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Hace algo más de un año mantuve un breve encuentro con el premio Nobel Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948) en un hotel de Madrid. Amable, lúcido, elegante y con sentido del humor, me habló de su concepción de la literatura, de su visión de la especie humana y de su interpretación de la vida.

Un largo camino

Abdulrazak Gurnah

Traducción de Rita de Costa. Salamandra, 2025. 301 páginas. 22 €

Entre los temas que abordamos, surgió el choque de civilizaciones. Aunque en el país natal de Gurnah, la religión dominante es el cristianismo, hay una importante minoría musulmana en las zonas costeras y en Zanzíbar, el archipiélago donde nació el escritor y del que huyó a los 18 años para escapar de la persecución desatada contra árabes e indios.

En varias ocasiones, Gurnah ha declarado que el islam es básicamente espiritualidad, como otras tradiciones religiosas. El radicalismo solo es una perversión de su mensaje original.

A los occidentales les escandaliza que en los países musulmanes las mujeres se cubran la cabeza. En cambio, a los musulmanes les horroriza que en Occidente el cuerpo femenino sea objetualizado para exhibirlo como señuelo publicitario.

“Hay algo profundamente inhumano e incomprensible en la actitud de los países occidentales hacia la inmigración y la diferencia”, afirma Gurnah, que experimentó en su propia carne el drama de abandonar un país desgarrado por la violencia étnica.



Un largo camino, una novela profunda y conmovedora, muestra que en Zanzíbar o Dar es-Salam palpitan y mueren las mismas pasiones que en otras latitudes. En los años 90, tres jóvenes buscan la felicidad por distintos caminos. Fuzia sueña con ser maestra y no está dispuesta a someterse a una relación de servidumbre con ningún hombre.



Enferma desde niña, no sabe si podrá ser madre y no le interesa el mundo frívolo de su amiga Hawa. Piensa que será feliz con Karim, un licenciado en Geografía que ha destacado por su inteligencia desde niño, pero engendrar a una niña pondrá de manifiesto que el valor de un proyecto de vida solo se conoce cuando surgen auténticos desafíos.



Badar es un sirviente que desconoce su verdadero origen y que se conforma con poco, pero el amor ampliará sus horizontes, revelándole que la resignación cierra las puertas al futuro y una existencia solo es verdaderamente humana si permanece abierta al porvenir.

En 'Un largo camino' Gurnah planifica magistralmente su trama y los capítulos encajan como piezas de un puzle

Gurnah narra con aplomo, prestando atención a los detalles. Su prosa no incurre en lirismos gratuitos. Prefiere cultivar una belleza tranquila, sin alardes innecesarios. Sabe caracterizar los lugares, recrear atmósferas, adentrarse en el interior de sus personajes.



Nos hace sentir los olores de los mercados y los callejones, la frescura de las mañanas, la insolencia de los cuerpos jóvenes, la lenta progresión de la muerte.



Gurnah es un narrador de corte clásico que planifica magistralmente sus tramas. Los capítulos encajan como piezas de un puzle cuya imagen final no se revela hasta que se ha colocado el último fragmento. No filosofa de forma explícita. Prefiere que el lector extraiga sus propias conclusiones.

El misterio de la muerte impregna toda la peripecia. ¿Qué hay más allá? ¿Solo “un oscuro e infinito mar” que sepulta en las profundidades todo lo que se aventura en sus aguas? Aunque sus personajes viven apegados al hoy, sus ojos nunca se cansan de atisbar el mañana.



Karim piensa que la felicidad es la única meta razonable y no permite que las objeciones morales condicionen sus deseos. Su hedonismo lo deshumaniza poco a poco, sin que su conciencia lo advierta.



Por el contrario, Fuzia entiende que la dicha solo es legítima cuando se vincula al compromiso y el sacrificio. El instante pasa y es banal. Lo que importa es la totalidad, el recorrido completo. Cuidar a su hija le priva de muchas cosas, pero enriquece su vida.



La entrega no es un gesto absurdo y estéril, como intuye Karim, sino la única fuente de trascendencia. Existimos para el otro, no para ese pequeño ego que nos tiraniza con sus mezquinas metas.

Karim se enfrentará a la muerte con las manos vacías, sin dejar otro legado que su deslealtad y cobardía. No será así en el caso de Fuzia, con una historia de superación y un corazón siempre dispuesto a escuchar.

Badar parece un joven insignificante. Sin afectos y con escasa autoestima, se conforma con disfrutar de una habitación modesta y un empleo discreto, pero el amor le abre los ojos, mostrándole su propio valor como ser humano. Todos los personajes huyen de la soledad y de las heridas del pasado.



Zanzíbar parece un lugar remoto y exótico, pero sus moradores afrontan los mismos dilemas existenciales que los europeos. Indudablemente, hay diferencias culturales, pero los retos son casi idénticos: salir de uno mismo para encontrarse con los otros, aprender a vivir en comunidad, compartir el día a día con alguien especial, hallar un sentido a la existencia. Gurnah ambienta la novela en una época de transición.

Las huellas del colonialismo aún perviven en Tanzania. Los turistas europeos y estadounidenses no han perdido la arrogancia adquirida tras siglos de hegemonía y poder. Aunque la guerra con Uganda devastó el país, las condiciones de vida mejoran y la democracia se abre paso.



La pluralidad de partidos garantiza ciertas libertades, pero la corrupción es un mal endémico. Pese a todo, la sociedad no ha perdido su capacidad de disfrutar de una conversación en una plaza o del rumor del mar al caer la noche.



Conservo un grato recuerdo de mi conversación con Gurnah. Mientras leía su novela, tenía la sensación de escuchar su voz, similar a la de los grandes narradores que aún pueden hallarse en algunas plazas del Magreb. El escritor ha pasado casi toda su vida en Reino Unido, pero su obra y su espíritu poseen esa sabiduría ancestral de las civilizaciones que Occidente ha despreciado durante siglos.



Un largo camino nos acerca a esa comprensión del mundo perdida en el vértigo de una cotidianidad automatizada y digitalizada. Sus páginas nos sumergen en la mirada del otro, nos revelan lo que significa vivir, soñar y morir en esas periferias, donde lo humano no ha sucumbido a la globalización y vibra con una autenticidad primordial.