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El escritor y periodista Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985) es conocido por llevar siempre la contraria a la mayoría y por hacer de abogado del diablo, papel que le ha granjeado una gran popularidad y numerosos odiadores en los últimos años. No teme meterse en cualquier charco, y en su nuevo libro, Esto no existe (Debate), se mete en el más profundo de todos los que ha pisado hasta ahora: las denuncias falsas por violencia de género.

“Es el charco más profundo porque todo esto que yo cuento estaba ahí y no lo había contado nadie a fondo en 20 años”, dice.

Un poco más de dos décadas es lo que lleva en vigor la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género aprobada en 2004 por unanimidad en el Congreso de los Diputados y que ha supuesto avances claves en la protección, visibilidad y concienciación social frente a la violencia machista en España. Aun así, más de 1.300 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas desde 2003 hasta ahora.

Pero ese “fármaco” creado por el Estado para combatir el “cáncer” de la violencia machista tiene unos “efectos secundarios” —Soto Ivars se refiere al tema con estos símiles médicos— que, según el autor, pocos se atreven a señalar por miedo a ser tildados de machistas o cómplices de los maltratadores.

Según el último informe anual del Consejo General del Poder Judicial sobre la materia, solo el 0,001 % de las denuncias por violencia de género son falsas, porque solo se tienen en cuenta las que han sido perseguidas de oficio por la Fiscalía y han acabado en sentencia condenatoria para las demandantes.

"Esto hay que estudiarlo y me parece un fraude que el Estado no lo haya hecho hasta ahora, una irresponsabilidad"

Hace años a Soto Ivars le chocó que el porcentaje fuera tan bajo. En cualquier otro ámbito del delito, cabe pensar que las denuncias falsas se dan en una mayor proporción que esa.

Todo empezó cuando leyó una noticia de 2018 en la que se decía que el año anterior se habían presentado 180.000 denuncias por violencia de género, de las que solo 17 eran falsas. “Pregunté por ello a los pocos abogados que conocía entonces y me dijeron: ‘¡Uy, si tú supieras lo que hay detrás!’”, afirma.

Soto Ivars publicó entonces una columna sobre el tema y su correo electrónico se inundó de casos —hasta 500, dice— de personas que decían ser inocentes y a las que una o varias denuncias falsas les habían arruinado por completo la vida.

Desde entonces, Soto Ivars ha investigado los números y hablado sobre el tema con numerosos juristas, policías y jueces. Muchos de ellos le pidieron mantener el anonimato por miedo a represalias. Algunos de los que así lo hicieron estiman que, en realidad, el porcentaje de denuncias falsas puede oscilar entre el 20 y el 40 % del total. Aunque recalca que es imposible saberlo porque el Estado se niega a arrojar luz sobre ello, Soto Ivars se inclina por la estimación de una de sus fuentes: un tercio.

Entre 2006 y 2023 se presentaron 2,68 millones de denuncias por violencia de género, por lo que, si esta estimación fuese cierta, habría casi 900.000 varones afectados por denuncias falsas en todo ese tiempo.

A Soto Ivars ya le están lloviendo las críticas, como era de esperar. En los cinco días que lleva el libro a la venta, asociaciones feministas han pedido el boicot de su libro y una abogada pide que el Gobierno le persiga, pero también se ha anunciado una segunda edición, lo que evidencia que se trata de un tema que suscita el interés de mucha gente.

Pregunta. En el libro dice que uno de los argumentos que se esgrimen para no querer investigar el tema de las denuncias falsas es el miedo a que eso desincentive que las víctimas reales denuncien.

Respuesta. Sí, porque entre las asesinadas, que son unas 50 cada año, muchas no denunciaron nunca, y entre las mujeres en situación grave de maltrato se da también la circunstancia de que muchas no denuncian o retiran la denuncia al poco de ponerla porque el maltratador ejerce sobre ellas un efecto tiránico y chantajista.

»Está muy bien tener esa consideración hacia las víctimas, pero la denuncia falsa o instrumental produce otras víctimas: el hombre primero, los hijos a continuación, y el entorno del hombre también; por ejemplo, abuelas que no pueden ver a sus nietos. Esto hay que estudiarlo y me parece un fraude que el Estado no lo haya hecho hasta ahora, una irresponsabilidad. Vale, aceptamos los fármacos, pero queremos saber los efectos secundarios.

P. Según cuenta en el libro, el porcentaje oficial de denuncias falsas es del 0,001 %, pero usted afirma que una denuncia debe reunir muchos requisitos para ser considerada falsa en las estadísticas. Por ejemplo, no cuenta si es el acusado y no la fiscalía quien emprende acciones legales contra la mujer; tampoco si la condena por denuncia falsa llega más de un año después de iniciarse el procedimiento.

R. En el libro hacemos —y digo “hacemos” porque me ha ayudado gente que sabe mucho más que yo de todo esto— un análisis de los distintos requisitos que va poniendo año tras año la Fiscalía para ese informe y es una cosa ridícula. Pero no es un dato falso, son las que se condenan por acción de la Fiscalía General del Estado. Y sí que nos sirve de algo muy importante: saber el grado de pasividad que tiene la Fiscalía ante los indicios de uso espurio de la Ley de Violencia de Género. O sea, pasan del tema. Por otra parte, la denuncia falsa es muy difícil de condenar, porque probarla es tan difícil como probar, por ejemplo, una violación en la que no hay uso de la fuerza.

»El hombre denunciado en falso muchas veces va a acabar absuelto, muchas veces va a acabar archivado el caso, pero no puede esperar que el sistema vea como maltrato lo que le ha pasado. Y yo considero que es maltrato.

Portada de 'Esto no existe', de Juan Soto Ivars. Ed. Debate.

P. De hecho, usted propone al final del libro que se tipifiquen las denuncias falsas como violencia de género.

R. Es que si vamos a la definición internacional de violencia de género es la que sufre una persona por el hecho de su sexo. La Ley española de Violencia de Género es la única en Europa que reserva una pena más alta para el hombre y que crea juzgados especiales donde solo pueden ser juzgados ellos. Existe todo esto que llamamos mecanismo de protección, y el uso fraudulento de esa herramienta por parte de mujeres que no son maltratadas o que han participado de un maltrato recíproco con su expareja constituye un tipo de violencia institucional de género, porque no lo puede sufrir una mujer y porque el hombre tiene las de perder desde el momento de la denuncia.

»Es un abuso que se produce: duerme en comisaría, pierde el contacto con los hijos. Hay un capítulo dedicado a los efectos que esto tiene sobre la vida particular del hombre. No hay ningún estudio sobre los suicidios relacionados con esto, pero en los estudios genéricos sobre el suicidio se ve que el hombre divorciado en una mala situación económica y alienado de su familia tiene muchas más papeletas para quitarse la vida.

P. Según los testimonios de abogados y juristas que ha entrevistado, estima que alrededor de un tercio de las denuncias son falsas. ¿En qué datos se basa ese porcentaje tan elevado?

R. Esa es la estimación que yo elijo, que es de Felipe Mateo Bueno, un abogado que lleva toda la vida con esto, y su estimación es bastante media. Él calcula un tercio porque considera que detrás de la mitad de las sentencias de conformidad puede haber una denuncia falsa o instrumental, y también en la mitad de los casos que acaban en archivo o absolución.

»Esto no deja de ser la estimación de alguien. Cuando preguntas a instructores y jueces te dan una estimación más baja, y hay otros abogados y abogadas que dan estimaciones más altas. Pero cuando vamos a la poca información que hay en el Consejo General del Poder Judicial y leemos los hechos probados de ciertas sentencias que fueron simplemente absolutorias, se nos ponen los pelos de punta, porque lo que vemos es que muchas veces, con indicios clarísimos de uso espurio de la ley, no se ha deducido testimonio, que quiere decir que ni siquiera se ha investigado si la demandante está maltratando al hombre con denuncias.

»Te pongo el ejemplo que incluyo en el libro de una señora que acusa al marido de haberla maltratado y violado en un viaje a Marruecos. Y en el juicio se descubre que ella ha manipulado una foto, pegándolo a él con Photoshop. Pues se absuelve al señor y no se deduce el testimonio. Este es un caso bastante paradigmático de cómo ante indicios claros de denuncia falsa se decide no actuar de oficio.

»Salta a los ojos que aquí está pasando algo de una magnitud bastante desoladora. Y es fácil averiguar por qué: la gente no se mueve por maldad, sino por incentivos. Las medidas de protección que se conceden automáticamente están muy bien para la maltratada de verdad, pero para la que no lo es y está en un proceso de divorcio, que puede perder por ejemplo una casa o un coche, la denuncia instrumental te pone en la mano un incentivo perverso. Así que lo hacen porque pueden. Y si no se te persigue jamás, entonces tienes un incentivo, pero ninguna penalización.

P. ¿Por qué nadie ha investigado esto a fondo?

R. Porque a la gente le da miedo dos cosas: primero, hacer algún tipo de daño a la maltratada de verdad, miedo que yo comparto; segundo, el miedo al linchamiento.

"A partir de lo que le hicieron a María Sanahuja se fue generando el silencio. Bajo promesa de anonimato, los jueces te dicen cosas como las que ella decía"

P. Una de las primeras personas que criticó públicamente los efectos secundarios de la Ley de

Violencia de Género fue María Sanahúja, que era jueza decana de Barcelona y, según afirma usted en el libro, "tenía todos los carnets en regla: era progresista, mujer, feminista y pertenecía a la asociación más afín a los postulados de la izquierda, Jueces para la Democracia". Ella alertó de que se estaba “haciendo un abuso” de las demandas por maltrato en casos de divorcio para “tener mejor situación en la separación”. El Instituto de la Mujer la criticó duramente y dos años después perdió su cargo como jueza decana.

R. Cuando salió la ley se hablaba de ella. Pero a partir de lo que le hicieron a María Sanahuja se fue generando el silencio. La gente decía “no me conviene”. Bajo promesa de anonimato, los jueces te dicen cosas como las que ella decía con mucha naturalidad. Y una cosa muy importante que aprendí hablando con ellos es que, cuando hablamos de violencia de género, pensamos en la víctima Ana Orantes, en la mujer destruida por el marido cabrón, atrapada, y eso existe. Pero en el monto total de denuncias no tenemos 200.000 mujeres al año en esa situación, sino un poco de todo, y mucho de lo que pasa por los juzgados son parejas tóxicas, maltrato recíproco. Lo más habitual es eso. También hay de lo otro, claro. Te llega una mujer destrozada, pero también una pareja que se lleva a matar y en la que se han pegado los dos. Y al utilizar la etiqueta violencia de género parece que solo estamos hablando de lo primero. Pero en una pelea mutua solo uno tiene las de perder, y eso es una injusticia.

P. ¿Qué cambiaría de la Ley de Violencia de Género para que fuera, según su opinión, más justa?

R. Lo primero que hay que cambiar —porque no se trata de derogarla, ya que sus medidas de protección están muy bien siempre que se controle su uso— es la tipificación penal que da para el mismo hecho pena más alta al hombre que a la mujer y que, sobre todo, prevé que ante la denuncia todo el sistema se va a comportar de manera distinta a como se comportaría si fuera el hombre quien denuncia el mismo hecho. Es un caso de derecho penal de autor, algo que explica muy bien Guadalupe Sánchez en su libro Populismo punitivo. Eso es incompatible con los principios de la igualdad. Ha generado una desigualdad descomunal.

»Tampoco estoy de acuerdo con la definición de violencia de género que hace la ley, porque excluye al hombre de la posibilidad de sufrirla.

P. ¿Y qué efectos positivos sí ha tenido la ley?

R. La ley ha tenido efectos positivos a punta de pala, pero no solo la ley. Fíjate: hay quien dice que sigue muriendo el mismo número de mujeres, pero hay que tener en cuenta que tenemos más población que hace 20 años. Y en segundo lugar, la tasa total de asesinatos ha ido descendiendo de los 70-80 que había en 2004 hasta ahora en los que estamos en 50, y algunos años menos. Son vidas que se han salvado, pero ¿es eso mérito de la Ley de Violencia de Género? Porque los asesinatos en general también han bajado.

"50 o 70 asesinadas en un año son pocas para la cantidad de denuncias que hay. O sea, no creo que la ley esté salvando 200.000 vidas al año"

»Yo creo que la ley para una mujer en situación de maltrato sí que es útil, eso que quede claro. No es la panacea, porque no hay medios para tantas beneficiarias de las medidas de protección. Pero lo de las muertes, que se usa como argumento vencedor, hay que ponerlo en contexto en términos de magnitud. 50 o 70 asesinadas en un año son pocas para la cantidad de denuncias que hay. O sea, no creo que la ley esté salvando 200.000 vidas al año. Es ridículo pensarlo.

»En cuanto a las medidas de concienciación, hay que tener en cuenta que países sin una ley como esta han evolucionado en nuestro entorno de la misma manera. Yo creo que el mismo cambio social que nos ha hecho mucho más intolerantes hacia la violencia contra las mujeres se ha producido en Portugal o en Francia o en Alemania. Y estos países no necesitan tener una ley como esta en concreto.

»Otra cosa que cambiaría es que toda la maquinaria contra la violencia de género está financiando redes clientelares, hay mucha gente que dice luchar por la igualdad y no está haciendo nada más que cobrar de ella. Me refiero a asociaciones y organizaciones, y en el libro dedico un capítulo al “dinero violeta”.

P. A la hora de negar que el feminismo busque la igualdad, me ha sorprendido su uso de argumentos ramplones, como los que usaban los machistas antiguos: eso de que las mujeres no van a la guerra y no bajan a la mina, que para eso no les interesa ser iguales.

R. Te sorprende ese argumento porque estás acostumbrado a que suene mal. Pero ¿qué es para ti la igualdad?

P. La igualdad de oportunidades y ante la ley y la ausencia de discriminaciones por cuestión de género. En cualquier caso, no creo que haya que empezar a buscar la igualdad por abajo…

R. Nadie dice que haya que empezar por ahí, pero hablo del interés o el desinterés por la igualdad. La igualdad se puede defender por abajo o por arriba. Si te das cuenta, si hablamos de brecha salarial, de techo de cristal, de mujeres en posiciones de poder, de acceso a la policía y a los bomberos, es decir, a una cierta autoridad, ahí hay un interés —que yo además comparto— por parte de los feminismos. Pero hay ámbitos de la sociedad donde el hombre está sobrerrepresentado en lo malo, y la perspectiva de género no se ha preocupado por la sobrerrepresentación masculina en lugares inmundos y duros.

"Cuando el hombre tiene un problema de género, se dice que es su culpa. Cuando el problema de género afecta a la mujer, es culpa del sistema"

»En cuanto al tema de la brecha salarial, Claudia Goldin, premio nobel de economía, tiene un libro donde desmonta ese mito, porque dice que no es que las mujeres ganen menos por el mismo trabajo, sino que hay trabajos que en general las mujeres no están haciendo.

»Ahí es donde yo te digo: si te interesa la igualdad tienes que mirar lo que hay arriba y lo que hay abajo, porque no existe una sola subvención en España para que haya más hombres enfermeros, no hay una cuota para que haya más hombres en trabajos típicamente feminizados.

»Eso no existe porque el interés por la igualdad no es real. Hay un interés por que mejore la situación de la mujer en aquellos ámbitos en los que su situación es peor. Y, como digo, yo comparto esa ambición. Que las mujeres ocupen lugares que tradicionalmente no habían ocupado me parece de primero de democracia. Pero el interés por la igualdad lo discuto cuando nadie en esa órbita de pensamiento se ha interesado por el hecho de que 3/4 de los suicidios sean masculinos. Eso es un problema de género.

»Cuando el hombre tiene un problema de género, se dice que es su culpa. Se suicidan más porque están más locos y son más violentos, van más a la cárcel porque son más criminales, etc. Cuando el problema de género afecta a la mujer, es culpa del sistema. Esa es la óptica típica de la narrativa de género.

P. Hace casi una década le entrevisté por primera vez. Entonces sus detractores le llamaban “equidistante” como insulto. Imagino que ya no usan ese adjetivo porque usted ha ido tomando posiciones cada vez más claras en contra de la izquierda. ¿Hoy cómo se define políticamente?

R. No sé. Mi análisis de lo que está pasando en los años de gobierno del PSOE, sobre todo en los dos últimos, me ha alejado de manera muy drástica del partido que yo votaba habitualmente, que era ese. Yo no he empezado a votar diferente, simplemente veo los asuntos políticos con distancia, ahora me considero huérfano políticamente.

P. ¿Aspira a que este libro abra un debate sobre algo que hasta ahora era un tabú?

R. Yo espero que este libro arroje luz sobre un hecho que lleva 20 años pasando y que a nadie le ha dado la gana de mirar: la aparición de las víctimas surgidas del intento de proteger a otras. Espero que despierte cierto interés sobre el destino de esas vidas, hombres y mujeres afectados por esto. Las críticas desaforadas van a resumirse en el título de mi libro, porque van a decir “esto no existe” porque dice la Fiscalía que es un 0,001 % y ya está.