Image: Lou Andreas-Salomé. La aliada de la vida

Image: Lou Andreas-Salomé. La aliada de la vida

Ensayo

Lou Andreas-Salomé. La aliada de la vida

Stéphane Michaud

23 mayo, 2001 02:00

Traducción de María Pons. Crítica. Barcelona, 2001. 400 páginas, 3.900 pesetas

La biografía de Michaud es indispensable para conocer a Lou. Es una obra extraordinariamente documentada, que aprovecha materiales hasta ahora inéditos

Durante mucho tiempo me ha acompañado el vago proyecto de escribir una biografía de Lou Andreas-Salomé. Como a todos los que se acercaron a ella, provoca en mí sentimientos contradictorios. Me admira su libertad, su alegría, la capacidad de seducción, su habilidad para animar a cuantos la rodeaban. Pero me repelen su inconstancia, la incapacidad para vincularse a nadie, una cierta crueldad, y la sospecha de que, como comentó Freud, era de una frialdad sorprendente. Nietzsche estuvo a punto de suicidarse por ella. Paul Rée tal vez lo hizo. Su marido -una figura patética- lo intentó en su presencia. Rilke expresa en un poema esta contradicción: "Tú fuiste la sublime que me bendijo/ y te convertiste en el abismo que me devoró". Su gran amiga Frieda von Bölow le dice en una carta: "Como la araña, tejes la malla de tu fina tela, desde ti misma y te instalas en su centro, feliz y sorprendida, atrapando moscas y mosquitos para devorarlos. No te tomes a mal la comparación. Pues eres hermosa, resplandeciente y calurosa como un sol".

Ni qué decir tiene que he leído con gran interés la biografía de Stéphane Michaud. Se trata de una obra extraordinariamente documentada, que aprovecha materiales hasta ahora inéditos. A veces su minuciosidad es tan exhaustiva que convierte la biografía en un dietario. Comprendo la dificultad de contar una vida inquieta, viajera, cambiante, azogada, incapaz de detenerse mucho tiempo en nadie. "Sufro la fiebre primaveral durante todo el año", dicen que dijo. La obra alcanza más profundidad en los períodos de estabilidad de Lou Andreas-Salomé, sobre todo durante su convivencia con Rilke, y durante su amistad con Freud y su hija Anna, muy bien estudiada. Acierta al reducir la importancia de su relación con Nietzsche. Al fin y al cabo, ella misma dijo: "Creo que podría borrarle con el pensamiento de mi vida". Ni siquiera se acordaba si le besó o no, según confesó a André Malraux muchos años después. Siento que Michaud no se haya detenido más en la figura de Friedrich Carl Andreas, el hombre con quien estuvo casada cuarenta y tres años, y con el que convivió intermitente pero permanentemente. Fue un matrimonio no consumado, que muestra la extraña relación que tuvo Lou con la sexualidad. Uno de los problemas de la biografía es que Lou Andreas-Salomé fue extremadamente reservada acerca de su vida íntima, censuró las cartas que no destruyó, y en sus memorias fue de una discreción inesperada.

La biografía de Michaud es indispensable para conocer a Lou. Tal vez la abundancia de datos le ha impuesto una sobriedad excesiva. Echo en falta una descripción más cuidadosa del mundo social en que se movió esta mujer, a la que Anaïs Nin consideraba "la primera mujer moderna". Hasta ahora se la ha conocido sobre todo por su amistad con personalidades geniales. En este libro se estudia también la relevancia de su obra, aunque para conocerla mejor recomiendo al lector el libro de Arantzazu González El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé, Cátedra, 1997.

Hay que entender a Lou como un impulso vital, audaz y ciego. "Sé que corro el peligro de proyectar involuntariamente mi alegría de vivir sobre los hechos observados", escribió Freud. Y éste reconoció "su alegría a toda prueba". Por el libro que comento me entero de que Lou sintió gran interés por la obra de Bergson. No me extraña. Una metáfora que Bergson utiliza varias veces para explicar la evolución creadora del "impulso vital" me parece aplicable a Lou. La Vida, dice Bergson, se parece a un puño que enérgicamente entrara en un montón de limaduras de hierro. Desde fuera, este movimiento se vería como una plural y casual reorganización de todas las limaduras. Pero visto desde dentro es un único y determinado impulso. Las múltiples aventuras amorosas de Lou, su ánimo contagioso que atraía a tanta gente frágil, la rapidez con que tejía relaciones y la brutalidad con que las rompía, son la cara externa de ese impulso elemental y poderosísimo. Y también implacable e irreflexivo, como el despliegue de un instinto. A veces parece sometida a un destino que la dirige: "¿Por qué mis actos más espontáneos han provocado tanta desdicha?", se pregunta durante un segundo. Como la Vida de los vitalistas sigue el camino que le permite expandirse. En Lou era la vida intelectual y la relación amorosa. "Doy las gracias a quien tiene el poder de hacerme amar", escribió en varias ocasiones.

Siempre creyó en una unidad original de la que procedemos. Y pensaba que la mujer estaba en contacto con esa energía primitiva. Sentía el vago impulso místico de los vitalistas. Como el mismo Nietzsche, admite que la vida produce felicidad y dolor, y que está por encima de ambos. Por ello, terminó el "Himno a la Vida", que entregó al filósofo, diciendo: "Y, si ya no tienes felicidad que darme,/sea, aceptaré tus tormentos". Muchos años después, Freud, atormentado por su cáncer, le increpó por este optimismo inconsciente.

Si alguna vez escribo mi biografía de Lou, tendré que contar ineludiblemente con este libro.