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Ya se sabe: “la letra con sangre entra”. Y pocos subgéneros más sangrientos que el slasher o, como solían llamarlo despectivamente nuestros críticos más rancios, el cine de hachazos y cuchilladas.



Una modalidad del horror moderno que eclosionó entre finales de los setenta y mediados de los ochenta para quedarse con nosotros con la contundencia de un hachazo en medio del cráneo, penetrando profundamente en el imaginario colectivo.

El término slasher procede del verbo inglés to slash: acuchillar, degollar, lo que deja poco lugar a dudas en cuanto a su naturaleza.

Pero como nada es tan sencillo como parece, no faltan variantes ni estilos bien diferenciados, así como antecedentes ilustres, tanto literarios como cinematográficos.



Lo que pocos podían imaginar es que acabaría por convertirse, en pleno siglo XXI, en tendencia de moda en la novela de terror actual, saltando de las pantallas a la letra impresa con la misma ironía que Freddy Krueger entrando en nuestras peores pesadillas.

Sangre nueva

Partiendo de la presente ola de nostalgia por el terror de los ochenta, pero al calor también del éxito de la novela negra con psicópatas asesinos y coincidiendo nada casualmente con el revival del whodunit (¿quién lo hizo?), un montón de escritores se han lanzado a acuchillar literariamente al lector, usando todos los elementos que definen, más o menos, al slasher.

Stephen Graham Jones, escritor nativo americano que se diera a conocer con obras con personajes y temas de la misma procedencia, se hizo en 2021 con el premio Stoker a mejor novela de terror con Mi corazón es una motosierra (Biblioteca de Carfax), primera de la Trilogía del Lago Indian, entregada a deconstruir, rendir homenaje y reinventar el slasher, partiendo de sus clásicos cinematográficos.



Poco antes había comenzado a jugar con el género en su simpática novela corta La noche de los maniquís (Carfax), publicando el pasado año I Was a Teenage Slasher, aún inédita en España.

'Mi corazón es una motosierra', homenaje al slasher ganador del premio Stoker.

Por su parte, Grady Hendrix, otro escritor de moda, da una vuelta de tuerca a uno de los tópicos del slasher con su premiada Grupo de apoyo para final girls (Minotauro), que renueva el personaje de la “chica superviviente”.



Hendrix es indirectamente uno de los culpables de esta moda, gracias a su ensayo Paperbacks from Hell (Minotauro), que recupera la era dorada del libro de bolsillo de terror. Sin olvidar al irlandés Kealan Patrick Burke y su Linaje (Dilatando mentes), heredero de La matanza de Texas (1974).

Para espanto de padres y profesores, el slasher es y ha sido siempre favorito de los adolescentes, lo que no debería extrañar ya que suelen ser también sus principales víctimas en la ficción.



La novela juvenil, lo que los anglosajones llaman YA (Young Adult), se ha tirado al hachazo y la cuchillada con títulos tan disfrutables como Un payaso en el maizal y su secuela Un payaso en el maizal 2: Frendo vive, de Adam Cesare, editadas por Dimensiones Ocultas, la primera de las cuales, premio Stoker a mejor novela juvenil, ya ha sido convertida en divertida película.

La relación entre cine y literatura slasher es inextricable: Cesare acaba de publicar en Estados Unidos su novelización de la nueva El Vengador Tóxico, recién estrenada en España.

El fenómeno es imparable. Se suman autores españoles como Abel Banda con La Granja Olvidada y su secuela, Rubén Benítez Bravo con Resident Slasher (Arcanas) o Alan Dick, Jr. (seudónimo de Alfonso M. González) con su divertido bolsilibro Hedor en Jackson Hole, aunque la mayoría se mueven en la autoedición porque, todo hay que decirlo, el género sigue siendo poco considerado en nuestro país (nunca lo fue).



A diferencia de Suecia, donde Konferensen (2021), slasher de Mats Strandberg, ha sido un best-seller convertido en película distribuida por Netflix.

Sangre vieja

Pero la literatura slasher tiene ilustres precedentes, pues el cine bebió del libro desde un principio. Al fin y al cabo, alguien dijo una vez que el slasher es el whodunit… solo que exhibiendo gráficamente los asesinatos, una definición que cuadra con gran parte del género.

Encontramos a sus directos antepasados en folletines góticos del XIX, como Sweeney Todd. El collar de perlas (Carfax) de James Malcolm Rymer y Thomas Preskett Prest, que inspiraría tanto el musical slasher de Stephen Sondheim como su versión cinematográfica por Tim Burton, o en las obras del infame Théâtre du Grand Guignol de París, fundado por Oscar Méténier en 1897. Pero, sobre todo, en la novela de misterio y suspense más truculenta.

No deja de ser curioso que muchos antecedentes literarios del slasher sean obra de mujeres: La escalera de caracol (Imagica) de Mary Roberts Rinehart; Some Must Watch, conocida entre nosotros también como La escalera de caracol (Who Editorial) por su versión cinematográfica; o, naturalmente, Diez negritos (Espasa) de Agatha Christie, cuyos asesinatos creativos de uno en uno son culpables de inspirar tanto el giallo italiano como el slasher.

Fotograma de 'Diez negritos' (1974), la madre de todos los slashers.

A los que cabe añadir la posterior Sé lo que hicisteis el último verano (Dimensiones ocultas) de Lois Duncan, suspense juvenil que inspirará una franquicia cinematográfica del género que alcanza hasta este año.

Locos asesinos en serie proliferan en clásicos del misterio como Gaston Leroux con El Fantasma de la Ópera (Valdemar), Edgar Wallace con El terror (A-Z Ediciones); Cornell Woolrich con Coartada negra (Acervo), convertida en película como El hombre leopardo (1943); o The Screaming Mimi de Frederic Brown —en castellano, La caza del asesino (Círculo del crimen)—, origen inconfeso de El pájaro de las plumas de cristal (1970) de Dario Argento.

Liberación (Impedimenta) del poeta y novelista James Dickey (película de John Boorman) inaugurará un survival redneck que derivará al slasher con la familia caníbal de La matanza de Texas. Así, hasta llegar al padre fundador: Robert Bloch.

Los extraños de Mort Castle, un slasher de los ochenta recuperado.

Con Psicosis (múltiples ediciones), publicada en 1959 y convertida en clásico por Hitchcock un año después, nace el verdadero slasher. El propio Bloch se convierte en asiduo del género con obras como El terror (Molino), Pirómano (Valdemar), La noche del Destripador (Plaza y Janés) o sus secuelas de Psicosis.



El slasher moderno se abre paso a cuchilladas en las librerías con autores y autoras como Richard Laymon —Sangre en el bosque, Apagadas están las luces (Martínez Roca), Noche infinita (Agata), etc.—; John Miglis —Ojos que matan (Martínez Roca)—; Bari Wood —Visiones de la muerte (Plaza y Janés), El don de matar (Bruguera)—; Shelley Hyde (seudónimo de la escritora Kit Reed) —Fiebre de sangre (Martínez Roca)—; Mort Castle —Los extraños (Dimensiones Ocultas)—; Peter Benchley —Isla (Argos Vergara), también película—, por citar varios ejemplos.

Dean R. Koontz, un pequeño grande del terror que no le hace ascos al slasher.

De los grandes del terror, pocos quisieron tener que ver con este subgénero comercial y de mal gusto. Con una excepción: Dean R. Koontz, antaño competidor de Stephen King (hasta que este se convirtiera en candidato al Nobel), quien en novelas tan entrañables como Susurros, El lugar maldito o Espejo mortal (Plaza y Janés), entre otras, utiliza gozosamente los estereotipos del slasher.



También algún escritor de prestigio cae voluntaria o involuntariamente en sus sangrientas redes: Shane Stevens con su épica novela de psicópata Por causa de locura (Planeta), Brett Easton Ellis con American Psycho (Debolsillo) o Jack Ketchum con Temporada baja y Joyride (Carfax).

Mientras las plataformas nos ofrecen este Halloween un aluvión de excelentes slashers actuales, ignorados por una crítica llena de prejuicios, la nueva novela de terror, aclamada por esa misma crítica, triunfa elevando los slashers de los ochenta a la condición de clásicos. Una paradoja para liarse a cuchilladas, ¿verdad?