Sigmund Freud

Traducción de V.Villacampa. Taurus. Madrid, 2011. 504 páginas, 22 euros



Desde sus inicios, el psicoanálisis estuvo cuestionado por su falta de una sólida base científica. Ello no le impidió fascinar pronto a la audiencia de una cultura hondamente angustiada por los fantasmas de la enfermedad mental. La hábil propaganda de Freud y el activismo de sus correligionarios, unidos a ese clima espiritual favorable, acabaron por prevalecer, difundiendo su mensaje a la cultura de masas hasta convertirlo en un elemento habitual de la visión del mundo del hombre del siglo veinte.



A partir de los años sesenta, coincidiendo la creciente desconfianza ante la eficacia de la terapia psicoanalítica con las primeras revisiones críticas de la biografía de Freud, comenzaron a imponerse otras formas de psicoterapia. Pero en Francia el psicoanálisis mantuvo su prestigio intelectual con mayor fuerza que en otros países de su entorno. Esto explica la sonora polémica que el año pasado provocó allí la aparición de este nuevo libro del filósofo Michel Onfray (Argentan, 1959), descalificado de manera inmisericorde por intelectuales como Bernard-Henri Levy, Jacques Alain Miller o Elisabeth Roudinesco.



Desde luego, el tono virulento de los ataques de Onfray a la "fabulación freudiana", aderezado por su particular ajuste de cuentas con el freudomarxismo sesentayochista, se prestaba a ello. El resultado ha sido mucho ruido mediático, buenas ventas y pocas nueces teóricas alrededor de un texto dedicado a mostrar a Freud como un ególatra, ambicioso, manipulador, neurótico, cocainómano, misógino, homófobo y, ya puestos, adúltero, amante de su cuñada, extorsionador de pacientes y, para colmo, simpatizante de los regímenes fascistas del momento.



Todo esto nos cuenta Onfray: que Freud mintió sistemáticamente al reconstruir la historia del psicoanálisis; que ocultó fuentes e influencias (en particular la de Nietzsche) o las minimizó (ya Breuer había reconocido el papel de la sexualidad en la neurosis) para presentarse como genio solitario, inventor de una nueva ciencia; que silenció numerosos errores de diagnóstico, exageró los éxitos de su práctica terapéutica y falsificó resultados, pretendiendo haber curado a gente a la que nunca curó (cosa que hoy sabemos al desvelarse la identidad de muchos de esos pacientes); que tampoco tuvo escrúpulo alguno en presentar como terapia exitosa su desastrosa aplicación de cocaína para tratar la adicción a la morfina; que sus pacientes no testimoniaron espontáneamente sueños y recuerdos velados de índole sexual, sino que él los forzó a ello; etc., etc.



Michel Onfray pretende haber demostrado así -apelando, por cierto, al mismo método interpretativo que inspiró al freudismo: el principio nietzscheano de que toda filosofía no es más que una confesión íntima del autor- que el presunto contenido universal del psicoanálisis no es más que el contenido muy subjetivo de la propia biografía de Freud. Pero, ¿qué quiere decir con esto? ¿Qué sólo Freud tuvo complejo de Edipo? ¿Qué los sueños, sueños son? El sano materialismo ejercido por Onfray en otros textos como El vientre de los filósofos o Contrahistoria de la filosofía raya aquí en la simplicidad más grosera. Se limita a recopilar una información ya conocida desde trabajos como los de Cioffi, Israëls, Borch-Jacobsen y, sobre todo, popularizada en 2005 por El libro negro del psicoanálisis, componiendo con ella una psicología barata del desenmascaramiento que, por más que se reclame heredera de Nietzsche, dista mucho de su sutileza. Desaprovecha así la oportunidad de plantear un debate riguroso sobre el alcance teórico de las intuiciones freudianas; apunta tímidamente a ello cuando alude al olvido del cuerpo en la ficción performativa del inconsciente; pero pronto cae en el mismo reduccionismo que en su exitoso Tratado de ateología. Así como su repudio de las religiones por el saldo histórico de crueldad que arrojan no anula sin más el valor de la experiencia religiosa, la discusión de tesis psicoanalíticas como la de que todo sueño sea expresión de deseos sexuales no invalida en su integridad las aportaciones de Freud al reconocimiento del sentido simbólico de la vida onírica y tantas otras sugestiones suyas.



Por qué el psicoanálisis ha podido triunfar como lo ha hecho es algo que también merecería una explicación bastante más detenida. Michel Onfray ha optado, en cambio, por recorrer un camino ya trillado. Le ha bastado una presentación sensacionalista para beneficiarse de la recogida de algunos suculentos frutos. A la postre, también en su caso han pesado bastante los motivos humanos, demasiado humanos.