Niiños aprendiendo el Corán en el protectorado español de Marruecos

Alianza. Madrid, 2013. 504 pp., 24 e. Ebook: 15'99 e.



La política colonial española en África ha despertado habitualmente poco interés. Esa indolencia se ha trasladado a nuestra historiografía, que no se ha distinguido por dedicar grandes esfuerzos a ese ámbito. Dicha apatía resulta más chocante si tomamos como referencia Marruecos, un vecino que compite con Portugal en la lista de países próximos que han sido tradicionalmente ignorados por los españoles, con una actitud más cercana al desprecio (sobre todo en el caso marroquí, por el ancestral rechazo al "moro") que a la mera indiferencia. Sin embargo, esa porción del norte africano tan cercano a nuestras costas ha desempeñado un papel relevante durante buena parte de nuestro siglo XX. "Ese gran desconocido", como denuncia el título, ha proporcionado algunos de los más trágicos sucesos del pasado siglo (Barranco del Lobo, Annual) y ha sido el escenario en el que se curtieron las tropas que luego, en la guerra civil, aplicarían en suelo peninsular los atroces métodos de las campañas rifeñas. Además de todo ello, durante casi medio siglo, España ha desempeñado allí una función tutelar, sancionada internacionalmente, que ha dejado huella a ambos lados del Estrecho. Razones todas ellas que fuerzan a reconocer el calado de la impronta marroquí en nuestra historia.



María Rosa de Madariaga, doctora en Historia y especialista en civilización árabe, tiene una larga trayectoria en investigación y divulgación de los asuntos marroquíes. Autora de varias obras fundamentales sobre el Rif y la presencia española en la zona -En el Barranco del Lobo (2005), España y el Rif (2008), Abd-el-Krim el Jatabi (2009)- nos ofrece ahora en este volumen un completo panorama de los años del Protectorado español (1912-1956), atendiendo fundamentalmente a los aspectos políticos pero sin descuidar los elementos de tipo social, cultural e ideológico. Manejando una importante base documental y una sólida bibliografía, Madariaga ha conseguido escribir una excelente obra de síntesis, clara, bien estructurada y de fácil lectura incluso para el no especialista.



El recorrido empieza con una breve síntesis de las controversias coloniales durante el s. XIX, punto de partida indispensable para adentrarnos en el Tratado de 1912 que concede a España, por intercesión de Francia, el Protectorado de la franja septentrional. Lo que en un principio iba a ser un fácil desquite del 98 se transforma pronto en una nueva ratonera para unas tropas españolas que no terminan de asentarse en un territorio marcadamente hostil, tanto por el clima y la orografía como, sobre todo, los ataques feroces de unas tribus indómitas. Así, el Rif se convierte en una pesadilla para un régimen tambaleante y una Corona que, cada vez más inestable, termina implicándose temerariamente en escándalos y desastres que, a la postre, propiciarán su caída. El nuevo régimen, la República, apenas tendrá oportunidad de implementar las reformas previstas. Ya de por sí era difícil acometer reforma alguna en un espacio dominado por la corrupción y reducto del militarismo más exacerbado. La guerra civil española, no lo olvidemos, tiene su punto de partida en Marruecos, el 17 de julio de 1936.



Lo que sigue, desarrollado en los tres últimos capítulos, es la evolución del Protectorado bajo el franquismo. Es la aportación más interesante y original de la obra. Madariaga distingue las tres etapas clásicas, la de la guerra, protagonizada por Beigbeder, la del período de la II Guerra Mundial y la inmediata posguerra (con los nombres destacados de los generales Orgaz y Varela) y, por fin, la última, de 1951-1956, en la que el hombre fundamental es García Valiño. El denominador común de todas ellas es el juego sucio y la política sinuosa del franquismo, tratando de manipular a los diversos sectores con intereses (franceses, marroquíes) pero al mismo tiempo forzado a reconocer su impotencia por el escaso margen de maniobra a nivel internacional. El balance en todo caso, concluye la autora, es francamente negativo para España, porque tantas vidas humanas sacrificadas y tantas inversiones sólo revirtieron parcialmente en beneficio de unos pocos.