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Qué grata sorpresa escuchar a una jovencita Patti Smith (Chicago, 1946) al terminar "La Yugular", una de las canciones de Lux, nuevo disco de Rosalía, ante la que Smith ha manifestado públicamente su admiración.

"Siete cielos, qué más da. Yo quiero ver el octavo cielo. El décimo cielo. El milésimo cielo. Ya sabes, es como atravesar al otro lado. Es como pasar por una sola puerta. Una sola puerta no es suficiente. Un millón de puertas no son suficientes", dice la artista en este extracto de entrevista, realizada durante la gira europea de 1976 con su banda Radio Ethiopia.

Smith, siempre salvajada, rebelde, desafiante, hablaba entonces de la canción de The Doors "Break On Through (To the Other Side)", como ejemplo de que el verdadero espíritu artístico implica romper límites infinitamente.

Medio siglo después sigue predicando con el ejemplo subida a los escenarios. El pasado octubre recaló en el Teatro Real de Madrid con motivo de su gira europea para conmemorar el aniversario de Horses (1975), su disco debut que ha cumplido 50 años este noviembre.

Mes en el que, además, acaba de publicar sus nuevas memorias, Pan de ángeles (Lumen, 2025). Sorprende también la lucidez de la cantante y escritora, quien firma con este nuevo libro su quinta autobiografía, para ahondar en sus recuerdos.

Portada de 'Pan de ángeles' (Lumen, 2025).

Tras ganar el National Book Award con Éramos unos niños (Lumen, 2010), una crónica personal de la efervescencia de finales de la década de los 60 en Nueva York, Smith publicó tres autobiografías más: Tejiendo sueños (Lumen, 2014), hecha de detalles cotidianos de su infancia, M Train (Lumen, 2016), un viaje cafetero a través del duelo y de sus recuerdos enredados con otros amigos escritores, y El año del Mono (Lumen, 2020), una continuación de ese viaje donde la artista aterrizó en el presente, comentando la llegada al poder de Donald Trump.

Pan de ángeles, donde la artista hace un recorrido completo de su vida, podría suponer la terminación de esta quintología biográfica. Smith, que nació tosiendo en mitad de una ventisca de nieve previa al año nuevo de 1947, comienza el libro con sus primeros recuerdos en la trona.

Narra su infancia dickensiana, en un hogar nómada, devoto y humilde, y aquejada por la cuarentena y la convalecencia. Durante sus primeros seis años de vida sufrió una enfermedad contagiosa tras otra: bronquitis, tuberculosis, sarampión, paperas, varicela.

"Me dedicaba a fantasear con los personajes de los libros, inventándoles aventuras más allá de la página. Pese a que la enfermedad era una compañera fiel, no me identificaba con los personajes postrados en la cama de los libros", escribe Smith, para quien la enfermedad prematura, como para muchos otros artistas, fue un disparador de creatividad e imaginación.

Fue una niña enfermiza, la mayor de cuatro hermanos, pero también traviesa, aventurera y curiosa. Se sintió maravillada por los libros antes de aprender una palabra y le bastó con una única visita al museo (al de Arte de Filadelfia) para prendarse para siempre del arte.

Su madurez y autoconsciencia —"Me sentía niña, pero al mismo tiempo anciana como si fuese una reliquia humana de una cultura primitiva", confiesa—le hizo replantearse sus vínculos familiares y su fe desde muy temprano. "Era feliz con mi familia, pero no podía evitar sentir un extrañamiento inherente". Un sentimiento que, una vez llegado al final del libro, parece premonitorio.

Smith cuenta cómo su madre, quien por un tiempo estuvo dentro de los testigos de Jehová, volcaba su fe en ella y cómo a veces pertenecer a una religión le resultaba "un poco limitante". "Estaba más que agradecida por la intensa educación religiosa que había recibido. Renuncié a mi religión no sin cierta pena amarga, aunque también acompañada de una sensación de liberación. Sin las ataduras de la religión podía pensar del modo que quisiera".

Pronto supo que ser artista era una profesión "sagrada", que requería un gran sacrificio, y se marchó a Nueva York, dejando atrás a su familia y a una niña, a la que había dado en adopción después de un embarazo adolescente.

En su llegada a la Gran Manzana las memorias se entremezclan con las de Éramos unos niños, sobre todo el flechazo mutuo con el artista Robert Mapplethorpe, y en su peculiar relación y parecido con Bob Dylan. "No puedo decir que fuésemos amigos, pero parecía confiar en mi opinión para ciertos temas", dice la artista, una de las pocas privilegiadas en sacarle una sonrisa a Dylan.

También desgrana cómo formó su banda en Nueva York y compuso el legendario Horses, un disco que pretendía cabalgar hacia el futuro. Un álbum libérrimo que Smith quería publicar el 20 de octubre de 1975, día de la muerte de Arthur Rimbaud, uno de sus grandes referentes. No pudo ser, pero casualidades del destino hicieron que se publicara el 10 de noviembre, el día del cumpleaños del poeta francés.

Lo de Smith con las fechas es digno de creer en el destino. Su marido y padre de sus dos hijos, Fred 'Sonic' Smith, murió el 4 de noviembre de 1994, el día del cumpleaños de Mapplethorpe, quien había muerto de sida en 1989. "El amor de mi vida y el artista de mi vida", se refiere a ambos.

La cantante recuerda a su marido, guitarrista de la banda de rock MC5, como "un hombre atormentado", aunque con un cariño eterno. "Nunca fui capaz de penetrar en la auténtica naturaleza de sus problemas. Su declive fue la tragedia de mi vida, y no beneficia a nadie el exponer las batallas privadas de un hombre muy reservado".

La muerte azotó a la cantante, quien perdió a su hermano de un derrame cerebral poco después de la muerte de su esposo y a numerosos amigos durante la epidemia de sida de los 80.

También a los escritores Allen Ginsberg y William Burroughs el mismo año (1997), quienes la habían ayudado a proseguir con su vida tras la pérdida de Fred.

De ahí que el duelo impregne los últimos capítulos del libro, en los que destaca un inesperado hallazgo. Smith, quien todavía conserva a su hermana Linda, recuerda cómo de pequeña intentaba encontrar algún rasgo que la uniera a su familia: una mueca, un andar, un deje. Lo encontró en una foto de su padre corriendo una maratón. "Por eso estoy aquí, para cruzar metas, para saltar muros".

Sin embargo, tras la muerte de sus progenitores, descubrió que no era la hija biológica de su padre. Unas pruebas de ADN, realizadas en 2012 cuando Smith tenía 65 años, le revelaron que en realidad era hija de un piloto judío con el que su madre había tenido una aventura.

Aunque le costó tiempo asimilarlo, tanto que incluso dejó de escribir durante un tiempo, Smith nunca llegó a culpar a su madre.

"Admiré su silencio; sabía que yo sentía predilección por mi padre, y en lugar de ofenderse por ello, me protegió del hecho de que él no me hubiera engendrado. Y así, de algún modo acabamos agradeciéndole el desliz posbélico", confiesa en unas memorias que parecen tanto una despedida como una bienvenida. Con Patti Smith, nunca se sabe.