Publicada

"¡Dios todopoderoso! ¿Cómo no me he dado cuenta en todos estos años? ¡Todos estos años he ido por ahí con un... esqueleto dentro! ¿Por qué lo damos por sentado? ¿Por qué nunca nos cuestionamos nuestro cuerpo ni nuestro ser?". En su cuento "El esqueleto", publicado en 1945, Ray Bradbury (Illinois, 1920 - Los Ángeles, 2012) hace gala de una de las facultades que le encumbraron como maestro del relato corto de terror.

Si bien era un escritor devoto de lo macabro, en buena parte de sus trabajos no buscaba el miedo en lo paranormal. No lo necesitaba. Con la realidad más cotidiana le era más que suficiente. Lo único que le hacía falta era recordar lo extraño que era, sencillamente, vivir. Algo que salta a la vista en muchos de los cuentos que recoge la editorial Páginas de Espuma en la nueva antología dedicada al autor de Fahrenheit 451.

Como si nos encontráramos en medio de una sesión de hipnosis, en estas historias Bradbury chasquea los dedos para despertarnos del trance en el que estábamos inmersos. El velo de la realidad se rasga y ya nada es como antes. O al menos ya no lo podemos ver así.

El automatismo en el que vivíamos se acabó y ahora cada una de las cosas que nos rodean nos pone los pelos de punta. ¿Qué es eso de tener en nuestro interior una estructura calcificada y hueca en algunos puntos para contener la pulpa que es nuestra médula espinal? "Extraño, todo es muy extraño", nos invita a pensar Bradbury.

También lo es la naturaleza que nos rodea. En "El viento", el relato que inaugura este inmenso compendio de más de 1.300 páginas, este fenómeno atmosférico se vuelve una fuerza viva y antagónica. El viento acecha a su presa y la termina engullendo. Su continuo ulular no es otra cosa que el lamento de los que ya tiene atrapados en su seno.

La masa humana no se libra del ojo temeroso de Bradbury. Nos encontramos con "La multitud", otro de los relatos tempranos del estadounidense en el que la atracción que sienten algunas personas por ver de cerca las consecuencias de los accidentes en la vía pública esconde un complot.

Algunos de estos voyeurs no se aproximan de forma irreflexiva: pasean a la espera de que alguna pobre alma se despeñe desde un quinto piso o que un coche dé varias vueltas de campana. Entonces, se hacen un hueco entre las primeras filas del show y desde esa posición privilegiada desempeñan su oficio de "ángeles de la muerte": decidirán si la víctima vive o muere, todo según su capricho.

Portada de los 'Cuentos' de Ray Bradbury (Páginas de Espuma, 2025).

De darse el segundo caso, el modus operandi para salir airosos es sencillo: simplemente tienen que aparentar negligencia moviendo el cuerpo del accidentado. ¿Quién sospecharía nada? Su único pecado (colectivo, para más inri) es la ignorancia.

Con esta inquietud hacia el mundo que nos rodea comenzó su andadura literaria Bradbury, pero no se quedó ahí. En siete décadas de escritura, claro, hay tiempo para explorar todo tipo de estilos y géneros.

La parte nuclear de su carrera y su consolidación como maestro de la historia breve se desarrolló en los años dorados de las revistas pulp, antes de que la supremacía de la televisión se llevara consigo las mejores historias de ficción (y, de paso, el grueso de su público).

En este tipo de publicaciones, muy dadas a la ciencia ficción, es donde publicó el grueso de sus obras, incluidos sus conocidos cuentos ambientados en Marte y conectados entre sí, que más tarde reuniría en su célebre libro Crónicas marcianas (1950).

Bradbury rechazó toda su vida la etiqueta de autor de ciencia-ficción, alegando que su trabajo en este campo se reducía a 'Fahrenheit 451'

También los relatos de Marte están recogidos en los Cuentos de Páginas de Espuma, donde aparecen junto al resto de historias ordenados cronológicamente por fecha de publicación original.

Divididas en tres partes, las Crónicas marcianas narran la llegada de los habitantes de la Tierra al planeta rojo, sus primeros —y poco fructíferos— contactos con los nativos, su establecimiento de colonias y, por último, la guerra nuclear que estalla en nuestro planeta.

De entre todos estos relatos, especialmente llamativo es "Aunque siga brillando la luna", en el que seguimos las aventuras de la cuarta expedición terricola, tras la que los seres humanos se asentarán definitivamente. Al contrario que sus predecesores, que sí pudieron contactar con vida inteligente, los astronautas se encuentran con ciudades desiertas.

La causa nos suena. Los anteriores expedicionarios importaron una enfermedad contagiosa típica de la Tierra, la varicela, que hizo estragos entre la población marciana hasta hacerla desaparecer. Una equivalencia con la Conquista de América que no llega a ser alegoría porque uno de los protagonistas ya se encarga de traer a colación esta similitud mencionando a Hernán Cortés. Sencillamente, es la historia repitiéndose ad eternum.

La fama que le labraron estas Crónicas hizo que Bradbury fuera catalogado por crítica y público como autor de ciencia ficción. Etiqueta que rechazó toda su vida, alegando que su trabajo en este campo se reducía a Fahrenheit 451.

En este sentido, Paul Viejo, editor de este recopilatorio (que prologa la escritora Laura Fernández), considera que, aunque es una postura difícil de defender por parte del autor de tantas historias "cósmicas", el estadounidense ambientaba sus relatos en el espacio como lo podría haber hecho en otros lugares. Lo que importaban eran las acciones humanas, no dónde ocurrían.

Pero eso mismo ocurre con la mayoría de obras del género, por mucho que le duela a Bradbury. Sí que era un autor de ciencia-ficción, pero también lo era de lo siniestro, de lo cotidiano e incluso de lo nostálgico. Más de 70 años de oficio, al fin y al cabo, dan para mucho.