Paul Bowles

Trd. de El Metni. Cabaret Voltaire, 2012. 324 pp., 19 e.



Mohamed Chukri (Nador, 1935-Rabat, 2003) fue un personaje más que curioso que escribió en árabe, pese a que por haber nacido en El Rif hablaba español y francés. Bohemio y un tanto escritor maldito del mundo islámico, Chukri -se lo veía bebiendo en los bares de Tánger muchas noches- mezclaba muy bien las dos tradiciones en que se formó, la islámica y la occidental, aprendida en el mítico Tánger Internacional, que es el tema de fondo, en más de un modo, de este libro de recuerdos y de reflexiones de Chukri sobre Paul Bowles (el último mito de esa perdida ciudad internacional, en la que murió) aunque también dedique un buen espacio al carácter, anécdotas y maldiciones que acompañaron la vida, a la postre trágica, de la mujer de Paul, Jane Bowles que (a quienes la conocieron) no sólo les parecía también una gran escritora, sino mucho más sugestiva que el siempre un tanto frígido Paul...



En principio hay una crítica a ese mundo similar a la que hace Juan Goytisolo: El brillo de Genet, de Borroughs, de los Bowles, de Tennessee Williams, de Ginsberg o de Capote -entre muchos más- ocultaba al pueblo marroquí, colonizado y empobrecido y que (según esta teoría) interesaba poco a los glamurosos visitantes... Es difícil decir que no les interesaba el mundo marroquí, cuando Bowles (desde 1949) se quedó allí prácticamente toda su vida. Recogió el folklore musical marroquí que podría haberse perdido y procuró transmitir los relatos orales (tan árabes) de sus amigos Mrabet o Charhadi. Lo que sólo se insinúa -y el caso de Bowles no fue el más típico- es que el interés de los visitantes por el mundo marroquí se limitaba a cierto exotismo que les gustaba y a la facilidad del turismo sexual masculino que allí encontraban. El Islam lo prohibía pero, en aquellos tiempos más tolerantes, se hacía la vista gorda. Es natural, hasta cierto punto, que en el ameno libro de Chukri, no falto de alguna acidez, se mueve entre dos aguas: la fascinación y el desdén. La atracción por ese Bowles que al final hizo de Tánger su castillo aunque no lo amara (no es tan seguro) y el desdén por aquel mundo refulgente -en el que también estaba Jane y la mora Cherifa- que quería el "color local" y el sexo, pero nunca el fondo de la cultura marroquí. Tampoco a Paul parece aplicable por entero este desinterés (que Chukri argumenta) pero sí desde luego a escritores como Capote, Williams o el mismo Burroughs, que buscaron la permisividad de la ciudad con la droga y con la homosexualidad masculina. Les interesaron los chicos marroquíes más que la cultura de Marruecos. Pero ¿también a Bowles? ¿O lo compaginó con cierta rara sabiduría que su frialdad ocultaba? Es verdad que Chukri es ambivalente con Bowles, rechaza al icono de la vieja sociedad internacional, al que adoraba, y salva al escritor y al hombre que estimó sin entenderlo. Quizá ninguno entendió por entero al otro, aunque hubiera tanta cercanía. Bowles viene a ser la rica contradicción del Tánger internacional, una suerte de país que nunca existió, un lugar en Marruecos que no era del todo Marruecos, pero tampoco España ni Francia ni Londres ni Nueva York... Luz y sombra: fulgor.