La muerte de José Ortega y Gasset, ocurrida la mañana del 18 de octubre de 1955, vino a refrendar su irónica frase de que "en España es difícil hasta morirse".
Pensador ingrato para el franquismo, la Dirección General de Prensa intuía que con motivo de su fallecimiento se revisarían sus ideas políticas y filosóficas, por ello, se anticipó a la noticia instruyendo a los periódicos con esta consigna: "Ante la posible contingencia del fallecimiento de don José Ortega y Gasset, y en el supuesto de que así ocurra, ese diario dará la noticia con una titulación máxima de dos columnas y la inclusión, si se quiere, de un solo artículo encomiástico, sin olvidar en él los errores religiosos y políticos del mismo, y, en todo caso, eliminando siempre la denominación de 'maestro'".
Esto no impidió la publicación de obituarios equilibrados y encomiásticos en toda la prensa nacional e internacional. El Archivo Ortega alberga casi cinco mil documentos relacionados con su muerte, vestigios que muestran tanto la dimensión histórica de la pérdida del hombre público, catedrático, filósofo, periodista, escritor, como del ser humano, padre de familia, esposo, maestro y amigo.
Sus tres hijos Miguel, Soledad y José escribieron sendas biografías de su padre, y todos rememoran sus últimos meses de vida. En el verano de 1955 Ortega se animó a hacer una excursión en coche por el Cantábrico con su mujer Rosa Spottorno y el matrimonio García Gómez. En Santillana del Mar se hicieron una fotografía que a la postre será la última imagen de Ortega con vida. Antes de regresar a Madrid, visitaron a Díez del Corral en Noja, a Paulino Garagorri en Valmaseda y a Fernando Vela en Riaño.
Pero su estado de salud no era bueno. El 25 de agosto llegaron al Coto de Castilleja, en Mayorga de Campo, donde Soledad pasaba el verano con su familia. La hija lo encontró más delgado, pero con buen aspecto, y notó que los primeros días comió mejor "con la ilusión de la comida casera", aunque pronto aumentó la falta de apetito y las molestias gástricas "un tanto difusas" que notaba.
Última fotografía de José Ortega y Gasset con vida. Con Rosa Spottorno y Emilio García Gómez, en el claustro de Santillana del Mar, Santander, verano 1955. Foto: Residencia de Estudiantes
Su hijo Miguel, médico especialista de aparato digestivo, examinó a Ortega el 17 de septiembre. "Al reconocerle –cuenta– aprecio una dureza en el epigastrio. Le hago unas radiografías que confirman lo que yo sospechaba ya al principio del verano: un enorme tumor de estómago. Le dije: «Papá, encuentro que tienes unas adherencias que seguramente habrá que operar, porque han producido una obstrucción en el píloro. El origen de estas adherencias es tu operación de hígado de hace tanto tiempo»".
Contrastó su diagnóstico con los doctores Hernando y Marañón y todos coincidieron en que la cirugía no serviría para más que para testificar la gravedad del mal. El propio Miguel le calculó un mes de vida.
La cirugía se realizó el 28 de septiembre en la clínica Rúber de Madrid. Cuenta Soledad que hubo que hacerle dos transfusiones de sangre; sólo sirve la de José, el menor de mis hermanos, y de los amigos, que se ofrecen todos, la de Carlos Rodríguez Spiteri, el poeta malagueño. Cuando están haciendo esta última transfusión, en portentosa lucidez y con ese agradecer generoso y alegre que era tan suyo, dice al donante: 'Ya noto que me entra sangre de El Bulto y de la Coracha' –dos barrios populares de Málaga de fines del siglo XIX.
Ortega hizo traer su caja de boquillas de tabaco para fumar cada cigarro en una diferente; y pidió la visita de Julio Caro Baroja, a quien le unía una buena amistad y con quien solía bromear y conversar a menudo.
Imagen del entierro de Ortega y Gasset
Uno de los hechos más controvertidos fue la visita del agustino Félix García, que la prensa católica recogió diciendo que Ortega se había reconciliado con la Iglesia y abrazado la fe en el último instante de su vida. Algún cronista llegó a informar de que Ortega se había confesado, recibido la extremaunción y, con lágrimas en los ojos, besado el crucifijo.
Sus tres hijos desmintieron estos hechos en una carta dirigida al ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, el 23 de octubre de 1955 (que publicó ABC el 28 de mayo de 1975): "Que nuestro padre puso durante toda su vida –y a la vez que Dios estuvo presente en su obra– el más pulcro cuidado, dentro del máximo respeto, de que todos sus actos –aun los que pudieran parecer más nimios– mostrasen su voluntad de vivir acatólicamente es cosa de la que no cabe a nadie la menor duda. Y de que, aun horas antes de la operación seguía en el mismo sentimiento y en semejante actitud no nos cabe duda a nosotros tampoco, por cosas que nos dijo en esos momentos".
Cuando el pensador murió, sus amigos celebraron una simbólica tertulia leyendo pasajes orteguianos referidos al problema de la muerte.
El 18 de octubre de 1955, a las 11:20 de la mañana, fallecía José Ortega y Gasset en su domicilio de la calle Montesquinza. Por la noche, su familia y algunos de sus discípulos velaron el cadáver: Fernando Vela, Emilio García Gómez, Carlos Rodríguez Spiteri, José Ruiz Castillo, Julián Marías, Antonio Rodríguez Huéscar, Paulino Garagorri y alguno más celebraron una simbólica tertulia leyendo, en voz alta, pasajes orteguianos referidos al problema de la muerte. La noticia corrió como la pólvora. Algunos periódicos extranjeros ya informaban en sus ediciones vespertinas.
Un grupo de intelectuales estadounidenses, entre los que figuraban el hispanista Waldo Frank y el escritor John Dos Passos enviaron un pésame al pueblo español: "Hablaba como filósofo, pero con palabras que remozaban el corazón de la gente alerta en este país, tanto de intelectuales como de financieros", y reconocían que gracias a lo que Ortega vaticinó en La rebelión de las masas pudieron "restablecer la confianza en lo que entonces era el presente y nos sirvió de advertencia para el futuro".
Los periódicos españoles tuvieron que lidiar con la censura. En el Archivo Ortega hay tres cartas enviadas por el entonces director de ABC, Luis Calvo, a José Ortega Spottorno sobre estas gestiones: "Se acaba de autorizar la crónica de Francfort. Saldrá mañana. [Igual] me dicen que el sábado se autorizará para el domingo la crónica de Roma. Y que el lunes se autorizará la de Garagorri. Ha empezado el régimen del cuentagotas orteguiano".
ABC fue quien más espacio dedicó a la muerte de Ortega, y Calvo se negó a obedecer la prohibición: "Podéis venir y embargar la edición, pero no retiro nada de lo ya impreso, ni, por esta vez, lo envío a la censura". El resto de la prensa, al enterarse de lo ocurrido con ABC, reclamó también su libertad para dedicar a Ortega el espacio apropiado.
Azorín declaró su "profundo dolor por la muerte de Ortega. Era un maravilloso artista literario. Era eso, ante todo, para mí". Pío Baroja, que tituló su necrológica El primer español de nuestra época, escribió: "Creo que Ortega es el primer escritor español de nuestra época; Ortega se ha destacado en la literatura española con un vigor extraordinario. Su prosa es soberbia y trabajada hasta la perfección. La juventud debe de estudiarla continuamente". Antonio Machado le decía "mi capitán" y Juan Ramón lo llamó "imán de horizontes".
La mañana del 19 de octubre, la muchedumbre tomó la calle de Montesquinza para acompañar a la comitiva fúnebre hasta el cementerio de San Isidro. Miembros del Gobierno acompañaron a la familia. El féretro fue transportado a hombros por tres sobrinos del filósofo y otros tres discípulos. Los restos de Ortega fueron depositados en el panteón familiar, donde ya reposaban los de su padre, el escritor y periodista José Ortega Munilla.
Imagen del entierro de Ortega y Gasset
Los universitarios españoles decidieron movilizarse en Madrid el 21 de octubre, y distribuyeron una esquela desprovista de signos religiosos en la que se leía: "Don José Ortega y Gasset. Filósofo liberal español. Madrid, 1883-1955. Asiste al acto que la Juventud Universitaria ofrece a su Maestro y guía. Patio de la Universidad Central. Viernes, 21 de octubre, a las once de la mañana".
Los estudiantes denunciaron que, pudiendo haber sido discípulos de Ortega, no lo fueron; se calificaron de "discípulos sin maestros" y aseguraron que el filósofo muerto "hubiera sido el maestro que necesitamos". Apelaban a un cambio necesario en la Universidad y a la lectura de los libros de Ortega para recibir las enseñanzas que no les pudo transmitir en persona. Este homenaje desencadenó la llamada "crisis del 56" de oposición universitaria al régimen.
Hoy se cumplen 70 años de aquellos episodios. La España que vio morir a Ortega ya no existe o, por decirlo con palabras orteguianas, la circunstancia es otra. Sin embargo, su pensamiento resulta hoy tan actual como entonces. La proliferación de investigaciones y publicaciones sobre su obra, la permanente demanda de sus textos y el incesante despertar de nuevas vocaciones científicas entre los más jóvenes son el mejor testimonio de la autenticidad de su pensamiento.
Ignacio Blanco Alfonso es catedrático de la Universidad CEU San Pablo y Director del Centro de Estudios Orteguianos de la Fundación Ortega-Marañón
