromiso del intelectual alejado de los extremismos políticos pero radicalmente comprometido con la causa de la democracia. Interrogado más a fondo sobre sus ideas políticas, sorprende su curiosa formulación de una sociedad futura en la que se armonizarían la economía colectivizada y la más absoluta libertad de espíritu; o que, en una indignada respuesta a una carta-cuestionario de Guillermo Díaz-Plaja, hablase de los "espinazos horizontales" de los intelectuales del 98, que lo mismo se inclinaron ante Alfonso XIII que ante Líster, y en cambio elogiase, entre los poseedores de "espinazos verticales", a José Antonio Primo de Rivera.



Las últimas entrevistas recogen el testimonio de un Juan Ramón abrumado y enfermo que, hacia el final de su vida y tras la muerte de Zenobia Camprubí, perdió también sus últimos asideros mundanos. Se cierra así el círculo; el joven poeta al que casi asaltaban los curiosos en su casa de Moguer es ahora un anciano que apenas puede oponer su silencio a los periodistas que lo visitan. En su última entrevista, al ser preguntado por la "claridad y pureza" de su lenguaje, responde: "Yo no tengo la pretensión de haber conseguido esa pureza... De tenerla, sería para mí inexplicable".