Prólogo de Manuel Seco. Universidad de Alicante. 2011. 483 páginas, 24 euros

Alonso Zamora Vicente (1916-2006), dialectólogo, crítico literario y de cine, catedrático de universidad, escritor, académico, secretario de la Real Academia Española durante 18 años, además de lexicógrafo y director de prestigiosas colecciones editoriales, consiguió una voz propia en tiempos difíciles para quienes, como él, formados en la vigorosa escuela de la filología española anterior a la guerra civil, tuvieron que desarrollar su actividad intelectual como "los tolerados y los marginales" en una España bien distinta.



Esta vida es la que estudia en su libro Mario Pedrazuela, autor tambien de otro titulado Recuerdos filológicos y literarios (de Alonso Zamora Vicente) publicado en 2010 en la Universidad de Extremadura, con artículos y textos dispersos de su biografiado. Pedrazuela tuvo la suerte de trabajar junto al escritor protagonista y objeto de su tesis doctoral en sus últimos años, y este lo apoyó con sus recuerdos, sus materiales y su archivo. Esa tesis, Alonso Zamora Vicente: biografía y filología -dirigida por Pablo Jauralde- es el origen de esta obra, que aún conserva cierto aire de aquella dura tarea, porque resulta difícil renunciar a tantos datos interesantes; por eso, quien la lee hoy se recrea con cartas, testimonios de primera mano y grabaciones del propio Zamora Vicente, pero también de muchas de las personas con las que mantuvo relación profesional y de amistad. Toda esta documentación -fundamental en este libro riguroso y concienzudo- acerca a otros filólogos, escritores y editores, y a las instituciones en las que trabajó Zamora Vicente, pero a veces también desdibuja su perfil.



Como indica Pedrazuela, Zamora Vicente sirve de hilo conductor para conocer una época de la historia reciente y de la filología hispánica que pasó: su infancia en el Madrid de los años 20, las vivencias en el Instituto San Isidro y la Universidad de San Bernardo, el Centro de Estudios Históricos con sus maestros, la guerra, el regreso a Madrid y a la universidad de la posguerra, la cátedra en el Instituto de Mérida, la tesis y las clases en Santiago de Compostela, la docencia en la Universidad de Madrid, su incorporación a la Universidad de Santiago de Compostela y luego a la de Salamanca, el gran reto como director del Instituto de Filología de Buenos Aires, la colección Austral, la vuelta a Salamanca, el traslado definitivo a Madrid, los clásicos Castalia, la breve estancia en El Colegio de México, la cátedra de Filología Románica en la Universidad Complutense, la actividad fundamental en la Real Academia Española, y siempre, como telón de fondo, su obra creativa y su pasión por el teatro y el cine. La amplia educación del filólogo explica su interés por Camões, Lope y Tirso, pero también por Valle y Cela, por el cine, la cerámica popular, la cultura y el habla de la gente de la ciudad y de los pueblos. Y todo está en sus textos, porque, como escribió él mismo: "Todo se lo he oído a alguien"; por eso estudió el español con el que se fue encontrando: su tesis sobre el habla de Mérida; el rehilamiento porteño, en Buenos Aires; con Mª Josefa Canellada, su mujer, las vocales caducas del español mexicano, y siempre, sobre todo en sus cuentos y en sus novelas, las voces de Madrid. Como señala Manuel Seco en el Prólogo, desde la fidelidad a sus principios, Alonso Zamora Vicente actuó de enlace entre los dos exilios de la filología española del s. XX, el de fuera y el de dentro. Las cartas con sus maestros -Menéndez Pidal, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás- y con los amigos y colegas -Amado Alonso, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Manuel Alvar- ayudan a comprender algunas de las razones de su amable desencanto.